La seriedad de los hongos mágicos

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Estos ensayos de Robert Graves revelan la vigencia de un autor original, provocativo e insoslayable.


Me temo que la obra del escritor inglés Robert Graves, tan eminente durante el siglo pasado, ya es poco visitada por la juventud de hoy en día. Sin embargo, como lo demuestran los magníficos ensayos de El paraíso universal, Graves trata temas que son y siempre serán del interés de los jóvenes: la ingesta de hongos mágicos, los acercamientos formativos y luminosos a la poesía, el machismo de la religión cristiana, el daño que la técnica y los negocios imponen sobre los oficios nobles, la picardía erótica de Ovidio. Por supuesto que Graves es un tipo de otra época, y probablemente de varias épocas a la vez, pero eso sólo lo convierte en alguien encantador. Y hay algo más: Graves trató mucho antes que nadie temas que hoy forman parte de la llamada actualidad candente.

Otro atributo que los jóvenes sabrán aquí apreciar guarda relación con esa actitud desfachatada e iconoclasta con que Graves se movía por el mundo antiguo, mundo que prácticamente fue su segundo hogar. La célebre democracia de Pericles le parecía falsa "y tristemente falta de honor político". Platón, a sus ojos, es un sujeto deleznable por haber excluido a los poetas de su república ideal. La afrenta, de hecho, le resulta intolerable: según nos informa Neil Davidson en el prólogo de esta edición traducida y corregida por Lucía, la hija de Graves, él se consideraba antes que nada un poeta, pese a que la fama universal le llegó a través de una estupenda novela, Yo, Claudio.

Fascinante es la cercanía que Graves documenta al principio del libro con Gordon Wasson, el genio de Wall Street que terminó convertido en la máxima autoridad de su época en hongos mágicos luego de trabar amistad con la mítica chamana oaxaqueña María Sabina. Fue Wasson quien discurrió un término clave -"enteógeno" (Dios adentro)- para despojar a los hongos psicoactivos de esa percepción infamante, de mera droga recreativa, que habían adquirido en los años 60. Wasson viajó por el mundo clasificando culturas y civilizaciones a partir del nivel de micofobia, el temor irracional a los hongos, que históricamente demostraron.

Graves, que ingirió el psilocybe heimii junto a Wasson, aportó a la causa de la etnomicología con valiosas conexiones históricas entre la Grecia antigua y el México precolombino: "El acto de comer bebés, una práctica no asociada con ningún culto griego salvo el de Dionisio, también figuraba (según los misioneros católicos) en los ritos aztecas de Tláloc para atraer la lluvia". Y un poco más adelante, concluye: "Es posible que, tanto en Grecia como en México, los 'bebés' que eran comidos en los cuadros sagrados fueran realmente hongos". Hoy en día ésta es la versión canónica.

En sus divagaciones en torno al genio, ubicadas hacia el final del libro, Graves vuelve a fustigar a Platón. La tan celebrada lógica del griego, opuesta a la imaginación liberadora que estimula el pensamiento poético, le parece sencillamente insoportable. Y a muchos de nosotros sus palabras pueden dejarnos pensando, sobre todo si las cotejamos con aquello que a diario nos entrega la llamada actualidad candente: "Aún hoy la mano muerta de Platón obliga a los estudiantes a pensar con lógica; a medida que más y más universidades van perdiendo su independencia al ser financiadas por el gobierno o por sociedades comerciales, el sistema de educación se vuelve cada vez más lógico".

El paraíso universal

Robert Graves

Saposcat, 200 págs.

$ 15.000

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