Gaspar Noé: "Desconfío de las películas que tienen buenas críticas"

Imagen Climax 3

El provocador director de Irreversible, con Monica Bellucci, retorna a salas esta semana con Clímax, filme premiado en Cannes sobre una fiesta fuera de control.


En el año 2002, la revista Newsweek se tomó el trabajo de medir el número de abandonos que una película tenía en su estreno. En realidad no era una labor tan compleja. Había una que ese año ganaba por paliza: Irreversible, del cineasta franco-argentino Gaspar Noé (1964). El filme que intercalaba durante 10 minutos la violación a una mujer y la golpiza que recibía un personaje con un extinguidor de incendios provocó el desmayo de tres espectadores, el silencio absoluto tras su exhibición y las siguientes palabras del influyente crítico estadounidense Roger Ebert: "Es tan violenta y cruel que la mayoría de la gente la encontrará imposible de ver".

Si lo que Gaspar Noé quería eran titulares, escándalos y provocaciones varias, Irreversible puede ser su película más exitosa. Protagonizado por Monica Bellucci y Vincent Cassel, el largometraje era contado desde el fin al principio, un truco narrativo que le permitía contar una noche de violencia en París.

Con cinco largometrajes en sus 20 años de trayectoria, Gaspar Noé se ha ganado la fama de ser un realizador virtuoso en términos formales, pero tosco y algo homofóbico en su elección de temáticas. Nunca, en cualquier caso, deja indiferente y así como en Irreversible indagó en la violencia, en la anterior Solo contra todos exploró la frustración de la clase trabajadora, en Enter the void (2009) mostró un viaje lisérgico y en Love (2015) se regocijó con el sexo. En todos los casos, alguien (o más de alguien) pierde el control.

Clímax, que entró ayer a salas chilenas, se basa en un luctuoso caso real ocurrido en Francia en 1996. Describe lo que pasa una noche de juerga cuando un grupo de bailarines toma excesivas dosis de sangría sin saber que contiene LSD. Todos pierden el control y puede pasar lo peor.

Es la película mejor criticada de Gaspar Noé desde Solo contra todos (1998) y se divide en extendidas escenas, con un plano secuencia (es decir sin corte alguno) que dura nada menos que 42 minutos. Además, la banda sonora es esencial, con música electrónica, hip hop, Daft Punk y Giorgio Moroder, entre otros.

Desde París, Gaspar Noé habla con Culto.

-¿Por qué los protagonistas de Clímax toman sangría?

-Porque de todos los tragos es el más inofensivo, está a mitad de camino entre el alcohol y la Coca-Cola. De adolescente hacía fiestas en el departamento de mis padres en Francia e invitaba a mis compañeros. Se entusiasmaban y después llegaban borrachos y en cuatro patas a la casa de sus familias. Después sus padres llamaban a mi madre para quejarse. Fue mi primera experiencia de descontrol colectivo.

-¿Por qué le interesó mostrar el descontrol en una fiesta?

-Porque a veces la gente hace cosas extrañas para divertirse. Se aburren de la rutina y no se toman dos tragos, sino que una botella entera para ver qué pasa. Y lo que pasa puede ser, a veces, catastrófico. He estado en muchas fiestas donde amigos toman demasiado, consumen mucha cocaína o fuman demasiados porros. He visto parejas re cariñosas que tras una borrachera desmedida sacan a la luz recuerdos inexistentes o se hieren con falsas historias. La pérdida de control es buena hasta que uno puede controlarla. Después de eso, te pasas al otro lado de la fuerza.

-¿Le sorprendió que Clímax fuera bien recibida en Cannes, donde ganó la Quincena de Realizadores?

-Un poco. En general desconfío de las películas que tienen tantas buenas críticas. Llegué a pensar que a lo mejor en Clímax había hecho algo mal. Creo que cayeron bien los bailarines, personajes en principio positivos y enérgicos, empáticos. En mis películas anteriores, había atormentados y losers, tipos antipáticos desde el inicio. Aquí, al menos, parten simpáticos.

-¿Es verdad que en principio quería hacer una película de catástrofes?

-Sí. Tipo La aventura del Poseidón (1972), donde todo se escapa de las manos. También me interesaba el género de zombies, hacer algo a lo George R. Romero o como Shivers (1975), de David Cronenberg, donde todo el mundo comienza a infectarse por un virus en un edificio. Pero en la misma época, a fines de 2017, me tocó presenciar un espectáculo de "vogue dance" en los suburbios de París. Era espectacular. A mí me encanta bailar, aunque soy muy malo. Nunca había visto algo así: la rapidez y los movimientos eran increíbles. Ni siquiera son bailarines profesionales. Había de muchas razas, todos de las calles. Me propuse hacer un documental, pero finalmente hicimos una película.

-¿Por qué la bandera de Francia aparece tanto en la discoteca?

-Puede ser un guiño quizás a que ahora se pusieron de moda las banderas y los nacionalismos en todo el mundo. El mismo deporte es un placebo para no ir a a la guerra. De un momento a otro todos los franceses amaban el año pasado a su selección cuando ganó el Mundial. A mí lo que me gusta de este país es que aún hay cierta libertad de expresión para hacer películas. No creo que en Alemania me hubieran dado plata para este proyecto. Ahora, si me lo dan, pongo la bandera de Alemania y estamos. Y eso que yo soy argentino.

-¿Cómo recuerda Irreversible (2002), su película más famosa?

-Me salió bien. La rodamos en forma cronológica, igual que Clímax. Hoy me pregunto cómo pude hacer un largometraje así, con dos actores tan conocidos en Francia como Monica Bellucci y Vincent Cassel. Me parece que había un poco más de libertad de expresión. Y viéndolo en retrospectiva, Ni Cassel ni Bellucci eran tan famosos en ese tiempo. Por otro lado, presenté un guión de apenas tres páginas y media a los productores y cuando la película estaba terminada ya era otra cosa. Habíamos tomado la historia por asalto. Como nos pasó con Clímax, Irreversible fue una experiencia colectiva que tuvo éxito. La única película que hice solo fue la primera, Solo contra todos.

-Solo contra todos era sobre un desempleado, ¿Qué opinión le merecen en ese sentido las protestas de los chalecos amarillos?

-Los veo todos los sábados en la esquina. Los entiendo en la medida que el mundo está cada vez más capitalista y los derechos sociales que se ganaron se están acabando. Estamos volviendo al siglo XIX. Cuando ves que en París la gente trabaja cada vez más para vivir peor, algo anda mal.

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