Últimas palabras de Oliver Sacks

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Sacks escribió bastante mientras moría, pero este libro no figurará entre los textos imprescindibles que nos legó.


Pocos días antes de morir en 2015 a raíz de un cáncer terminal, el neurólogo y escritor británico Oliver Sacks concluyó El río de la conciencia, un libro en el que abordó diversas cuestiones científicas que le preocuparon desde temprano en la vida. Recién traducido al castellano, el volumen ciertamente no constituye un legado; se trata, más bien, de un apéndice de menor importancia si se le compara con buena parte de su obra anterior. Vale recordar que, también al borde de la muerte, Sacks publicó una valiosa autobiografía de corte confesional (En movimiento), en donde reveló su lado más humano, su devoción por la halterofilia, sus años en las drogas y esa homosexualidad tortuosa, vergonzante a veces, que lo condujo a adoptar el celibato a la edad de 40 años y a no reconocer su condición hasta el fin de sus días.

Los 10 ensayos que componen este libro son disparejos, irregulares, aunque por lo general se ciñen a una misma fórmula: la enunciación del tema a tratar se expresa por medio de un vocabulario alejado del cientificismo; luego, el desarrollo del intríngulis recurre a todo tipo de procesos científicos y a un sinnúmero de prohombres de las ciencias (incluido Freud), a quienes se suman cantidades de pacientes o de casos célebres; finalmente, se ofrece una conclusión que le devuelve al relato cierto carácter acientífico, pero éste no resulta demasiado convincente, precisamente porque el grueso del argumento se ha establecido en la esfera de lo técnico.

Quien ha leído algún otro libro de Sacks sabe que, en cuanto a divulgador generoso y escritor dotado, una de sus mayores gracias consistía en hacer del conocimiento específico un material accesible a cualquier tipo de lector. Aquí eso no ocurre, ya que hay temas que escapan de lo que comúnmente se entiende por interés general. De este modo, los textos en que el autor nos muestra las facetas de botánico de Charles Darwin (el mismo Sacks fue un grandísimo aficionado a la botánica), son mucho más encantadores que sus reflexiones en torno a la no tan conocida labor de Freud como neurólogo, o a fenómenos tales como la velocidad o el escotoma.

Notable bajo cualquier punto de vista es la divagación referida a la falibilidad de la memoria. En este ensayo la ciencia, la experiencia propia y las investigaciones ajenas se entrelazan con maestría para formar los haces de una antorcha que echa luz sobre un asunto oscurecido por su propia naturaleza. Si en un momento a Sacks le "asusta pensar que nuestros recuerdos más preciados podrían no haber ocurrido nunca, o podrían haberle ocurrido a otro", lo cierto, según concluye, es que "la memoria no surge sólo de la experiencia, sino del intercambio de muchas mentes".

Llamativos también son los ejemplos de criptomnesia que ofrece el neurólogo en esta parte del libro. La criptomnesia, una suerte de plagio inconsciente, afectó a Mark Twain, a Coleridge (se hizo más adepto al plagio a medida que aumentaba su adicción al opio) y a George Harrison, cuya excelente canción "My Sweet Lord", de 1970, guardaba un sospechoso e innegable parecido con otra de 1962: "He's So Fine", de Ronald Mack. A Sacks le parecieron muy sabias las palabras del juez que condenó al ex Beatle, algo que a la vez habla de su propio buen juicio. "Según la ley ha infringido el derecho de autor, y lo ha infringido igual aunque sea de manera subconsciente", sentenció el magistrado.

El río de la conciencia

Oliver Sacks

Anagrama, 2018.

232 páginas.

$ 14.500 en Buscalibre.

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