Marcello en el abismo

Los haters de esta película han objetado acá un pesimismo esquemático hasta la odiosidad. Y pasa, en efecto, que el drama de la película es también el de un cierto determinismo, oscuro y formalista. Pero Dogman es mucho más que eso, convengamos.


Ya había dirigido cinco largos argumentales, pero no fue sino hasta Gomorra (2008, basada en el superventas homónimo, Gran Premio del Jurado en Cannes) que Matteo Garrone se ganó una nombradía internacional, que fue también un empujoncito para el cine italiano, que no le sobraban ni le sobran. Lo bueno del asunto es que Garrone hizo época al despacharse esa extraordinaria película de mafiosos con aura neorrealista. Lo malo fue que, a partir de entonces, todo el mundo espera del director y guionista una nueva Gomorra, y así fue como sus películas siguientes no tuvieron opciones en la cartelera local (por fantasiosas, por exageradas, por perderse en la estilización). Eso, hasta ahora.

Basada en un desopilante caso real, Dogman toma su nombre de la guardería/peluquería de perros que tiene a su cargo Marcello (Marcello Forte, extra en Pandillas de Nueva York y ganador por este rol de la Palma a Mejor actor en Cannes 2018). Allí vive sus días como mejor puede este hombre menudo, enjuto, algo divertido y curioso; un tipo divorciado que quiere como nada en la vida a su pequeña hija pero que, para ganarse mejor la vida, vende con discreción pequeñas dosis de cocaína a quien se las quiera comprar. El problema es que uno de sus clientes es un exboxeador macizo, de puños normalmente ensangrentados, que lo quiere todo y lo quiere ya (partiendo por los "fierrazos" que suelen tenerlo, como se dice, más duro que balón de gas). Pusilánime, impotente, Marcello se ve arrastrado por la inevitable tragedia que supone dejarse dominar por un desaforado que siempre quiere más.

Los haters de esta película –partiendo por los respingados Cahiers du Cinéma- han objetado acá un pesimismo esquemático hasta la odiosidad. Y pasa, en efecto, que el drama de la película es también el de un cierto determinismo, oscuro y formalista. Pero Dogman es mucho más que eso, convengamos. Mucho más y mucho mejor. Es el paseo por los abismos de un tipo que querríamos querer, o al menos salvar. Un hombre que crece en nosotros porque en cada gesto se nos hace verdadero, incluso cuando se nos hace ridículo. Un personaje prodigioso, inscrito en una escena suburbana desoladora. Alguien que por sí solo hace necesaria la dura experiencia de ver esta película.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.