Jorge Marchant Lazcano: "La ausencia del Sida en la literatura latinoamericana es notable y macabra"

Jorge Marchant Lazcano, Escritor.Foto Reinaldo Ubilla
El escritor Jorge Marchant Lazcano en su departamento en el centro de Santiago. Foto Reinaldo Ubilla.

El autor de Sangre como la mía y una de las voces de la obra Narciso fracturado (GAM), quien además convive con VIH desde 1995, fue uno de los primeros en el país en abordar el tema gay en sus novelas. "Aún falta", dice desde su departamento en el centro de Santiago, donde además anuncia un nuevo libro para el próximo año: "La gran literatura que sobrepasa los límites de la homosexualidad, no existe en Chile".


A los 21 años le escribió una primera carta. Entonces estudiaba periodismo en la Universidad de Chile, pero ya le picaban las manos por escribir. Había leído Coronación (1957) durante su adolescencia, y desde entonces sintió la imperiosa necesidad de contactar a ese sombrío autor cuya vida terminaría convirtiéndose en un mito desentrañable. Incluso para sí mismo.

"Eran básicamente palabras de admiración de mi parte, y José Donoso (1925-1996) me contestó con una carta maravillosa que aún tengo guardada", cuenta el autor chileno Jorge Marchant Lazcano (1950). "Era como el tratado del escritor de 40 años a un cabro que está recién comenzando. Y me asombró su amabilidad al contestarme, pero a la segunda inmediatamente se puso como gato de espaldas y me agredió. Me hizo sentir que yo lo estaba invadiendo. Decía: 'Le voy a escribir cuando yo tenga el impulso, así como usted lo tuvo. Pero no me exija en los términos que usted quiera'", agrega.

Años después, bien entrados los 70 y mientras Marchant Lazcano trabajaba en revista Paula, le tocó entrevistar al autor de El obsceno pájaro de la noche. Venía por primera vez a Chile con "la Pilarcita", su hija adoptiva y autora de Correr el tupido velo, quien se suicidó en 2011. "La impresión que aún tengo es que Donoso quería validarse socialmente frente a Chile. No solo por estar casado, sino porque además tenía una hija", comenta.

"Cuando él leyó la entrevista publicada, se volvió loco. Le encantó, y lo que más llamó mi atención fue que me preguntó insistentemente qué clase de comentarios se habían hecho después acá. Era evidente que quería que la gente hablara del Donoso papá para sacarse todo lo que se estaba empezando a hablar en ese momento, de que podía ser gay y todo lo demás una pantalla en su vida. Él era muy inseguro", añade en uno de los rincones de su departamento en el Edificio Barco, en las faldas del gay town santiaguino. Allí pasa sus días en solitario y escribiendo, junto a un ventanal con vista al cerro Santa Lucía.

Volvieron a toparse en al menos dos sesiones del taller literario que José Donoso impartió a su regreso a Chile, pero rápidamente se perdieron de vista. Los caminos de ambos se separaron: Donoso moriría, años después, sin reconocer ni un ápice de los rumores que lo rodeaban. Marchant Lazcano, en cambio, quien ya había publicado en Buenos Aires La Beatriz Ovalle (1977), mezcla de novela histórica con un retrato a tajo abierto de la homosexualidad oculta del siglo XX, supo que tarde o temprano la literatura terminaría sacándolo del clóset. Y así fue: en 1983 apareció en San Francisco, EEUU, la antología My Deep dark pain is love editada por Gay Sunshine Press, que lo hermanó con otros autores gays como Manuel Puig, Néstor Perlongher y Reinaldo Arenas.

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Foto: Reinaldo Ubilla[/caption]

En sus futuras novelas, como La noche que nunca ha gestado el día (1982), Sangre como la mía (2006) y Cuartos oscuros (2015), el también ex guionista de teleseries de TVN –donde estuvo hasta el año 2009– hizo de la homosexualidad un motivo literario, y en todas ellas dio voz y rostro a lo que hasta ese entonces se había pasado por alto.

Tras publicar Desconfianza en 2017, su más reciente trabajo, Marchant Lazcano ya entregó a editorial Tajamar una nueva novela, que "va un poco a las raíces de la homosexualidad moderna y marca antecedentes además con escritores", según cuenta. En la espera de su publicación, que ocurrirá en 2020, ya comenzó a escribir otro libro.

¿Qué significó para usted esa temprana publicación en EEUU?

Fue un punto de negación mía. Yo tenía 33 años y era un tremendo logro, pero al mismo tiempo un desafío estar en una antología de esa categoría. El único chileno era yo, y no fui capaz, no me atreví a decir nada. Eso te habla de una época y de la posibilidad de mis propios riesgos. Seguramente Pedro Lemebel y otros ya estaban haciendo cosas bastante más provocativas y peligrosas, pero mi personalidad no me permitió contar que yo era gay. Ni mi familia lo sabía, y hasta me invitaron a programas de televisión y mentía al respecto. Estamos hablando de comienzos de los 80, o sea, buena parte de mi generación hasta ese entonces prácticamente no había publicado nada. Estaban las puertas cerradas. Incluso después de publicar La Beatriz Ovalle, que fue muy exitosa para la época, tuve bastante temor e incomodidad. Pero qué saco con hacerme el huevón hoy: fue un punto tremendo de reflexión visto desde ahora, pero se podía entender en el contexto en el que estábamos viviendo. Hoy lo vivo como una persona común y corriente.

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Su novela Sangre como la mía (2006) también fue llevada al teatro.[/caption]

Sus novelas aún retratan los pliegues de la homosexualidad. ¿Cómo ve el panorama actual y las nuevas voces que han surgido desde que el tema se visibilizó en Chile?

Ha habido voces locales fundamentales, como la de Mauricio Wacquez (Excesos) y Pedro Lemebel (Loco afán), que de alguna manera se hizo cargo de la homosexualidad en varias de sus crónicas. Y bueno, también estuvo Donoso, que inauguró toda una etapa con El lugar sin límites, y en el campo más académico está Juan Pablo Sutherland (Ángeles negros), a quien conozco más por sus estudios en torno al fenómeno de la literatura homosexual en Chile. En el caso de autores y obras como las recientes de Alberto Fuguet (No ficción), por su tardía inmersión en esta temática, están más cerca de la literatura de iniciación, ideal para nuevas audiencias. No es mi caso. Y hay otros como Óscar Contardo (Raro), que están bastante más frescos porque están escribiendo constantemente en diarios, pero desde un punto de vista muy personal tampoco los veo comprometidos. Un autor gay debe, como uno judío o las mujeres, abogar por ciertas causas que son también las suyas.

¿Cómo lo ve en comparación con la escena literaria americana o europea?

Sigo pensando en la fenomenal apuesta desde la literatura anglosajona que escuchó hacia mediados del siglo XX la petición de algunos críticos, en especial desde el New York Times, de terminar de "disimular", mostrando sus propios tormentos sicológicos a través de falsos caracteres heterosexuales. El caso más común era Henry James. De esa forma surgieron generaciones hoy consolidadas como el inglés Alan Hollinghurst, tal vez el mejor de todos, o David Leavitt o Michael Cunningham, el autor de Las Horas. Pero esa gran literatura que sobrepasa los límites de la homosexualidad, no existe en nuestros países, mucho menos en Chile, y la ausencia del Sida en la literatura latinoamericana es notable y macabra. En Chile no recuerdo ninguna otra además de Sangre como la mía.

Lo que el Sida se llevó

No marchó para el Día del Orgullo Gay de este año. No quiso. Nunca se ha considerado un activista. "Soy escritor", recalca Marchant Lazcano, quien desde hace dos años se ha reencontrado con el invierno chileno: durante casi dos décadas, partía por estas mismas fechas a Nueva York para acompañar a su antigua pareja, Pepe, quien se fue del país en 2003, en busca de nuevos y más efectivos tratamientos para combatir el Sida.

"Él partió con lo puesto y ahora, casi 20 años después, el tipo está impecable. Hasta es norteamericano. O sea, no solo le ganó a la vida sino que además tiene una nueva identidad, cosa que le celebro infinitamente", dice. "Pero hace como unos 5 o 6 años, Pepe comenzó a tener otras actividades. Tenía otra pareja también chilena que comenzó a visitarlo en EEUU, y yo sentí que me estaba quedando un poco afuera. Fuimos cortando de a poco y ya llegó el momento en que no es necesario ir a EEUU con tanta frecuencia. El año pasado fui con mi nueva pareja, Rodolfo, pero este año no iré ni sé cuándo vuelva a hacerlo", agrega.

Reinstalado definitivamente en Chile, el autor, quien también convive con VIH, es una de las cuatro voces detrás de Narciso fracturado, obra que hasta el 20 de julio se presenta en el GAM bajo la dirección de Jimmy Daccarett. Junto a los dramaturgos Juan Claudio Burgos, Bosco Cayo y Pablo Dubott, allí cuenta la historia de amor entre dos hombres (Freddy Araya y Nono Hidalgo) en una secuencia de cuadros, que va desde la noche en que se conocieron hasta la temprana muerte de uno de los dos.

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Imagen de Narciso fracturado, la obra dirigida por Jimmy Daccarett que hasta el 20 de julio se presenta en el GAM.[/caption]

¿Cómo se encuentra de salud?

Bien, súper bien en realidad. Me sigo tratando acá, pero perdí hartos beneficios cuando decidí no ir tan seguido a Nueva York y retomar mi vida en Chile. Allá está mi doctora, por ejemplo, pero también hay organismos que te apoyan mucho como Gay Men Health Crisis, donde te dan alimento y conoces de cerca otros casos similares. Aquí fue una suerte encontrar pareja a mi edad, que es bien difícil, pero también muy maravilloso porque es un apoyo incondicional y necesario.

En 20 años, cuenta, anotó varios nombres en un cuaderno hasta contar más de 40. Los arropó de recuerdos y de cosas que tal vez nunca dijo. Algunos ya habían muerto hacía tiempo, años, pero el futuro irremediablemente tenía pedidos a unos cuantos más. En ese "cuaderno de los muertos", como él lo llama, Jorge Marchant Lazcano levantó una animita en memoria de todos esos amigos suyos que el Sida se llevó.

"De igual manera tengo mis aprehensiones con el tema de la salud en Chile. Piensa que yo pertenezco a la generación más adulta en relación al tema del VIH. Fui notificado en 1995, mientras escribía la teleserie Estúpido cupido, pero es muy probable que me haya infectado en los 80. Muchos me dieron por muerto, y hoy efectivamente sería parte del grupo de los primeros que ya murieron", dice.

"Como varios otros, sobreviví a todas las terapias malísimas que tomamos inicialmente y que provocaron muchos problemas de salud, pero siento que todos esos pacientes de 50 años están muy descuidados. No hay un seguimiento de lo que sucedió o lo que va a suceder con ellos, y al parecer no existe ningún interés en ponerles un ojo. Los médicos te siguen tratando como si fueras un paciente de última generación, y las consultas duran máximo tres minutos por el hacinamiento que hay en los hospitales públicos en Chile. Por eso no es casual que en Narciso fracturado no haya ningún vínculo entre pacientes y médicos, pues casi no existen".

¿Qué piensa del aumento en las cifras de contagio de VIH en Chile, y cómo cree que se han llevado las campañas de prevención?

Sin duda esto iba a explotar en algún momento. Yo le echo la culpa principalmente a la estigmatización que ha tenido la enfermedad desde el comienzo. Durante 40 años le han metido el miedo a la gente a morir de Sida, y esa mirada no ha cambiado nunca. Es tan prejuiciosa hoy, como lo fue en 1985. Eso ha hecho que mucha gente, y probablemente muchos de los jóvenes que están infectándose, hagan el intento de distanciarse cuanto más puedan del tema por miedo a ser discriminados. El punto es que no hay que hacerse los tontos e ingresar inmediatamente a las triterapias, pues está comprobado que los pacientes indetectables no transmiten la enfermedad. El Sida y el VIH, que son cosas distintas, están llenos de lugares comunes: durante años nos hablaron de campañas de una sola pareja, de abstinencia y puras pelotudeces. O sea, cuánto tardaron en hablar de preservativos. Y ahí hay otro punto poco abordado en la discusión: el hecho de que un muchacho que se está iniciando en su vida sexual tenga el pensamiento de que durante el resto de su vida va a tener que tener sexo con condón, es un balde de agua fría y un peso tremendo encima. Quizás la comunidad científica se me vendría en contra si me oyeran, pero son puntos de vista que uno puede tener como escritor, como artista y como paciente de VIH desde hace casi 25 años. Yo no pienso en las cifras, sino en las conductas humanas, y eso es lo que aquí se ha olvidado. No hay que esquivar tampoco que las primeras víctimas del virus sí fueron homosexuales, y a mí me parece que ese es un punto de mucho orgullo. Sentir que cruzaste el momento histórico y que fuiste parte de este conflicto, es vivirlo en carne propia. Eso engrandece, a mi juicio, la enfermedad y el espíritu de quienes la padecieron y murieron además a causa de ella.

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Su última novela publicada a la fecha, Desconfianza (2017).[/caption]

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