Martín Graziano: "Spinetta es un poeta y un músico de la concha de la lora"

spinetta

A siete años del deceso de acaso la alma máter del rock argentino, Martín Graziano, autor de Tigres en la lluvia (2017), libro que rescata las memorias de Invisible y de su disco El jardín de los presentes, habla con Culto sobre la importancia de Luis Alberto Spinetta: explica cómo llegó a escribir del Flaco, por qué escogió ese cedé, y repasa su obra. También analiza cómo ha cambiado la percepción de su figura después de su muerte. "Hay una idea de que era un artista masivo, pero nunca lo fue", dice.


Martín Graziano, de 38 años, periodista, escritor, melómano, estaba en lo de siempre —sentado, mate a la espera, trabajando una nota— cuando lo contactó Roque Di Pietro. El hombre ancla de la colección Vademécum, fusión editorial argentino-uruguaya, convencido después de leer un puñado de sus ensayos, en especial alguno de Fito, lo buscaba con un solo propósito: que escribiera un libro. La idea, le explicó, es que fuera dedicado a alguno de los discos clave de la música popular rioplatense.

—Y casi de inmediato dije El jardín de los presentes —recuerda Graziano—. La razón es un detective que siempre llega tarde, ¿viste? Le dije eso. Planteé ese disco sin pensarlo.

Pero sus dudas iniciales rápido se disiparon: el álbum que culminó la parábola grupal de Spinetta no sólo tenía muchas resonancias personales sino también una épica alrededor, una historia plausible de ser retratada en un libro.

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Descubriendo al Flaco

—Es raro, ¿no? Pero Spinetta era eso: una contraseña —concluye Martín Graziano, cuando rebobina la historia que lo acercó a la música del exAlmendra.

El registro del periodista, que puede no ser el más preciso, propone una primera coincidencia en 1987, a lo sumo 1988, cuando por las tardes volvía del colegio y se enfrentaba a un grafiti que rezaba: "Mi voz te llegará/ mi boca también". Sin saberlo entonces, esa frase que se le quedó grabada, y que ahora forma parte del epílogo de su libro como una anécdota imborrable, pertenecía a "Los libros de la buena memoria" de Invisible.

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Desde niño cercano al mundo de la música, sobre todo del rock y de las revistas, Graziano se fue aproximando más seriamente al catálogo de Spinetta un par de años más tarde, a través de amistades, aún en su etapa escolar. Era el modus operandi de la época.

—Me acuerdo que estaba en la baranda del colegio y me dicen "che, ahí abajo hay un pibe al que le gusta Pescado Rabioso". Había oído hablar de Pescado, pero nunca lo había escuchado en la época..., tenía 15 años y estaba como en eso —relata—. ¿Qué hacías? Te hacías amigo. Inmediatamente bajé, le digo, ¿te gusta Pescado Rabioso? Sí, bueno, listo, nos hicimos amigos, nos fuimos a la casa a escucharlo, cambiamos discos. Y así se armó nuestra sensibilidad.

Graziano, explica, respondía a otros tiempos: llegar a tener un cedé allí, en los ochenta, presentaba escenarios acaso lejanos versus los atajos que ofrecen los servicios de streaming hoy. "Cuando vos llegabas ahí, había una experiencia que posibilitaba que algunos resortes del disco funcionaran en vos. Lo que pasa es que lo comprabas y había una relación menos ansiosa, menos vertiginosa con los objetos culturales. Entonces, lo volvés a escuchar y volvés a escuchar, y en un momento determinado, ya estaba dentro tuyo", dice.

—Y hoy, ¿qué significa para ti la obra de Spinetta?

—Yo no tengo un afán, digamos, completista, no me considero fanático, que es una categoría que antes de su muerte era muy usual: el Spinetteano era un fanático radicalizado, un talibán. Pero, por otro lado, el oficio mismo en el que me formé me llevó a completar los mapas para poder pensar. Y en el caso de Spinetta siempre hay un disco para descubrir y uno para redescubrir. Uno para cada momento anímico, que te habla de una manera particular para un momento determinado de tu vida. Yo con Spinetta atravesé muchas etapas: al principio escuché los de Almendra y los de Pescado, después Invisible. Jade lo dejé medio para el otro período. Y después escuché los discos que fueron saliendo en la medida que yo vivía.

—Alguno te voló la cabeza...

—Un disco de cabecera total para mí es Téster de violencia. No lo puedo ni creer todavía. Ahí inventa un lenguaje directamente. Con humor, que es una cosa de la obra de Spinetta que suele quedarse a un lado. En Téster está el humor y la violencia de 1988: sale en un momento horrible de la Argentina, cuando la primavera democrática alcanza su ocaso, con los levantamientos militares, la hiperinflación. Y Spinetta, en ese contexto, con cosas que le pegan de cerca, como la muerte de las tías de Fito y demás, rescata esa frase de Fito: "Todos somos un téster de violencia", lo mezcla con Foucalt a la suya y termina saliendo ese disco que, para mí, hoy es como "el" disco.

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El libro de la buena memoria

¿Por qué elegir un disco que recién compré en 1997?, se preguntaba Graziano.

Libros que abordaran la vida y obra del Flaco, para entonces, había un montón, incluyendo clásicos como Spinetta: Crónica e iluminaciones (1988) de Eduardo Berti, algunos de corte más ensayístico y otros cuantos más biográficos, como Una vida hermosa (2015) de Miguel Grinberg. Varios, además, eran los que llegaban a cruzarse en datos e historias. Su misión, en ese contexto, además del quiebre temporal que implicaba investigar a Invisible, y que ya suponía un cambio, era poder ensayar un texto más cercano al género narrativo, mayormente periodístico.

Afortunadamente desde un inicio, al margen de su cualidad estética, Graziano encontró en El jardín de los presentes un material poderoso por una serie de elementos: el año de su publicación y del golpe militar, 1976, clave en la historia argentina; las influencias borgeanas y de Piazzolla; la mezcla de géneros, y el arribo de un cuarto integrante a la banda. Fue, también, el álbum que dio por cerrada esa suerte de aventura grupal de Spinetta. "Teníamos toda esa cantidad de pistas alrededor del disco y de lo que podía ser el libro. Y cuando empezó la investigación, arboreció en mil direcciones diferentes", dice.

Otra vez: ¿por qué Invisible y por qué El jardín de los presentes?

—Lo que surge de la parábola de Invisible, es que es un grupo, digamos, que asciende desde la abstracción total que significa el primer disco, que aún hoy es un enigma irresoluble para el rock argentino, un disco que adoro. No podría decir cuál me gusta más, pero es una locura. Canciones como "El diluvio y la pasajera", de algún modo, ya decirle canciones es encuadrarlas: no se sabe de dónde empieza, dónde está la punta del ovillo para componer algo de esa clase.

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El periodista, también autor de Cancionistas del Río de la Plata (2011), en 2007 publicó Estación imposible: Periodismo y contracultura en los 70: la historia del Expreso Imaginario, investigación que le aseguraba un conocimiento acabado de la prensa y el circuito de la época.

—Después de la escalada de abstracción que significa Durazno sangrando, como disco, que es asimétrico, difícil de metabolizar, con una suerte de suite central y dos o tres canciones..., después de eso, Spinetta muy curiosamente, en el momento en que todos estaban complejizando su lenguaje formal, y él que había sido el maestro justamente de eso, elige volver a la canción.

—¿Cómo "volver a la canción"?

—Era un momento en que todos estaban quemando agendas, en el cual todos estaban pasando a la clandestinidad, en el cual se estaban cortando los lazos y la gente no se podía reunir en sitios públicos, recordemos el estado de sitio desde el 74. En ese momento Spinetta, un artista tildado de abstracto, decide la comunicación pura. Eso es un giro interesante. No son muchos los momentos en la obra de Spinetta en la cual se produce de manera tan rotunda el gesto de la comunicación.

—¿Hay alguna explicación para que El jardín de los presentes marcase el final de la parábola grupal del Flaco?

—Es bastante razonable. Spinetta venía, para entonces, en permanente crisis con el mundo del rock. Ya en el 73 había editado Rock: música dura, la suicidada por la sociedad, que es un manifiesto que se reparte durante la presentación de Artaud, donde él casi como una de metacrítica dentro del rock, empieza a cuestionar algunos valores y a replantearse algunas cosas. Empieza a estar un poco de vuelta de lo que se llamó el circo porteño del reviente. Es el año en el que él dice "cuídalo de drogas, nunca lo reprimas", el año en el que sienta las bases de lo que va a ser su familia el 73, y digamos, eso, al final de la parábola de Invisible, se refuerza: en diciembre del 76, Miguel Grinberg le hace una entrevista histórica que se publica en el libro Cómo vino la mano. A Spinetta se lo encuentra como en crisis, cerrando su parábola con Invisible y cuestionando duramente los orígenes del rock argentino, algunos vicios, productores con nombre y apellido, incluso hasta su propia obra, en un momento dice que "Sombra de la noche negra", de Pescado Rabioso, le parece una aberración, muy autocrítico.

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—"Ya se ven los tigres en la lluvia". ¿Por qué definiste, en esa frase, el título?

—Directamente apareció eso. Es el desenlace de "Los libros de la buena memoria", una canción armónicamente circular, mántrica y que, cuando llega a ese punto, Spinetta, en lugar de cerrarla, la abre. La canción cierra con una imagen: los tigres en la lluvia, que por otro lado es una imagen muy borgeana, pero también remite a la cosmogonía oriental. Si no me equivoco en El secreto de la flor de oro se revela que, en un determinado estadio de la meditación, un estadio de Satori, la imagen que se aparece son los tigres en la lluvia. Es como haber alcanzado una pequeña iluminación cotidiana. Y por otro lado, también, Tigres en la lluvia me resonaba a estos guerreros poéticos en un contexto adverso, como era el de la dictadura militar, civil argentina, económica. A estos cuatro tipos, de un modo, envueltos en esa niebla.

El flaquito

Cada 8 de febrero, desde 2012, la figura de Luis Alberto Spinetta pareciera crecer más y más. A siete años de su deceso, se volvió acaso común una suerte de cristalización de su obra: la reafirmación de su valor en los orígenes del rock trasandino. Graziano, sin embargo, no está de acuerdo con ese fenómeno.

—Es medio particular lo que se está viviendo con Spinetta después de su muerte. Yo trato de evitar la idea del artista iluminado…

—¿Por qué?

—No me gusta cristalizarlo porque se pierde en este afán de alba, de aurora, de luz, de alma, que aparecen tanto en su obra. Cuando se habla de él, se habla en esos términos, casi religiosos. Y que, por otro lado, terminan despreciando toda una parte de su obra que es como mucho de la calle, más humorística, absurda. En las entrevistas, uno se da cuenta: el humor estaba a flor de piel, cuando entrevistas a gente que lo conoció, cuando hablas con ellos, te das cuenta que Spinetta era un cago de la risa y eso está en las canciones.

—¿Y por qué está tan presente esta idea?

—Horacio Buscaglia, que es un poeta militante activista uruguayo, decía "qué sponsor la muerte". Y sucedió eso: hasta su muerte, Spinetta era visto como el artista para sibaritas. No es que fuera así, pero era la idea que tenía una parte del público. Que a Spinetta no lo entiendo, no sé. Después de las Bandas Eternas y después de su muerte, también con esos compilados de YouTube, con esos randomizados que parecen decantar la parte más amable de su obra, que se consume de un modo no historizable, se cristaliza la idea del "Flaquito", que es lo que está dando vueltas ahora. Está la idea de que Spinetta era un artista así, masivo, popular.

—¿No lo era?

—El último recital que dio Spinetta no estaba lleno, ni mucho menos. Yo recuerdo de ir a ver la presentación de Pan, que es su anteúltimo disco (2005), en La Trastienda, un lugar muy chiquito, mientras al mismo tiempo estaban tocando las bandas en River. Spinetta cortaba, no sé, 400 tickets con toda la furia. Y su disco nuevo recibió una atención moderada, muy sujeta a su círculo muy fiel de seguidores. Ahora hay una idea de que era un artista masivo, pero nunca lo fue. Y no es un juicio de valor, no me parece ni mejor ni peor: estoy diciendo que va cambiando la percepción que se tiene de un artista después de su muerte.

—No son pocos los que dicen que Spinetta es único, irrepetible...

—Sí, es único Spinetta. Es, como dicen los americanos, one of a kind. Medio difícil ponerlo o ha costado ponerlo en la tradición o en la cadena de músicas y de poesía y de cultura argentina, porque desde ambos puntos de vista…, inventaba acordes, palabras, entonces vos decís ¿de dónde nació este tipo? Es como medio extraterrestre, hasta por su rostro tan especial, su forma de hablar tan especial, la cadencia de su habla tan imitada.

—¿Qué predomina en su obra: su poesía o su música?

—Soy bastante radicalizado, no hay forma de deslindarla una de la otra. Bueno, hay formas pero en el caso de Spinetta es bastante evidente que no conviene hacerlo: hay letras que son su sonoridad. No olvidemos que Spinetta era propenso a cambiar la acentuación de las palabras, que estaba sumida la música o a la melodía o a inventar palabras, verbos, permanentemente estaba en esa búsqueda. En el comunicado después de que se filtra su enfermedad, él dice "no paniqueen", que es un verbo que está en uso ahora, pero en ese momento era un tipo grande utilizando un verbo que podía ser de un pendejo, inventándolo casi. No conviene hacerlo, eso puedo decir. Aunque, si querés verlo así, es un poeta de la concha de la lora y es un músico de la concha de la lora.

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