Laurence Debray: "Siempre es difícil para los padres ser juzgados por sus hijos"

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La historiadora y periodista Laurence Debray (1976) toma distancia de los radicalismos.

En su libro Hija de revolucionarios retrata a sus padres, Régis Debray y Elizabeth Burgos, quienes fueron muy cercanos a Fidel Castro y el Che Guevara.


Retrato de niña con rifle. Hija de revolucionarios, de Laurence Debray, llega estos días a los escaparates locales exhibiendo en portada una foto de la autora cuando rondaba los 10 años, en 1986, vistiendo un conjunto amarillo de falda y blusa. Fue tomada en Varadero, donde la parisina integró un campamento de jóvenes pioneros comunistas, a instancias de sus padres, dos exrevolucionarios en su minuto muy próximos a Fidel y al Che: el francés Régis Debray y la venezolana Elizabeth Burgos (ambos, igualmente, hijos rebeldes de familias acomodadas y tradicionales).

¿Cómo fue que esta pionera con rifle, hija del teórico marxista del "foquismo" guerrillero, se convirtió en analista financiera de Wall Street, en biógrafa del rey Juan Carlos de España y en cronista de las vidas de quienes la enviaron al mencionado campamento? De eso tratan, en parte, las 284 páginas de este libro: de cómo alguien se constituye en oposición a sus padres, aunque agradecida de que le hicieran posible pensar por sí misma.

Pero, antes de eso -al teléfono y en castellano-, la autora advierte que Hija de revolucionarios fue una vía para llegar a entenderlos y, por qué no, para que ellos la lleguen a entender (ambos recibieron una copia de prueba del libro, antes de su impresión, y ninguno pidió parar las prensas). "Mis padres son para mí unos extraterrestres y, para ellos, soy una extraterrestre, también", concluye.

Hija rebelde de dos arquetipos del hijo rebelde, se considera hoy "impermeable a la mística de la lucha y de los mañanas gloriosos". Los ideales, prosigue, "no me hacen soñar". Cuando la propia identidad de sus padres se construyó sobre la base del ideal de la revolución -sacra, intransable e inevitable-, solo queda esperar el choque entre los mundos. Pero no solo eso.

Ternura, perplejidad, sorna, candor, resentimiento. Todo va decantando en una obra el juicio a unos padres muchas veces distantes, si no ausentes (más el papá que la mamá), tiene para Debray hija algo de inevitable: "Siempre es difícil para los padres ser juzgados por la generación posterior, por sus hijos", comenta a La Tercera. Pero los suyos, remata, "lo tuvieron que aceptar".

El relato de esta historiadora y periodista es el de una votante de Macron en primera y segunda vuelta. El de una madre de dos hijos que cree en el orden, en la racionalidad y en la evidencia, y que toma buena distancia de todo jacobinismo (partiendo por el de Jean-Luc Mélenchon, el líder de Francia Insumisa, el mismo que le habló feo en un programa de TV a propósito del chavismo, que él defiende y ella aborrece).

Funciones de un libro

Escribe Laurence Debray que en algún momento, para protegerse, consideró a sus padres "los héroes de una película de aventuras cuya historia, romántica, complicada y a veces dramática, acababa bien gracias a mi nacimiento [en 1976]". Elizabeth Burgos y Régis Debray se conocieron en Caracas, en 1963: ella, militante comunista que creía en la penetración guerrillera en un país donde la democracia daba sus primeros pasos; él, un egresado de la prestigiosa Escuela Normal Superior, y uno de quienes "se aferraron al proyecto revolucionario para dar sentido a su vida". Menos viable este proyecto en Europa que en Sudamérica, viajaron por el subcontinente durante 18 meses: estuvieron en Bogotá, en la casa quiteña de Guayasamín, en una cárcel de Lima, en la peña santiaguina de los Parra, también en Praga y en París, antes de partir a La Habana.

En la isla aspiraban a convertirse en revolucionarios profesionales. La pluma, el compromiso y la aplicación teórica de Debray, apunta su hija, fueron una ganga para Castro, que supo devolver la mano: "No pagaban en ninguna parte. Eran rehenes voluntarios de lujo. Vivían a cargo del régimen (…) como niños que subsisten gracias a sus progenitores, a merced de las más mínimas muestras de generosidad y castigo".

En algún punto, Guevara abandonó el trabajo gubernamental y se fue a expandir la revolución. A África primero, y luego a Bolivia, persuadido de que los campesinos se sumarían. Es 1967: Debray cae antes que el Che y es condenado a 30 años de cárcel. Su compañera venezolana se casa con él en la misma cárcel y su madre logra que el propio De Gaulle realice gestiones en favor de su liberación, que se produce a fines de 1970. Debray partió entonces a Chile, donde tuvo una célebre conversación con Salvador Allende. "Mi padre era el portavoz de la revolución cubana, y a lo mejor Allende no vio lo que iba a pasar", comenta, a propósito del estilo "entrador" de su padre con el recién asumido Allende.

Instalados más tarde en Francia, la pareja no necesariamente siguió los rituales burgueses del matrimonio, pero tuvieron una hija. Una niña que conoció privaciones cuando las cosas no andaban bien para los papás (cuadro que no varió tanto a partir de 1981, cuando Debray padre se convirtió en asesor de François Mitterrand), pero que pareció compensar con largos períodos junto a los abuelos paternos. Tiempos de viajes a Venecia, de espectáculos de ballet en el teatro Garnier, de una cama con edredón de satén.

En retrospectiva, Debray hija se forma la convicción de que, aunque hayan vuelto a la vida legal, sus padres nunca podrán deshacerse de ciertos rasgos de carácter: "Predican, dividen, esconden, conspiran, seguros de su superioridad intelectual". Así y todo, tiene bastante para agradecerles, partiendo por el solo hecho de permitirle conocer gente que fue importante en su formación, entre ellos Jane Fonda, Simone Signoret y Roberto Matta. El pintor chileno fue su padrino, además de un revolucionario a su manera: "Nunca se planteó coger las armas e ir a Bolivia con el Che; tenía su forma de luchar con el arte", comenta la ahijada, quien lo recuerda como un ser que abarcaba todos los territorios.

Terminada la larga vuelta que supuso escribir un libro para llegar a entender y a entenderse, Laurence Debray entregó una mirada personal que dialoga, de algún modo, con lo que su padre pr oveyó al publicar La República explicada a mi hija (1998), donde escenifica una conversación entre ambos. A este respecto, ella se explica desde las relaciones padre-hija: "Siempre tuve conversaciones un poco filosóficas o políticas con mi padre; nunca tuve relaciones personales". Y añade sobre las funciones inhabituales del libro : "Somos muy malos para hablarnos y para amarnos, así que nos comunicamos a través de libros. Las respuestas son un poco largas, pero así funcionamos. Cada familia tiene sus trucos". Y remata con algo que aprendió tras esta experiencia: "Entendí que me dieron muchas cosas, pero que las usé de manera diferente".

Hija de revolucionarios

Laurence Debray

Anagrama, 2018

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