Joseph Zárate y las Guerras del Interior

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El autor peruano muestra con contundencia el doble sentido de "guerra interior": ocurre en el mundo rural y en la selva, pero también debería ocurrir al interior de cada uno de nosotros.


Quienes necesiten una razón más -como si faltara alguna- para confirmar la calidad de la crónica latinoamericana deberían leer Guerras del interior (Debate), el excelente libro del periodista peruano (1986), merecedor del Ortega y Gasset 2016 y el García Márquez 2018. Las crónicas largas que recoge el libro se enfocan en espacios alejados de la ciudad -los Andes, la Amazonía- y podrían leerse en sincronía con el trabajo narrativo de autores que han vuelto a centrar la mira en los desastres ecológicos en el mundo rural (Samanta Schweblin, Juan Cárdenas).

El libro de Zárate tiene un impulso político explícito, pues narra la devastación que el modelo extractivista está llevando a cabo en bosques, montañas y ríos, y el enfrentamiento valiente de algunos hombres y mujeres decididos a defender sus tierras y el medio ambiente. Con las mejores armas del periodismo de investigación y un gran sentido del ritmo narrativo, Zárate hace suyas unas palabras de Ribeyro y entiende la crónica como "la historia psicológica de una decisión humana"; su trabajo entronca con la notable tradición continental de una escritura de denuncia capaz al mismo tiempo de trascender su propio gesto combativo.

Zárate ha escogido un título apropiado: lo que está ocurriendo lejos de las ciudades latinoamericanas es una guerra que tiene como objetos del botín los recursos naturales que alimentan el capitalismo extractivista; la lucha es asimétrica, pues las corporaciones tienen como aliadas al Estado y a funcionarios corruptos en su despliegue coordinado contra ciudadanos indefensos. La campesina Máxima Acuña es desalojada de sus tierras a instancias de Yanacocha -la empresa minera de oro más poderosa del continente-, sin que la empresa tenga siquiera el permiso fiscal para hacerlo; el agricultor Edwin Chota, jefe de Saweto -una comunidad de 30 familias en la Amazonía-, se enfrenta a los taladores ilegales y descubre que "un funcionario, desde su escritorio en Lima, cedió por veinte años esas tierras sin averiguar quiénes vivían ahí. Los lotes entregados en concesión a [dos madereras peruanas] y el territorio de Saweto se superponían como una mano encima de la otra". Zárate se mueve hábilmente, va del retrato íntimo de los actores centrales del drama -la transformación del electricista Chota en defensor de un pueblo indígena que no es el suyo tiene ecos de El hablador de Vargas Llosa- a la mirada panorámica de lo que está en juego no solo para el Perú sino para un mundo en el que el saqueo de los recursos naturales tiene efectos fatales para el medio ambiente.

Guerras del interior no idealiza a los indígenas; la última crónica, "Petróleo", es fundamental para mostrarnos cómo los derrames de petróleo que contaminan la selva peruana no son vistos por algunos individuos y comunidades como una "calamidad" sino más bien como "una forma insólita de progreso": la gente se enferma, pero Petroperú debe contratarlos para hacerse cargo de los derrames. Yesenia González y su marido recibieron nueve mil dólares por cuatro meses de trabajo; "para ganar lo mismo en el puesto de jugos del mercado, ella habría tenido que trabajar diez años seguidos y ahorrar cada centavo". Osman Cuñachi, niño awajún, se sumerge en el petróleo para juntarlo a cambio de dinero; tiempo después, como le ha ocurrido a otros en su comunidad, muestra síntomas de estarse enfermando.

Zárate muestra con contundencia el doble sentido de "guerra interior": ocurre en el mundo rural y en la selva, pero también debería ocurrir al interior de cada uno de nosotros. Si no nos preguntamos qué queremos perder a cambio del progreso y la modernización ansiados, seguiremos permitiendo que vidas y culturas enteras y nuestro frágil ecosistema sean aplastados.

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