Adam Thirlwell, escritor británico: "Quiero que una novela tenga la velocidad de la comedia en vivo"

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El celebrado autor de La huida participará este jueves en el ciclo La Ciudad y las Palabras de la UC. Acaba de aparecer además la traducción al español de su última novela, Estridente y dulce.


Si es que no está harto de que se hable de él como de un "niño maravilla" de las letras inglesas, el escritor Adam Thirlwell considerará la denominación al menos imprecisa. Nacido en 1978, su reconocimiento fue tan precoz que apareció, antes incluso de publicar su primer libro, en la lista de la revista Granta de los mejores escritores británicos jóvenes con sólo 24 años. Una década después era lo bastante juvenil para aparecer de nuevo en ella. Pero la juventud de esa lista acaba a los 40, de manera que ya no podrá figurar en la próxima edición.

Tras dos novelas (Política y La huida) y un estudio de largo aliento, La novela múltiple, Thirlwell mantiene un entusiasmo experimental y una exhibición docta más bien juguetona. En alguno de sus ensayos, citando la visión del escritor checo Bohumil Hrabal sobre la historia literaria como "un gigantesco juego de ping-pong", Thirlwell agregaba un giro personal: "Un café donde todos juegan ping-pong: esa es mi nueva definición de la historia literaria".

El escritor, quien participará este jueves en el ciclo La Ciudad y las Palabras, del Doctorado en Arquitectura de la Universidad Católica (a las 18.30 en el salón Sergio Larraín del campus Lo Contador), publicó una tercera novela, Estridente y dulce, ahora traducida, la que mezcla la comedia sexual (como las anteriores) con toques de film noir y circunloquios filosóficos varios. El narrador, quien fuera un niño prodigio, es ahora un joven privilegiado y cesante por opción, vive con su esposa en casa de sus adorados padres, que a su vez lo adoran. Su talento, nos dice, es pensar. Y lo hace neuróticamente, mientras lleva a su amante inconsciente a un hospital después de una noche de sexo y drogas o comete atracos con armas de mentira o está sumido en una "melancolía" narcótica o realiza sus reflexiones técnico-literarias.

Así, el protagonista de Estridente y dulce dice en cierto momento: "Mis narradores ideales eran los monologuistas que hablaban como esos toboganes de agua en los que uno desciende por una rampa pero emerge de cabeza por otra".

—¿Tiene esos mismos gustos?

—Quiero que una novela tenga la velocidad de la comedia en vivo. O lo quería para esta novela Estridente y dulce. Tenía un ideal de una oración o un párrafo sinuoso, sin fin, que pudiera acomodar todo tipo de disgresiones y cambios de dirección. Los héroes ocultos de este tipo de novela son Machado de Assis y Laurence Sterne. Pero eso era entonces. Tengo otros gustos. También amo la claridad, donde una cosa sigue a la otra…

—Es, creo, la primera vez en sus novelas que el narrador es también el protagonista.

—Sí, en esta novela quería aumentar el riesgo moral. Quería hacer que pareciera que yo mismo estaba dentro del microondas de los sistemas irónicos de una novela. El problema es que esto es imposible. Abres la puerta del microondas y está vacío. Usas esta palabra, yo, y no hay nadie allí.

—El sexo, o la ineptitud para el sexo, es un tema recurrente en sus novelas. ¿Se considera un obseso sexual?

—¡De ningún modo! O no más que otras personas… Y también: siempre en mis novelas estoy tratando de pensar en la experiencia. Porque pensar en la experiencia es una manera de pensar sobre la culpa, y su gemelo, el perdón. De manera que, por supuesto, mis personajes terminarán en la cama unos con otros.

—Como reseñista y ensayista tiende a ocuparse de autores no tan conocidos. ¿Es una opción?

—Creo que este problema de lo conocido y lo desconocido es a veces sólo una conspiración de la geografía. En Europa nadie conoce a Macedonio Fernández. En Argentina está en todas partes. Pero tal vez sea verdad que me gusta restablecer la justicia a figuras olvidadas: o identificar líneas ocultas de resistencia a la historia literaria habitual. Si lo hago, sin embargo, es tanto estrategia política como capricho personal.

—¿Ha sentido la angustia de las influencias?

—¡No, no! Sólo la delicia.

—¿Con qué autores cree jugar al ping-pong?

—Creo que esto cambia de novela a novela. Cuando empecé a escribir, era con Nabokov, Joyce y Henry James. En este momento, es más probable que sean Proust, Felisberto Hernández, Gertrude Stein y Shulamith Firestone. O tal vez se juegan dos juegos a la vez, con los muertos y con los vivos. Sé que también estoy jugando algo -billar, tal vez- con Alejandro Zambra y Alan Pauls.

—¿Cuál es su principal vicio?

—El puritanismo.

—¿Y virtud?

—El hedonismo.

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