El fin de la inocencia del rock argentino

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El procesamiento por abusos sexuales del vocalista de El Otro Yo es un punto emblemático de una ola de cuestionamientos en la escena musical trasandina. Periodistas de ese país y seguidores locales del grupo analizan el impacto de lo ocurrido.


Durante al menos una década, El Otro Yo fue el grupo más destacado del rock independiente argentino. Surgido a fines de los años 80 en la localidad de Temperley, al sur del Gran Buenos Aires, el grupo creado por los hermanos Cristian y María Fernanda Aldana supo conquistar con sus primeros discos a una juventud desencantada y viuda de Nirvana y Pixies, y posteriormente a toda una nueva generación de adolescentes con smartphones y fotologs. El fenómeno que protagonizaron en su país, que tuvo entre sus hitos un legendario show en el estadio Obras y la que se considera la gira más grande en la historia del rock trasandino (la Gira Interminable de 2001), también tuvo réplica en Chile, con abarrotadas tocatas a fines de los 90 en recintos como la Laberinto, el Teatro Carrera y la Blondie, y años después en festivales masivos como Maquinaria y la versión local del Vive Latino.

En diciembre pasado, ad portas de la celebración de sus tres décadas de carrera ininterrumpida y autogestionada, la actividad de El Otro Yo se detuvo. El 19 de diciembre el grupo publicó su último mensaje en su cuenta oficial de Twitter, luego de ocho meses recibiendo insultos para su vocalista. Esto, luego que en abril un grupo de mujeres -todas en su momento menores de edad y seguidoras del conjunto- crearan un grupo en Facebook para acusarlo de abusos sexuales. Tres días después, el jueves 22 de diciembre, Aldana fue detenido y quedó en prisión preventiva en la cárcel de Marcos Paz, procesado por "abuso sexual gravemente ultrajante y con acceso carnal en concurso ideal con corrupción de menores en calidad de autor, reiterado en siete oportunidades".

El caso no sólo ha sacudido a la escena musical trasandina, como parte de una oleada de denuncias similares a otros artistas del circuito "indie", a las que se sumaron cuestionadas declaraciones de estrellas como Gustavo Cordera, quien consultado al respecto en una charla dijo que "hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo". Lo ocurrido, además, pasó a ser un tema país en Argentina, donde al igual que en muchos otros lugares se ha agudizado el debate en torno a la violencia de género, y en el que ahora se analizan con otros ojos los códigos históricos del rock y las letras de los himnos de El Otro Yo ("69", "No me importa morir"), así como de prácticamente todos los clásicos del cancionero local.

"El debate por la violencia machista y la agenda de género ganó mucha presencia en Argentina durante el último año y medio, especialmente después de la marcha Ni Una Menos. Cosas que estaban medio naturalizadas, que se pasaban por alto, ahora son parte del mismo debate", contextualiza el periodista Pablo Corso, quien este mes entrevistó para la edición argentina de Rolling Stone a las tres querellantes más visibles de las diez que han denunciado a Aldana: Felicitas Marafioti, Charlie Di Palma y Carolina Luján. Agrupadas bajo el lema "Ya no nos callamos mas", las mujeres han difundido testimonios que hablan de violaciones reiteradas, golpes e incluso relaciones forzadas con otros hombres y orgías, en el contexto de las llamadas "fiestas perversas", y cuando eran menores de edad. Todas coinciden en que Aldana las hizo sentir únicas, que se aprovechó de su condición de ídolo y que las manipuló sicológicamente.

"Es esperable que aparezcan más víctimas que declaren como testigos en el juicio, aunque no sean querellantes", asegura Corso, el único reportero hasta ahora que ha entrevistado a Aldana desde prisión, donde el cantante comparte pabellón con otros reclusos, toca guitarra y se ha acercado a Dios, a la espera del juicio oral. Desde allí, el músico negó los cargos que se le imputan y acusó a sus denunciantes de tener "un discurso único, prefabricado y encaminado a resaltar el morbo y la pornografía como gancho para vender sus mentiras".

Para el periodista Luis Paz, que también ha cubierto el caso para el suplemento NO del diario Página 12, éste "tiene un condimento que lo vuelve todo más sórdido, ya que El Otro Yo siempre fue un grupo vinculado a un público más joven y tenía a una chica al frente, la bajista María Fernanda Aldana, por lo que parecía alineado con las mujeres". En su opinión lo ocurrido "es un caso paradigmático de abuso de poder, no sólo machista sino también de estatus social y del famoso frente al desconocido".

Comunidad

Quienes se encargaron de producir alguna vez los conciertos de El Otro Yo en Chile no recuerdan haber visto situaciones como las descritas por las denunciantes. En lo que sí concuerdan es en el carácter anti rockstar de Cristian Aldana: de trato directo y sin aires de divismo, él mismo gestionaba sus visitas, llegaba caminando a los recintos en los que debía tocar y usualmente se paraba en la puerta a recibir a sus fans, a quienes siempre les reservaba instancias de encuentro después de cada recital.

Para las productoras locales, Aldana, quien hasta su detención era presidente de la Unión de Músicos Independientes de Argentina (UMI), era de alguna forma el artista ideal con quien trabajar.

La relación con sus seguidores era igual de cercana. De hecho, durante años El Otro Yo habilitó un chat en su sitio web oficial, que alertaba a los usuarios cada vez que los músicos se conectaban para que pudieran conversar directamente. Más que un vínculo de ídolos-fans, lo de El Otro Yo y su público constituía una especie de comunidad, una familia. "Cada vez que venían a tocar a Chile nos avisaban por chat. Éramos como un grupo de amigos, cada uno tenía su onda con Cristian, como tener un amigo en común", detalla Yanara Catrilelbun (30), una de las seguidoras chilenas de la banda que tuvo contacto uno a uno con el vocalista.

Según recuerda, partió escuchando los discos de los argentinos a los 13 años, a los 16 comenzó a entablar una relación virtual con ellos y a los 18 conversaciones por mail con el cantante. En éstas, cuenta, ambos intercambiaban comentarios triviales y el músico en ocasiones le daba su opinión sobre textos que ella escribía. Y aunque reconoce que los correos "de a poco fueron tomando un tono más amoroso, y me dio su dirección y teléfono para que habláramos, nunca me pidió fotos subidas de tono o sexo por ir a un concierto". Quienes sí le pidieron material de este tipo fueron algunos cercanos a Aldana, cuyos nombres prefiere omitir-, "pero dije no sólo una vez y bastó para que nunca más me insinuaran nada".

Con todo, y a diferencia de otros hombres y mujeres que han visibilizado en redes sociales su desilusión y rechazo hacia el músico, Yanara prefiere esperar el dictamen de la justicia, aunque asegura que Aldana "está lejos de ser un tipo raro y que se aprovecha de su fama, como lo han pintado. Somos muchos los que pensamos lo mismo".

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