Los futuros perdidos

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Según el filosófico pop Mark Fisher, una de las características de nuestra época es que hemos agotado nuestro futuro. Consecuencia de la simultaneidad temporal que ofrece Internet, este fenómeno se puede entender a partir del cine y la música producida en décadas pasadas (60, 70, 80), versus lo que se ha hecho desde el 2000 en adelante.


1977. George Lucas estrena Star Wars. No es una película per se futurista. Al contrario: es una cinta que busca por una parte infantilizar (el escritor J.G. Ballard decía que Star Wars no era más que una historia sobre "hobbits en el espacio"), recurrir a cierta melancolía espacial (Hace mucho tiempo, en una década muy, muy lejana…) y manosear el arquetipo del llamado del héroe de Campbell (Luke Skywalker como espejo del joven en crecimiento).

Star Wars es la primera de una serie de cintas que mostró un futuro que ya parecía un poco desgastado. O levemente nostálgico. Y desde entonces que más y más películas mostrarían posibles futuros.

La lista es larga, claro. Especialmente en la década de los 70 y 80.

Alien.

Solaris.

Encuentros cercanos del tercer tipo.

Terminator.

La naranja mecánica.

RoboCop.

Tron.

Y así.

Hasta que un momento todos esos futuros quedaron obsoletos; es decir, los años en que esas películas estaban ambientadas pasaron por nuestros calendarios.

Es lo que sucederá, por ejemplo, con Akira de Katsuhiro Ōtomo el año entrante. Basada en un manga del mismo nombre, en la adaptación le seguimos la pista a unos jóvenes pandilleros en moto. El año en que se ambienta es 2019. Y para entonces la humanidad ha pasado por una tercera guerra mundial; una bomba arrasó Tokio, ciudad ahora llamada Neo-Tokio. Y claro: estamos a punto de entrar el año 2019 y nada de lo que Akira proponía se ha cumplido. Nuestra realidad no es Cyberpunk. Y Tokio no es Neo-Tokio.

Mientras pasen los años, cada vez más Akira quedará desfasada de nuestra realidad.

"El problema de nuestros tiempos es que la palabra futurismo ya no tiene ninguna conexión con el futuro que la gente en realidad espera", escribió Mark Fisher en su blog. "Tenemos que inventar un nuevo futuro".

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Nacido en 1968 en el Reino Unido, Fisher fue antes que todo y nada un ensayista. Un comentador de nuestra cultura y política. Y de cómo estos dos se mezclan y distancian. Era académico, pero de esos pocos académicos que salen de la burbuja academia e intentan conectar con el mundo no-académico. Fisher lo hacía a través de la cultura popular. Escribió sobre la música electrónica, así como el pop (tiene un libro entero sobre Michael Jackson), y también se explayó largamente sobre programas de televisión o cintas como Breaking Bad y Wall-E, entre otros.

Pero puede que uno de sus mejores legados sean sus ensayos sobre esos futuros que han quedado obsoletos, que hoy parecen fantasmas de nuestra cultura.

Mark Fisher llamaba a este fenómeno "la lenta cancelación del futuro". No era un término suyo (si no de Franco "Bifo" Berardi, otro académico), pero lo usaba en sus libros. Y en su blog, el cual por muchos años fue un lugar de encuentro para amantes de la música. Y en sus conferencias que hoy son cada vez más vistas en YouTube, especialmente luego de su muerte.

"La lenta cancelación del futuro ha sido acompañada por una deflación de expectativas", escribió en su libro Los fantasmas de mi vida. "El sentimiento de tardanza, de que nos ha tocado vivir luego de la fiebre del oro cultural, es tan omnipresente como despreciable".

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En los setenta el término futurista significaba sintetizadores. En los ochenta secuenciadores y montajes. Y en los noventa música electrónica como house, rave y jungle. Algo sucedió al entrar al nuevo siglo (y milenio): el futuro se estancó.

Una de las razones que Fisher da es la web. Hoy toda la música de los sesenta y setenta y ochenta y noventa está a un clic de distancia; es decir, hoy convivimos con otras décadas. Más que nunca, el pasado está a nuestra disposición.

"En 1981, los años sesenta parecían estar mucho más lejos que hoy. Desde entonces, el tiempo cultural se ha replegado, y la impresión de desarrollo lineal ha dado paso a una extraña simultaneidad."

Fisher argumenta esto a través de varios ejemplos. En su libro, Los fantasmas de mi vida, cuenta cuando escuchó por primera vez Arctic Monkeys: pensó que eran una banda garaje de principio de los 80. "Es fácil imaginarlos en un show, en esa época. No sería extraño para el público ochentero ver a una banda como los Monkeys", escribe.

Lo mismo dice del cover que Amy Winehouse hizo de "Valerie" de la banda Zutons. Al escuchar la versión de Winehouse, en un mall, Fisher cree que la banda original, los Zutons, son los del cover. "Obviamente no me costó darme cuenta de que ese sonido soul y sesentero era una simulación", dice. Y luego agrega: "Tanto los Arctic Monkeys como Winehouse están musicalmente en un limbo, no se encuentran ni en el pasado ni en el presente, sino en una era atemporal; su música proviene de los 60 atemporales y de los 80 atemporales".

Aunque hay casos al revés. Ya que estamos en una época de simultaneidad, puede que grupos antiguos se ajusten a nuestra sensibilidad. "Si Joy Division tiene relevancia hoy más que nunca es que porque su música captura el espíritu depresivo de nuestros tiempos".

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"Una de las fallas de este siglo es que todavía no comienza", dice Fisher. "En vez de esa idea militante del modernismo en que culturalmente avanzamos al futuro, ahora la sensibilidad temporal parece ser polimorfa y reclusa".

A parte de la ubicuidad de la web, otra de las razones tras la cancelación del futuro es la política: el capitalismo tardío, es decir el capitalismo post-caída del Muro de Berlín y la USSR. Como sistema, dice Fisher, el capitalismo tardío no ofrece más que una opción: "30 años de este sistema nos han convencido de que no hay alternativa; que nada cambiará".

De esa forma, al estar inmersos en un presente que no permite otras opciones (otras utopías políticas), el futuro se cancela.

"Luego de 1989, la victoria del capitalismo no ha sido raptar el futuro, sino negar que exista un futuro posible".

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No deja de ser inquietante que Fisher se haya borrado. Que, de alguna forma, haya preferido no tener un futuro. El 13 de enero del 2017 Mark Fisher se suicidó y con eso, una de las mentes más interesantes en cuanto a pensamiento crítico y cultura popular (alguien que habla la soledad musical bailable de Drake y el vacío que causa el sistema capitalista), se esfumó. Antes de morir Fisher estaba trabajando en un libro titulado Comunismo ácido: este, en base a las páginas que dejó, investiga entre otras cosas la opción socialista de Salvador Allende, la cual, vista desde hoy, es otro de esos futuros obsoletos (y de ahí, puede ser, la obsesión retro con Synco, el proyecto digital de la U.P).

"Hoy no tenemos el futuro, sino upgrades", escribió Fisher en su blog, el cual hoy flota solitariamente en la web. Es una idea tan cierta como tenebrosa: el presente como un constante upgrade. Como el teléfono que llevamos en nuestros bolsillos. Uno que cada seis meses queda obsoleto, se reemplaza por otro que ofrece mejorías leves, queda obsoleto; y así sigue el ciclo. Aunque en realidad es el mismo teléfono.

Mark Fisher nos dice que lo que solía ser un futuro, uno con algo de esplendor, hoy no es más que un presente con upgrades.

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