La mano que ensaya

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La mano que mira es la primera publicación en Chile del escritor Juan Cristóbal Mac Lean (Cochabamba, 1985) y reúne prosas y ensayos publicados en medios como Página Siete, de La Paz, y los libros Cuaderno y el inédito Añawami.


"El sueño", escribe Barthes en El imperio de los signos, "conocer una lengua extranjera y, sin embargo, no comprenderla: percibir en ella la diferencia, sin que esta diferencia sea jamás recuperada por la socialización superficial del lenguaje, comunicación o vulgaridad". Estos apuntes, a medio paso entre el ensayo y el diario de viajes y publicados en 1970, muestra a un Barthes profundamente conmovido por un lenguaje que se le escapa. El japonés, su sistema de signos, aparece como un monstruo enorme y fascinante en su otredad, si me permiten el cliché. Como si los personajes de Lovecraft, enfrentados a aquello que no pertenece a este mundo encontraran en esa desestabilización una oportunidad para el goce.

Los ensayos de Juan Cristóbal Mac Lean (Cochabamba, 1958) son una búsqueda de eso otro, del puruma, palabra aymara que señala "ese lugar de la periferia y las tierras desérticas o en barbecho, ese espacio de penumbra alejado de las comunidades, cercano a los espíritus, los demonios, los saxra y los ojos de agua; la pampa". Sus temas son eso: los bordes, los límites del lenguaje, de la traducción, de la comunicación. Por eso la poesía china, los animales —lo animal, para ser más precisos—, el Trilce de Vallejo y su set de palabras extemporáneas o una tumba abandonada de camino a Quillacollo.

Ubicado en esa zona intersticial, Mac Lean se entrega al devaneo, al ensayo como paseo y deriva. No está de más decir que Martín Cerda —viejo peso pesado de los circuitos locales— habría gozado de sobremanera con los materiales que componen La mano que mira: estos textos son, si nos atenemos a su definición del género, prolongaciones de lecturas, pero también una especie de ordenamiento más o menos aleatorio y fragmentario de una obsesión. Escribe Cerda citando a Lukacs: "la ironía del ensayista consiste en estar aparantemente siempre ocupado de libros imágenes, objetos artísticos o cosas mínimas, cuando, en verdad, está siempre hablando de esas 'cuestiones últimas' de la vida que (…) lo preocupan, inquietan o atormentan".

¿Y cuáles son estas cuestiones últimas? Pues ya lo adelantamos: los bordes, los afueras, el puruma. En su "Galería de animales", por ejemplo, anota: "Los animales son del mismo país al que pertenece la infancia. De ahí que los juguetes en formas animales, persistentes en todas las culturas de la tierra, testimonien de la profunda fascinación del niño ante los animales. Podría jugar con ellos interminablemente la vida entera". O este otro: "Uno debiera fechar, recordar, todos sus encuentros con animales.

Cómo fue su primera vaca. Cómo fue su primer sapo. Y los insectos que poblaron vastos territorios de la infancia.

Los caballos en el circo, el león en el zoológico, el gorrión en el jardín; pero está también el animal feroz, y nunca visto, que acecha por la noche, el que aguarda junto al ojo de agua".

La poesía china es otro puruma donde Mac Lean se mueve a sus anchas. Su revisión de la tradición oriental, de la mano de Pound, Fenollosa o Simon Leys, le sirve como contrapunto para examinar los vicios de Occidente, merodear —siempre desde afuera o buscando ese afuera— el legado del romanticismo o las dificultades que entraña la traducción de esa escritura lejana, tan otra ("signos garabateados cuatro mil años atrás por un chamán sobre el caparazón de una tortuga").

Vale la pena detenerse, por ejemplo, en este pasaje en torno a esa idea tan cara al mundo occidental —y en donde se solazan con tanto gusto mirones, adictos a la pornomiseria, entre otros— del "genio poético": "Otro mito poético-occidental y de orígenes románticos, es el que se complace en emparentar inspiración y sin-razón, como cuando el Apolo de Hölderlin roza a éste en su viaje a Burdeos y luego le sobreviene la locura". A contrapelo del mito del poeta maldito, la idea oriental de que "la iluminación, o la poesía, pues, no necesariamente queman a quienes se ejercitan en ellas o están en su camino, así como tampoco jamás se trata de ninguna profunda esencia de nada". Y cita este bellísimo fragmento de Dogen: "El hombre iluminado es como la luna, que se refleja en el agua [literalmente: mora, habita]: la luna no se moja, y el agua no es perturbada".

La publicación de La mano que mira coincide con el trabajo que tanto Marginalia Ediciones como Libros del Cardo están llevando a cabo para difundir literatura peruana y boliviana. Países fronterizos que a ratos parecen ser más lejanos —más afuera, digamos— que Europa o el país del norte.

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