El arte mapuche contemporáneo y la obstinada defensa de sus orígenes

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Paula Baeza Pailamilla tejió por dos meses con otras mujeres mapuche un textil que luego exhibió en la Plaza de Armas.

Una muestra colaborativa en el Museo de la Memoria reúne la obra de Bernardo Oyarzún, Sebastián Calfuqueo y Paula Baeza. Como otros artistas de pueblos originarios, la obra tiene carácter político, pero se deslinda del panfleto.


Mayo de 2017 fue un hito para el arte mapuche contemporáneo. Por primera vez en su historia, un creador de este pueblo originario llegó a Venecia para representar a Chile en la Bienal de Arte más importante del mundo. Bernardo Oyarzún (1963) aterrizó en el pabellón nacional con la instalación Werkén . Se trató de 1.300 máscaras (kollón, en mapudungun) talladas por artesanos mapuches que se combinaban con 6.907 apellidos originarios como Curalaf o Lauquén y que corrían por una larga cinta de letreros LED. Fue una oportunidad única para el pueblo mapuche en una vitrina mundial.

"Werkén fue el momento de esplendor de un trabajo muy intuitivo sobre mi origen mapuche que empecé a fines de los 90. Está relacionado con el tema de la ritualidad porque el kollón es un puente entre el mundo real y el mundo espiritual. El kollón es la protección del machi. Y esa conexión espiritual en mi trabajo ahora se ha intensificando", dice Bernardo Oyarzún, sobre la instalación que se exhibirá en el MAC de Valdivia hasta marzo.

Pero en Santiago y hasta el 25 de febrero, el artista exhibe la obra Kawin Kurra en la muestra Memorias Rebeladas/Reveladas, que se desarrolla en el Museo de la Memoria. Es una instalación donde Oyarzún reproduce y muestra su viaje con el machi Jorge Quilaqueo desde el volcán Llaima a Puerto Saavedra, donde hicieron diversos rituales. En el museo, el artista dispuso piedras traídas desde el volcán Llaima para aludir las ceremonias, que a su vez se presentan en una pantalla led y proyectadas al muro.

"Fueron días de mucha conversación y aprendizaje con el machi, pero también existe la impotencia de no poder llegar al 100% del conocimiento, porque no hablo bien el mapudungun, y siempre hay algo que se escapa", dice Oyarzún, uno de los primeros artistas que se destacó en el circuito contemporáneo con una obra que hablaba de su ascendencia mapuche sin caer en el proselitismo.

Los artistas originarios

En los últimos años una gran cantidad de creadores de origen mapuche han ido ganando terreno con propuestas que muestran a una comunidad donde las reivindicaciones históricas se mezclan con la ineludible realidad del momento.

Está, por ejemplo, la primera película de la cineasta mapuche Claudia Huaiquimilla, Mala junta (2016), historia de un muchacho de Santiago que está a punto de caer en el Sename con otro que sufre bullying por ser mapuche. El bailarín y coreógrafo Ricardo Curaqueo Curiche presentó el año pasado en el GAM su obra Malen donde puso en escena a 16 mujeres de entre 9 y 70 años, para plasmar la tradicional transmisión del saber que realizan las mujeres en la cultura mapuche. También destaca el rapero Jaime Cuyanao, conocido como Waikil, quien canta en español y mapudungun y ha editado nueve discos con su banda Wechekeche.

"Hay algo muy potente que está sucediendo en Santiago donde hay un montón de comunidades periféricas; una neocultura mapuche urbana que se está construyendo con fragmentos de ambos lados y que de a poco está activando una memoria que estaba dormida", advierte Oyarzún.

En las artes visuales también hay sangre nueva: dos artistas jóvenes mapuche comparten espacio con Oyarzún en la exposición del Museo de la Memoria. Paula Baeza Pailamilla (1988), exhibe un textil negro desarrollado en colaboración con otras mujeres mapuche en homenaje a Macarena Valdés, activista de la misma etnia que fue encontrada muerta en 2017 en su casa en la precordillera de la región de Los Ríos. Hasta hoy no se aclara si fue suicidio o asesinato. "Vivimos una época tan violenta para el pueblo mapuche, que no quise reproducir más violencia. El tejido para mí es lo contrario: es resistencia, ternura, es estar en una lógica de diálogo afectiva", dice Baeza, quien también trabaja con su propio cuerpo realizando performances en espacios de arte y en la calle. "No es un deber tratar este tema por ser mapuche. Surge como una urgencia y una contingencia social, es una necesidad desde mis memorias", dice.

Baeza es parte del colectivo feminista mapuche Ragñintuleufu, del que también es parte Sebastián Calfuqueo (1991), quien participa en la muestra con varias obras colaborativas. Ahí destaca Chumkaw no rume ngoymalayaiñ (Jamás olvidaremos) compuesta por retratos, de tierra y resina, de mapuches muertos en democracia, entre ellos Camilo Catrillanca. También está Tuwün donde reúne objetos de cerámica que simulan ser de plata, creados por él y otros artistas mapuche y que apelan al sincretismo de la orfebrería de este pueblo con la española.

Calfuqueo también se ha hecho conocido por trabajar con su identidad sexual y la discriminación a varios niveles. Ya ha exhibido en el Museo de Bellas Artes, galería D21 y Matucana 100 y en 2018 ganó el premio de la Fundación Artes Visuales Asociados. "Creo que es importante reivindicar políticamente las identidades que uno tiene. Lo mapuche ha sido una búsqueda y un reencuentro con mi propia identidad, pero para mí también es importante reivindicar mi condición como sujeto no heterosexual, más que solo mi identidad racial. El arte tiene un potencial político, no obstante, la historia del arte se ha construido también desde la hegemonía del hombre blanco, heterosexual y colonial", resume Calfuqueo.

*Crédito foto: Lorna Remmele.

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