Muere Poli Délano, el escritor viajero y formador de autores

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La noche del jueves, a los 81 años y tras sufrir una trombosis y luego una neumonía, falleció en el Hospital del Tórax el autor chileno que integró la Generación del 60 junto a Antonio Skármeta. Publicó más de 30 libros, entre novelas y cuentos, y hoy sus restos serán trasladados al cementerio Parque del Recuerdo.


La del 2013 fue su primera mudanza en años, pero nunca perdió esa antigua costumbre de hacer y deshacer maletas. Afuera comenzaba a imponerse la primavera, y el escritor chileno Enrique Délano, Poli, como lo bautizó el poeta Pablo Neruda en abril de 1936, a días de nacer en Madrid, España, apilaba casi de memoria y en varias cajas su colección de libros de Hemingway, Faulkner y Rulfo que lo había acompañado en su adolescencia y más allá. También los cientos de tesoros y recuerdos que habían pertenecido a sus padres, el diplomático Luis Enrique Délano y la fotógrafa Aurora Lola Falcón.

Décadas después y a pocos meses de cumplir 80 años, ahora era el hijo el encargado de cerrar y por última vez esa vieja casa familiar en calle Valencia, Ñuñoa, la misma en la que alguna vez se ocultó el autor de Canto general en sus años fugitivos, y que fue demolida semanas después para levantar un edificio. No alcanzó a cumplir un año instalado allí, en un departamento emplazado en Ricardo Lyon, en Providencia, cuando el nombre del autor de En este lugar sagrado y uno de los exponentes de la Generación Literaria del 60 escaló ayer hasta la cima de las tendencias en Twitter.

Llevaba algunos cuantos días internado en el Hospital Salvador tras sufrir una trombosis, cuando una neumonía fulminante obligó a trasladarlo al Hospital del Tórax, ubicado en la misma comuna. Fue allí donde a las 23.30 horas de la noche del jueves, Poli Délano, de 81 años, falleció en compañía de sus más cercanos. Ayer se le veló en el Salón principal Gabriela Mistral de la Sociedad de Escritores de Chile (en Almirante Simpson 7, Santiago), y hoy sus restos serán enterrados en el cementerio Parque del Recuerdo.

Largo viaje

De Ciudad de México a Estocolmo, y luego de Nueva York a Beijing, sus primeros años estuvieron cruzados por la agitada vida diplomática de su padre. El no solo le inculcó el vicio de la literatura ni puso en frente la futura topografía de las más de 30 obras que publicó, entre novelas y cuentos, sino que además enlazó y para siempre la vida de su hijo con la del Nobel chileno, a quien Délano dedicaría, en 2004, el volumen de cuentos Policarpo y el tío Pablo. "Mi relación con Neruda empezó desde que nací", contaba. "Más que una enseñanza, yo diría que es el conocimiento de rasgos que después se reconocen como una serie de cualidades que dejan una huella positiva. Neruda era un hombre bueno, generoso, divertido, cariñoso, visto por un niño que vivía a su lado", declaró años atrás.

Una vez llegado a Chile a mediados de los 40, Délano -quien en 1953 entró a estudiar Pedagogía en inglés en la U. de Chile- conoció a María Luisa Azócar, con quien se casó y tuvo dos hijas, Bárbara y Viviana. La primera falleció en un accidente aéreo en 1996, y desde entonces la vida del escritor, el único chileno que compartió una botella de vino con Charles Bukowski a comienzos de los 80 y a quien se le vio en una de sus últimas apariciones el 14 de abril pasado, refichándose en el Partido Comunista, se volvió cada vez más solitaria y refugiada en el alcohol y la escritura.

"Con Poli debutamos juntos en la conocida antología Cuentistas de la universidad de Armando Cassigoli", recuerda el Premio Nacional de Literatura 2014, Antonio Skármeta. "El era de los más relevantes y activos autores de mi generación, aunque él siguió la senda de los escritores norteamericanos que había leído de joven. Creo que nadie los conocía tanto como él, pero fue durante su paso por México cuando le nació esa vocación pedagógica tan suya, y empezó a tomar y luego a dictar talleres", agrega.

Exiliado en México entre 1973 -cuando obtuvo el Premio Casa de las Américas- y 1984, a su retorno a Chile presidió la Sech y, según recuerda la escritora Pía Barros, "fue el primero en sacar de la clandestinidad los talleres literarios en dictadura. Pocos autores como él tuvieron la generosidad y valentía de traspasar sus conocimientos a otros, arriesgando incluso su propia vida". Para Ramón Díaz Eterovic, en tanto, Délano "es uno de los narradores chilenos de mayor importancia, y también destaco su vínculo con distintas generaciones de escritores jóvenes a través de su quehacer como director de talleres literarios", opina, y por los que desfilaron, entre otros, Marcelo Leonart y Luis López-Aliaga. "Hizo una gran labor de difusión de la narrativa chilena a través de la elaboración de antologías y publicación de ensayos. Sin duda fue un animador permanente del medio literario nacional y latinoamericano, y estoy seguro que más allá de los reconocimientos y premios que se le negaron en su país (incluido el Premio Nacional de Literatura, al que postuló por última vez en 2014), su obra continuará vigente, viva, y seguirá contando con el afecto de sus viejos y nuevos lectores".

Tras publicar sus Memorias neoyorquinas en 2009 -"su última dosis de vitalidad y rock and roll puesta en palabras", según Rafael Gumucio-, el año pasado, cuando cumplía 80, editorial Ceibo lo celebró y trajo de vuelta al ruedo con las dos últimas novelas que publicó en vida, La broma de una mantis religiosa y Un ángel de abrigo azul. "Me gusta escribir novelas. Vivo un tiempo más largo con los personajes de las historias que voy a contar", solía decir: "Yo no quiero ser tildado de intelectual; contar historias es una artesanía comparable a la de un orfebre".

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