Morrissey: no queda más que la nostalgia

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La selección de temas hizo varias excepciones a algunos de sus mayores clásicos. Estuvo amable y relajado incluso cuando un fan lo tironeó y casi lo hizo caer, pero tenemos mejores shows para evocar.


Se abren las puertas al término del concierto en el Arena Monticello y lo primero que se divisa es un letrero de Burger King como si fuera una broma a Morrissey y su letanía contra la carne que esta vez lo animó a enviar una carta a Junaeb sugiriendo cambios en el menú escolar. Así es el astro británico de 59 años, opinante de cuanto sucede en el mundo. Su último álbum y motivo de esta gira, el desabrido Low in the high school (2017), manifiesta simpatías por Israel como recomienda dejar de ver las noticias, una especie de eco a la monserga desacreditadora de la administración Trump sobre la prensa.

Ante ese mundo que observa receloso, donde critica además las políticas migratorias en Europa, ofrece en hora y media de canciones un refugio en la nostalgia que tributa con clase la cultura popular que disfrutó apasionadamente desde niño en revistas, radios, salas de cine y una reducida oferta televisiva. Morrissey, estrella indiscutida, uno de los mejores crooner en la historia del rock, guardián del antiguo concepto del cantante melódico con garbo y señorío, es también un fan que se aprendía los ránkings de canciones pop de memoria y conocedor de los nombres de actores y actrices del año que le pidan. Cuando en medio de una pausa firmó discos que le pasó el gentío al borde del escenario, el público aplaudió el gesto de quien sabe lo que se siente estar al otro lado completamente embelesado ante el ídolo. Fue un rasgo de empatía en un personaje excéntrico y carismático que condimenta su calidad musical con un sentido del espectáculo reflejo de un carácter caprichoso como el de un divo de la era dorada de Hollywood.

Esta guarida de recuerdos y homenaje al pasado que Morrissey levanta entre numerosas imágenes de estrellas del último medio siglo donde caben Peter Falk, Joey y Dee Dee Ramone y James Dean, el decorado de escudos dibujados con borde de neón que corona el escenario sugiere ese gusto por la cofradía y la tradición que Morrissey transmite con mayor insistencia mientras envejece. Coló una imagen de los disturbios en París en la pantalla gigante como enlace a la contingencia, pero el resto fue ese repaso por el pasado que no difiere mucho de la experiencia arrulladora y enviciante de esos grupos de fotos de antaño en redes sociales.

La banda que le acompaña hizo lo de siempre, impecables e implacables ejecutando un rock muscular y dúctil con momentos de dramática intensidad electrificada como el gong y bombo rematando How soon is now? de The Smiths con la imagen de un sonriente Bruce Lee a torso desnudo. Morrissey contó entusiasmado que las radios de Estados Unidos estaban tocando su último single, un cover de Back on the chain gang de The Pretenders, convenientemente ilustrado con una foto de una jovencísima Chrissie Hynde. En otro momento reaccionó a un "¡te amo!" desaforado por un varón del público respondiendo en español "¿por qué? ¿por qué?", levantando el mentón entre desafiante e incrédulo.

Hacia la hora de música el concierto tuvo un declive marcado por canciones menos conocidas y un par de selecciones del flojo último álbum. Aunque Morrissey estuvo sólido vocalmente y sus músicos demostraron la consistencia habitual como una pandilla que sabe con exactitud cuáles son los planes del jefe y cómo ejecutarlos a la perfección, estuvo lejos de ser su mejor show en Chile. El público de hecho se desconcertó cuando apareció en el bis que incluyó Every day is like sunday y First of the gang to die sosteniendo una bandera de Argentina que a los pocos segundos dejó caer. La selección de temas hizo varias excepciones a algunos de sus mayores clásicos. Estuvo amable y relajado incluso cuando un fan lo tironeó y casi lo hizo caer, pero tenemos mejores shows para evocar.

Foto: Sergio Cortese

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