Meryl Streep: "Amo a Florence Foster Jenkins, más allá de lo mal que cantaba"

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La actriz ganadora de tres Oscar habla de su rol como "la peor soprano de la historia", en la película que se estrena la próxima semana en Chile.


Es curioso que alguien como Meryl Streep (67 años) haya elegido filmar una película con el lema "no es necesario ser buena para ser grandiosa", pero esa es la verdadera historia de Florence Foster Jenkins, que sin cantar para nada bien tuvo la suficiente fama como para haber sido bastante conocida en la radio (el medio equivalente a la televisión o las redes sociales de nuestra época). Es más: si Meryl Streep vuelve a ser nominada al Oscar por este rol ya sería la vigésima vez. Por lo pronto la actriz fue postulada esta semana a Mejor Actriz en los Globos de Oro, que ha ganado en ocho oportunidades.

A 10 mil kilómetros de Hollywood, después de inaugurar el Festival Internacional de Cine en Tokio justamente con Florence Foster Jenkins, la actriz ganadora de tres Oscar conversó con Culto. En la película Streep interpreta a la cantante homónima, una voluntariosa y algo tragicómica figura que en la primera mitad del siglo XX llegó incluso a cantar en el Carnegie Hall sin tener ningún talento a la vista.

De acomodada familia y holgado vivir, la estadounidense Florence Foster Jenkins (1868-1944) fue considerada la peor soprano de la historia. Ni su esposo ni sus amigos se atrevían a enfrentarla a la realidad, quizás atemorizados de que dejara de ejercer su mecenazgo en el mundo de la ópera. La cinta, dirigida por Stephen Frears (La reina, Relaciones peligrosas) se estrena la próxima semana en Chile, precedida de cuatro nominaciones a los Globos de Oro: además de Mejor Actriz postula en las categorías de Mejor Actor (Hugh Grant, como el abnegado esposo de Florence Foster Jenkins), Mejor Película y Mejor Actor Secundario (Simon Helberg, conocido por The big bang theory).

¿Entusiasma la idea de poder llegar a tener una 20 nominación al Oscar?

Del Oscar no sé nada, pero filmar una película así ya es un buen premio. Yo misma me acuerdo cuando estaba en las clases de drama en Yale y la gente se pasaba las viejas grabaciones de Florence Foster Jenkins. Era gente que tocaba música de Purcell en la orquesta, estudiantes de Yale que durante la hora del almuerzo se reían de ella. Nosotros no entendíamos por qué, hasta que la escuchamos cantar. Si hablas con estudiantes de música o estudiantes de drama, la mayoría sabe muy bien de ella.

¿Era una época donde tampoco era común que una mujer tuviera éxito profesional?

Es cierto: era una época en que la mujer no podía tener una carrera. Solamente interesaba lo que hacía el esposo. Y las mujeres como Florence se hacían lugar en la sociedad inscribiéndose en algún club. Florence Foster Jenkins fue miembro de 60 clubs en Nueva York. Los hombres eran los que hacían dinero y las mujeres ricas se dedicaban a hacer el bien en la sociedad. Ella había heredado dinero de su padre y realmente apoyó las funciones del Carnegie Hall. Toscanini se la pasaba rogándole dinero. Y ella lo regalaba. Conozco muchos que fueron grandes patrones del arte y secretamente amaban estar arriba de un escenario. Entre el público hay muchos, especialmente en la ópera y el ballet. Siempre veo a aquellas damas que admiran el escenario y me doy cuenta que tuvieron clases de ballet cuando eran jóvenes, pero con 66 años hoy firman cheques, para financiar su pasión. Y gracias a Dios que lo hacen por amor. Por eso me emociona tanto Florence, me parece tonta pero la amo, más allá de lo bien o mal que cantaba.

¿Y sabiendo que en realidad usted realmente canta bien, fue difícil cantar… mal, como Florence Foster Jenkins?

Fue interesante, porque era muy específica la forma en que se equivocaba. No lo hacía a propósito. Yo también aprendí a cantar ópera tan bien como pude, que no es tan bien (risas). Sopranos como Renée Fleming o Audra McDonald son amigas mías, así es que sé muy bien el lugar que yo ocupo. Y la voz de Florence era muy específica, se puede escuchar su respiración en las grabaciones. Parecía que podía lograrlo, pero no llegaba. En ese sentido me identifico con ella.

¿Cuál fue la primera influencia artística de su vida?

Soy lo suficientemente grande como para acordarme de mi maestro de piano y el amante con el que vivía en Nueva Jersey. Iba una vez por semana para tomar mis clases de piano. Donde yo vivía, todos tenían casas rurales, pero la casa de mi maestro de piano era una entrada a lo exótico. Mi madre nunca enfatizó que "los chicos" fueran gay. Simplemente los llamaba "los chicos". Tampoco los rechazaba. Simplemente era una vida diferente. En las afueras de Greenwich Village había una libertad completa, diferente a la ciudad. Mi maestro de música de sexto grado se llamaba Paul Grossman, pero al año siguiente volvió y era Paula Grossman. Y hablo del año 1961. ¿Quién hacía algo así en esa época? Era muy inusual. Volvió a la escuela así, aunque tenía tres hijos y siguió casado. Dirigía el coro de la escuela. El arte siempre fue un medio donde la gente podía liberarse. En cambio, los otros sectores de la sociedad nunca han sido tan cercanos con las minorías.

En su caso, ¿el interés artístico es aprendido o innato?

Obviamente no viene de las clases de ciencia en la escuela. Viene del estímulo que hay en nuestros hogares, tal vez con la música que uno escucha. Tampoco sé de donde viene el impulso, porque mi esposo se crió en una casa de Indianápolis donde no había nada artístico y él tiene una mente creativa formidable, especialmente en lo visual. Los niños tienen una vida muy rica y una capacidad de imaginar que muchas veces apagan las preocupaciones tempranas de la adolescencia. Siento que todo lo que podamos hacer para no reprimirnos es importante.

¿Se acuerda con claridad la primera vez que reconocieron su trabajo como actriz con un premio o el mejor aplauso?

El primer momento que se me cruza por mi mente es cuando yo tenía 15 años, me habían elegido para la producción de teatro The music man y yo tenía el rol de Marian, la bibliotecaria. Nunca antes había subido a un escenario. Ensayamos y mi hermanito era el que cantaba la canción Gary, Indiana. Era muy bueno, pero yo no tenía idea como podía ser como actriz. Era la escuela secundaria. La orquesta empezó a tocar y los padres estaban todos en las primeras filas. La sala estaba llena y así hicimos el musical. Al final, todos se pararon a aplaudir, en una época donde nadie solía hacerlo. Hoy en día lo hacen todo el tiempo. Pero en Nueva Jersey los aplausos eran por pura amabilidad, nada extraordinario. Y yo sentí esa ola que me inundaba de energía. Se sentía muy bien en la piel. Fue algo completamente inesperado.

¿Y todo lo contrario de un premio? ¿Cuándo fue la primera vez que sufrió cierto castigo del público a nivel profesional?

Después, cuando hice una obra de teatro en Nueva York que se llamaba Trelawny of the wells, en el Lincoln Center. También era la primera obra de teatro profesional para mí y creo que para el resto de los actores. Las primeras funciones con público la gente se reía, se notaba que les había encantado y la pasaban bien, hasta que John Simon, que era un crítico de la revista New York nos aplastó con sus comentarios. Después, el público cambió por completo, se quedaban sentados en silencio, sólo porque alguien les había dicho antes como tenían que sentirse. La diferencia era notable. Ahí es cuando empecé a odiar a los críticos (risas).

¿Pero al menos lee las críticas de sus trabajos?

No, pero ese día lo hice. En la época en que yo hacía teatro en Nueva York sólo había tres críticos que importaban realmente: Clive Barnes, John Simon y Mel Gussow. Ese era el orden. Y el sentimiento es terrible, por la ansiedad de querer ir y comprar los diarios. Esa era la vieja escuela. Había que comprar el diario temprano por la mañana para saber lo que opinaban de nuestro trabajo y a mí siempre me dio náuseas.

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