El regreso de la voz

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Los audiolibros se han vuelto frecuentes. Los podcast son un fenómeno. No deja de ser curioso que en esta época de dudas, ansiedades y temores se haga ineludible regresar a la voz. El gusto por aguzar el oído comienza a extenderse.


La disposición a escuchar procede de la infancia. Callar para oír voces y ruidos es un gesto determinante en el resto de nuestras vidas. Aprendemos a hablar imitando. La lengua madre se asimila antes de entenderla. La voz es tan profunda como la piel. Es diversa en sus matices. La pronunciación y el acento dicen más que el significado de las palabras. Son los recados más directos que nos podemos enviar.

A veces no entendemos lo que alguien canta o habla, sin embargo, tenemos una opinión de cómo lo hace. Su forma de expresarse nos permite ese juicio. Se nos revela ese alguien en el manejo de las inflexiones y las pausas de su voz. El arte de cautivar con el sonido de las palabras tiene que ver con el ritmo. Los susurros y murmullos son formas de rozar con la voz. Hablarse al oído es pura intimidad.

Las entonaciones pueden levantar pasiones o sepultarlas. Charlotte Gainsbourg tiene una voz hipnótica y sexual. Deja resonancias, o da la impresión de tener un leve eco. Es gastada y suave.

Lejana del grito agudo y destemplado que puede asustar y demoler el deseo. Los chillidos ensordecen, hacen que uno se tape las orejas, se repliegue. El grito gutural es una demostración de fuerza y terror, la alerta destinada a espantar el peligro fatal.

La diferencia entre entender lo que alguien dice con palabras y el acto de escuchar, es infinita. Escuchar es una entrega. Implica dejar que la voz del otro llegue dentro de uno más allá de la razón.

Hay una grabación de Sylvia Plath leyendo su poema "Daddy". Lo que se escucha es el habla sedosa de una adolescente perversa y corrompida que se queja con indisimulado goce. Es un acto más que un poema. Anne Sexton, en una entrevista televisada, leyó "Wanting to Die". El texto posee una fuerza crepuscular, es un ruego de muerte declamado como letanía erótica. Circula un registro de Zurita recitando "Canto a su amor desaparecido". Su voz genera un efecto estremecedor. Es una plegaria alucinada, una invocación que conmueve en medio del dolor despiadado que sufren las víctimas.

Hace poco leí Algunos libros de E.M. Forster. Son las conferencias que escribió para la frecuencia que enviaba la BBC a la India. Me lo imaginé pronunciándolas con dedicación. Vestido de terno.

Están dirigidas a un público culto, aunque no demasiado, que tiene ganas de conocer las novedades literarias de Europa. Forster se da el trabajo de narrar libros, indagar en ellos y en sus autores, sin ponerse hostigoso. Además, lanza numerosas opiniones filudas. Analiza la biografía La reina Victoria de Lytton Strachey en relación al resto de su obra. Desgrana el Ulises de Joyce por pretencioso y aburrido. Repasa la carrera literaria de D.H. Lawrence. Hace hincapié en que su talento poético se ve atrapado por su tendencia a ilustrar ideas de carácter mesiánico. Hablar por uno mismo es un texto excepcional, lo mejor del volumen. Se trata de una confesión sin disimulo del individualismo que lo embarga.

Quizá oír está volviendo a ser sustancial. Los audiolibros se han vuelto frecuentes. Los podcast son un fenómeno. No deja de ser curioso que en esta época de dudas, ansiedades y temores se haga ineludible regresar a la voz. El gusto por aguzar el oído comienza a extenderse. Es urgente seleccionar los decibeles de quienes nos rodean y archivar los alaridos. El silencio se ha convertido en un bien escaso de primera necesidad.

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