Carlos Peña y El tiempo de la memoria: la inevitable levedad del ser

CARLOS-PEÑA

Dialogando con pensadores como Sartre, Ortega y Gasset, Freud y, principalmente, Heidegger, el rector de la Universidad Diego Portales emprende la tarea de cómo el sujeto se relaciona con la memoria y la historia.



Hay una conversación muy simple y que muchos de nosotros hemos tenido alguna vez –y si no nosotros, algún pariente o conocido–, y es aquella donde un recién salido de la enseñanza media o aún por salir tiene con un amigo sobre qué carrera estudiar: ¿ingeniería?, ¿derecho?, ¿literatura? Ese momento, que puede ser reducido a un trivial rito estudiantil, como el ridículo y extinto mechoneo de ingreso a la universidad, a la luz del libro El tiempo de la memoria (Taurus), del rector de la Universidad Diego Portales Carlos Peña, tiene un significado especial; porque recién con dieciocho años los jóvenes se proyectan, quizá por primera vez, hacia un futuro, y en esa proyección están viendo la verdadera esencia del ser humano, esto es su vinculación con el tiempo.

Desde luego este ejemplo no lo entrega Peña en este ensayo filosófico, utiliza otros ejemplos, los más recurrentes son aquellos que se circunscriben dentro de lo que entendemos por literatura: autores, obras o pretendidas moralejas de obras. En pocos se detiene lo suficiente, salvo en Borges, Nicanor Parra y en Ricardo Piglia, de hecho arranca el ensayo mencionando a este último y Los diarios de Emilio Renzi, pero a diferencia de lo que hará a la mitad del volumen con Borges, aquí Peña confunde los 327 cuadernos que llevó durante buena parte de su vida el Ricardo Piglia real con el resultado de aquel libro, que fueron tres tomos publicados por editorial Anagrama. Si algo tienen estos diarios es reescritura, algo que por lo demás caracterizó la obra de Piglia, entonces no son los cuadernos tal cual; sin ir más lejos si así fuera, detalles como que Aventuras de un novelista atonal, de Alberto Laiseca, fue publicado en 1981 cuando en verdad fue en 1982, no se le hubiera pasado. Y este tipo de detalles quedó porque estaba reescribiendo y moviendo gran parte de 1982, que es cuando estalló la Guerra de Malvinas y de la que se ha escrito mucho en la narrativa trasandina (Fogwill, Gamerro, Perlongher), al año anterior. Intuyo que no quería tocar mucho ese año 82, no porque no hubiera pasado nada precisamente, sino porque decir algo nuevo ameritaba un esfuerzo, que quería hacer.

Esto, claramente, no descalifica ni a Piglia ni a Peña, porque El tiempo de la memoria no es un ensayo literario, sino un ejercicio intelectual para dilucidar algunas cuestiones como ser, tiempo, memoria, historia, o dicho de otro modo, cómo el individuo se vincula con la memoria, el tiempo y la historia. Esto el autor lo hace tomando como bibliografía principal a Heidegger y en un segundo nivel a Ortega y Gasset, Sartre, Freud, Wilhelm Dilthey, Wittgenstein, San Agustín, entre otros. Hay en el diálogo que establece Carlos Peña con el filósofo existencialista alemán algo muy fluido, como si no sólo conociera su obra, sino que le tuviera afecto a ella. En un punto el libro se organiza como un libro de divulgación de la obra de Heidegger, y en un mundo donde la filosofía y el papel de los pensadores tienen un papel cada vez más marginal eso se agradece.

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Carlos Peña.[/caption]

Quizá el modo de organización de los capítulos y las ideas que presenta el libro sea demasiado didáctico pero a la larga funciona. En cada capítulo va planteando problemas para lectores que no conocen la obra de Heidegger ni de ninguno de los pensadores aquí reunidos y los va lentamente hilvanando. Y esos problemas los va resolviendo citando aquí y allá, pero el ejercicio de la cita está bien resuelto, no hay nada forzado y son –por así decirlo– las justas y necesarias. Por ejemplo, empieza citando a Piglia, pero lo hace para plantear que hay recuerdos que son reemplazados por otros, cosa que ya había advertido Freud en una carta en las postrimerías del siglo XIX. "Lo que se cree recordar en la infancia", señala Peña basándose en esa carta, "son en realidad acontecimientos tardíos que vuelven retroactivamente sobre el pasado, de manera que el pasado sería, en verdad, un presente encubierto". En el fondo el autor prepara el terreno para lanzar una de las teorías de Martin Heidegger.

Hasta este pensador la respuesta que habían dado los filósofos ante la interrogante de qué era el ser humano habían sido muy concretas: "Pienso luego existo", de Descartes, es una prueba de eso. Pero Heidegger, basándose en San Agustín y en la finitud de nuestra existencia que planteaba el cristianismo, llega a una respuesta más abstracta al señalar que el ser humana es tiempo. ¿Pero qué tiempo: pasado, presente o futuro? Heidegger no cree que haya una linealidad cronológica en el tiempo, tampoco es algo que esté por fuera del individuo, sino que el tiempo es el modo en que se involucra un individuo con las cosas con las que está entreverado, por lo tanto si esto permanece quiere decir que "lo que ocurrió en el pasado sigue, en algún sentido, ocurriendo en el presente, puesto que la conciencia en vez de recoger simplemente lo que acaeció, se dejó modelar por esos hechos que, a su vez, al estar acogidos a una conciencia abierta al futuro también se modificaron". Entonces el futuro es lo que reúne finalmente toda la experiencia. Aquí aparecen conceptos creados por Heidegger: Dasein (ser ahí) y Sorge (cuidado).

En el fondo el pasado nunca es inmutable, está abierto a nuevas interpretaciones y esas interpretaciones dependerán del futuro que se han ido construyendo, y afectarán nuestra visión del pasado, y esto sucede porque siempre se está produciendo futuro-presente-pasado, esto es tiempo. Aquí la escena de aquellos jóvenes pensando en qué quieren ser en el futuro cobra sentido, porque si deciden ingeniero y efectivamente se convierten en ingeniero estructurarán ese pasado, que fue presente y también futuro, como un punto de partida; pero si el muchacho o muchacha ingresa a esa carrera pero la abandona, ya sea porque no le gustó o porque no tenía las capacidades para ella, ese momento será una mera anécdota y quizá caiga en el olvido. Y en esto tiene un papel la memoria.

Antes de abordar la memoria si bien Peña pone como ejemplo a Cervantes, me parece que no coloca el ejemplo del todo acertado, porque en una edición anotada del Quijote se explica la discusión entre Sancho y su mujer y la expresión "mujer, no estás en tus siete sentidos". Por mucho tiempo se interpretó que eso se debía a un error de Cervantes o, lo más probable decían algunos, una locura o una burrada que el personaje Sancho le lanzaba a su mujer. Sin embargo, en la edición anotada del Quijote se explica que en la época en que se escribió esta novela –finales del siglo XVI– había siete sentidos, a los ya conocidos se sumaban la memoria y el sentido común. Otro ejemplo a incluir hubiera sido la pequeña novela El alma de Gardel, de Mario Levrero, que trata de cómo recordamos. Levrero creía que los sueños estaban sobrevalorados y por eso escribió: "Si escribo es para recordar, para despertar el alma dormida, avivar el seso y descubrir sus caminos secretos; mis narraciones son en su mayoría trozos de la memoria del alma".

Pero volvamos. Para explicar el funcionamiento de la memoria es muy importante, para Peña y para muchos más, Freud y Heidegger. El primero describe la memoria no sólo "como un cuaderno en cuyas hojas se registraría con fidelidad lo que va aconteciendo, de una manera que sólo el olvido podría alterar, sino como una novela cuyas últimas páginas van modificando poco a poco las anteriores". Freud descubre que había recuerdos reprimidos que de recuperarlos, de traerlos al plano de la conciencia, perderían su valor traumático. Sin embargo, luego cambia de opinión y establece que "la verdad del sujeto no estaba en la historia, sino en la ficción", es decir en lo que se contaba el individuo ya no como memoria sino como relato.

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Martin Heidegger.[/caption]

Para Heidegger, en tanto, fue muy importante el aporte de la correspondencia entre el conde Yorck y Wilhelm Dilthey, especialmente este último, para quien había un problema en hacer historia y es que "al volver la vista sobre el pasado, vuelve también sobre sí mismo". Además es él quien descubre que el cristianismo es quien contribuía "a una mejor comprensión de la facticidad de la vida". Heidegger, de formación cristiana, lee a Dilthey en el tiempo exacto, después de su muerte y en el momento en que aparece su obra, y se fija en las cartas de San Pablo a los cristianos de Tesalónica, que están más interesados en cuándo llegará el Mesías de nuevo (lo que se conoce como "parusía") que en cómo aguardar esa espera, precisamente eso es lo que les hace ver san Pablo: "La parusía remite, pues, al sentido de la vida misma. La espera es un modo de existencia, un cómo de la vida fáctica".

De este modo hacer historia se abriría a diversas versiones/interpretaciones dependiendo del tiempo en que vivamos. Ortega y Gasset plantea que el hombre hace historia, es decir mira el pasado, porque "esperamos el futuro". Para Peña, la concepción heideggeriana de historia se resume como "el relato de las posibilidades asumidas y de las negadas". Aquí un papel importante juega la historiografía, que es la disciplina que se ocupa de cómo contar la historia, que en tanto establecimiento de un relato vuelve al pasado desde un futuro. ¿Pero de ese relato qué se elige recordar y qué olvidar? Bueno, ese asunto no resulta para Heidegger tan relevante como por qué hacemos historia, y la respuesta que da Peña es que lo histórico deriva del hecho de que el Dasein "está envuelto en el tiempo, involucrado en el cuidado de sí mismo [Sorge] y por eso volcado hacia el futuro". Un hecho bastante obvio es que los libros de historia no los leen quienes son sujetos o acontecimientos de esa historia, ya que esos libros están volcados hacia el futuro de esos sujetos o acontecimientos.

En el fondo El tiempo de la memoria es el sujeto, la memoria y la historia son inevitables, porque están la esencia del ser humano. Podríamos vernos tentados a pensar que hacer historia sería un modo de prolongar artificialmente nuestra existencia, un modo de trascendencia, de dejar testimonio, pero no, el individuo está enrevesado con las cosas de su tiempo, y eso lo hace productor de historia y de memoria, pese a su voluntad

Finalmente, el libro del rector Carlos Peña es un libro interesante y con no muchas complicaciones para su lectura, que tiene como puntos altos las asociaciones que establece entre psicoanálisis, filosofía y literatura. Sin embargo, hay elementos que juegan en contra y estos se podrían resumir en el uso casi docente de conectores del tipo "como ya vimos", "como se recordará". "según ya vimos", "como ya sabemos", que dan la impresión de que el autor –o el editor– no pensó que el libro se pudiera leer de corrido, o que el lector pensado necesitaba de un recordatorio o resumen a cada tanto. Estos conectores hacen que se piense en El tiempo de la memoria más en un libro de divulgación que en un ensayo filosófico de tomo a lomo.

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