Montecino Slaughter, fotógrafo: "Lo más importante es tomar fotos con el corazón"

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Este viernes el fotógrafo que se hizo conocido por registrar los conflictos de Sudamérica de los años 70 y 80, recibirá el Premio Antonio Quintana a la trayectoria de manos de la Presidenta Bachelet.


Hasta pasados los 30 años, el norte de Marcelo Montecino (1943) eran la literatura y las traducciones, experticias en las que se había formado en EEUU; mientras que la fotografía seguía siendo más bien un pasatiempo que de vez en cuando sacaba a relucir. Así iba a ser a inicios de 1973 cuando de regreso a Santiago recorrería parte de Chile junto a su hermano Cristián, ocho años mayor, quien ya era fotógrafo y cineasta. La aventura fraternal quedó truncada por los acontecimientos políticos. Estalló el golpe y Cristián, que no tenía militancia alguna, fue "delatado" por un vecino y detenido por agentes del Estado. Nunca más apareció. Desde ese momento, la vida de Marcelo Montecino cambió de dirección: en los meses que siguieron se obsesionó con registrar La Moneda bombardeada y agregó oficialmente la estampa de fotógrafo a su carnet chileno.

Cuarenta y cuatro años después, Montecino está convertido en uno de los fotógrafos esenciales de los años 70 y 80, época en la que al igual que él, un buen puñado de jóvenes vivía con la cámara colgada al cuello, única arma que tenían para registrar y denunciar la violencia de las calles en pleno régimen militar. Montecino, eso sí, fue más allá. Aprovechando su manejo del inglés, se transformó en reportero gráfico freelance para distintas revistas y periódicos como Newsweek, The Washington Post y agencias como Gamma Liason, y se embarcó a registrar distintos conflictos sociales en El Salvador, Nicaragua, Perú, Bolivia y Ecuador. Con el tiempo también revelaría su faceta como fotógrafo de la vida cotidiana, recorriendo calles, y de desnudos, uno de sus trabajos menos conocidos.

Este viernes, en una ceremonia, a la 16.30 en el Palacio La Moneda, Marcelo Montecino recibirá de manos de la Presidenta Michele Bachelet, el Premio a la Trayectoria Antonio Quintana, que desde el año pasado entrega el Consejo de la Cultura y las Artes en homenaje al llamado padre de la fotografía social en Chile. El jurado de este año estuvo compuesto por los fotógrafos Paz Errázuriz, Héctor López y Luis Poirot (ganador en 2016); la curadora Carla Möller; el investigador José Pablo Concha; el editor Pablo Slachevsky y el representando del CNCA, Carlos Rammsy.

El fotógrafo recibirá $ 6 millones y tendrá una exposición el próximo año en la galería fotográfica del Centro Cultural La Moneda.

-¿Qué significa para usted recibir este premio?

-Para mí es una gran satisfacción que mi nombre este unido al de Quintana, un fotógrafo tan directo, puro y comprometido con su pueblo. Espero que al menos una parte de mi trabajo esté al nivel de lo que él hizo. Para mí siempre ha sido un referente, he admirado el orden, limpieza y composición de sus fotos y creo que, claro, este premio me incentiva a seguir sacando fotos. Agradezco que no sea póstumo.

Forma y emoción

Nacido en Santiago en 1943, el fotógrafo se fue a vivir con su familia a los 11 años a Washington, EE.UU., donde se radicaría, con idas y venidas a Chile hasta el 2015, momento en que regresó definitivamente. Su militancia en la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), en los 70, de todas maneras lo hizo conocido localmente y su trabajo ha sido interés de varios libros y exposiciones, los últimos: los volúmenes Walking Around, con sus fotos callejeras; y Adelitas, donde retrata a mujeres de toda Latinoamérica, ambos editados el año pasado por editorial Pehuén. También en 2016 presentó Caballero solo, una gran muestra marcada por la nostalgia de los barrios de antaño y la figura de su padre en CorpArtes, curada por Andrea Jösch.

-¿Qué periodo de su trayectoria ha sido más satisfactorio?

-Todos los periodos han sido buenos. A mi me gustaba mucho viajar cuando era joven, pero cuando uno después tiene familia se hace casi imposible. Por otro lado descubrí revisando mi archivo que cuando hacía fotoperiodismo era más militante en mis fotos, y que prefiero hacer por mi cuenta fotos en las calles, antes que estar cubriendo por encargos. Cuando veo mis negativos del 83, cuando más trabajé, me encuentro un poco fome en la mirada, como preocupado de complacer a mis editores. Se nota que estaba siendo más literal y menos imaginativo.

Instalado ahora en Chile, Montecino sigue vagabundeando por los barrios que una vez lo obsesionaron: como Franklin y San Diego. También ha descubierto en los fotolibros una buena plataforma para seguir narrando historias y tiene varios proyectos en carpeta como un libro con sus fotos de desnudos, que la curadora Andrea Aguad del Centro Nacional de Patrimonio Fotográfico rescató para una muestra que se montó este año en el Centro Estación Mapocho, y otro volumen sobre su vida en EE.UU., en un estilo semejante al de Robert Frank en el icónico libro The Americans.

-¿Cuál diría que es el secreto para una buena imagen?

-Es una conjunción de varias cosas entre la forma y la emoción. Lo más importante es tomar fotos con el corazón. Creo que uno de los problemas de la fotografía contemporánea es que se enfrenta de una forma más cerebral. En general creo en la selección general: las buenas imágenes surgen solas.

-¿Fue difícil para usted hacer el cambio a fotografía digital?

-No, para nada. Para mí significó redescubrir la fotografía totalmente y lo que más me gusta de lo digital es justamente lo que no me gustaba de lo análogo: estar metido en el laboratorio. Siempre tuve envidia a fotógrafos como Henri Cartier Bresson que tenía ayudantes que le hacían todas las copias.

-¿Cómo lo trata el mercado de la fotografía?

-Paradójicamente son mis fotos análogas las que más se venden. En ese sentido ha sido una suerte hacer tanto trabajo de laboratorio y en EE.UU. y Europa lo que más valoran los coleccionistas son las llamadas copias de época en papel de nitrato de plata: yo de esas tengo kilos y kilos.

-¿Hay algo que tenga o le haya quedado pendiente?

-La docencia creo que es mi gran culpabilidad, nunca haber tenido discípulos. Tuve un par de estudiantes pero nada más. Tal vez no se dio por viajar tanto y aunque no creo en las recetas, sí se puede entusiasmar a la generación joven, enseñar cosas fuera de la fotografía misma.

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