Isabel Allende: "Siempre voy a ser extranjera, aquí y allá"

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A tres meses de la muerte de su madre, la autora piensa escribir una memoria sobre ella. En los próximos meses volverá a librerías con un manifiesto feminista y una novela sobre los refugiados de la Guerra Civil española, mientras La casa de los espíritus se convertirá en una miniserie en EEUU.


Cuando llegó a California, se expresaba modestamente en inglés. Con esfuerzo y algo de fortuna podía ordenar comida en un restaurante. Su primer objetivo entonces fue aprender el idioma; el segundo, obtener licencia de conducir. Y el tercero, adaptarse a la forma de vida. No le resultó fácil. A los 45 años, con dos hijos y recién divorciada, Isabel Allende salía de Venezuela como exiliada política y aterrizaba en EEUU como inmigrante. Treinta años después, la autora de La casa de los espíritus se convirtió en la primera escritora extranjera, de cualquier lengua, en recibir el National Book Award.

Por su historia, Isabel Allende (76) se siente próxima a los inmigrantes. "Me identifico con la idea de dejarlo todo y volver a empezar; lo hice dos veces en mi vida, y en mi caso teniendo educación, conexiones, en muchas mejores condiciones que la gente que sale sin nada. Los refugiados hoy son una crisis mundial y nacional desde Trump", dice.

A través de su fundación, la escritora trabaja precisamente con personas que han dejado su país de origen. "La gente que se opone a aceptar refugiados, a tener consideración con los inmigrantes, no tiene idea de lo que es; no se dan cuenta de que nadie deja todo lo que le es familiar, todo lo que ama, su casa, su lengua, para ir a una aventura de algo desconocido donde sabe que va a ser recibido con hostilidad, nadie lo hace a menos que esté desesperado", dice.

Su último libro publicado, Más allá del invierno, está dedicado a los refugiados, y el próximo también: en mayo se publica su novela basada en el viaje del Winnipeg, el barco que organizó Pablo Neruda por encargo de Pedro Aguirre Cerda y que trajo a Chile a más de mil refugiados de la Guerra Civil Española. "Cuando vivía en Venezuela conocí a Víctor Pey, y él me habló de cómo había llegado a Chile. Me dijo 'así que soy exiliado por segunda vez', y eso me quedó grabado", cuenta. "Después reanudamos una correspondencia por mail y me fue interesando esta idea… Esa gente llegó con una inyección de creatividad, de energía, de habilidades que remecieron a la sociedad chilena. Y los descendientes son brillantes. El libro es la historia de uno de ellos. Cuando lo escribí tenía en mente la voz de Víctor. No es él, pero es su voz".

En su discurso de agradecimiento por el National Book Award, en noviembre, Isabel Allende dijo que uno de los motores de su vida ha sido pertenecer a un lugar. "Mi pololo de ahora nació y estudió en Nueva York, se casó con una mujer de la misma ciudad y vivió en el mismo barrio hasta que aparecí yo y dejó todo y se vino a California, pero para él California es como Africa. Todo su mundo es de Nueva York. Cuando yo veo a alguien con ese sentido de pertenencia, es fascinante. Cuando vengo a Chile y veo a mis amigas, siento que pertenezco y es como si no hubiera pasado el tiempo, pero vivo en EEUU. Llevo una vida muy linda en California y tengo amigos, pero ninguno como los que tengo aquí. Ningún lugar es como aquí".

-De todos modos encontró un lugar allá...

-Tengo un lugar, EEUU me ha halagado como nadie, Obama me dio la medalla de la libertad que es el honor más grande que se le puede dar a un civil, y ahora me dieron el Premio Nacional de Literatura. Me siento honrada y aceptada, pero siempre voy a ser extranjera, allá y acá.

Los espíritus

Son las cuatro de la tarde de un miércoles de diciembre. Isabel Allende está en el departamento de sus padres, en Providencia. Su madre, Francisca Llona, murió en septiembre a los 97 años. Su padrastro, Ramón Huidobro, tiene 102 años, y a veces cree ver a su esposa por la casa. La escritora está leyendo las cartas que solía enviarle su madre a diario y piensa escribir una memoria en torno a ella.

-¿Leer las cartas de su madre le ha servido para enfrentar su pérdida?

-Es para tenerla cerca y un poco recordar cómo ha sido la vida, porque la vida se olvida rápidamente, y es increíble porque al ver las cartas antiguas uno se da cuenta cuánto olvidó y cuánto recuerdas mal. Uno recuerda las cosas que quiere recordar y cómo las quiere recordar. Es muy selectiva la memoria: al ver las cartas uno se confronta con una realidad que a veces no tiene nada que ver con el recuerdo.

-¿La memoria que piensa en escribir será distinta a la que escribió a la muerte de su hija Paula?

-Creo que sí… supongo que muy distinta… Lo de Paula no es comparable.

-Paula es un libro especial en su obra...

-Tiene un valor especial porque ha mantenido viva a mi hija, no solo en mi memoria, en el recuerdo de otras personas también. No sabes cuánta gente me ha dicho le puse Paula a mi hija por tu hija, y eso ya es conmovedor. Ese libro fue una catarsis, me ayudó a entender lo que había pasado y aceptarlo, porque el año de la muerte de Paula fue como una sola noche oscura. No pude diferenciar un día de otro, y al final del año lo único que recordaba era haberla traído de España. Mi mamá me devolvió las cartas que yo le había escrito y pude escribir el libro con ellas. Eso me ayudó. Además mi mamá me dijo una cosa que es cierta: 'Nunca te va a pasar nada peor'…

-Nada se iguala...

-Hace poco, cuando me separé de mi marido (Willie Gordon) después de 18 años de matrimonio, la gente me daba el pésame, pero no vertí ni una sola lágrima. No tenía nada que ver...

-"En medio del invierno aprendí por fin que había un verano invencible en mí", dice el epígrafe de su novela. ¿Hasta qué punto la identifica?

-Totalmente, escribí el libro cuando me separé de Willie. Estaba sola, vendí la casa grande, todos los muebles, y me compré una casa chiquita con un solo dormitorio, pero en un lugar bien lindo, junto a una laguna. Dije ya, ahora voy a vivir sola con mi perra, ¡feliz! No creas que estaba deprimida ni mucho menos. Pero era como un invierno emocional, en el sentido de que era cerrar una etapa de la vida y entrar en el invierno de la vejez. Al toparme con esa cita de Albert Camus dije esto es lo que me está pasando a mí. Entonces dije mis personajes van a estar en un invierno emocional , cada uno por traumas diferentes, y algo sucede que los une y los hace ser solidarios, compasivos, los hace correr riesgos, aventurarse y encuentran amistad, amor y por último ese verano invencible que todos tenemos dentro y que yo lo he encontrado cada vez, porque he pasado por varios inviernos.

-¿Ahora vive un verano?

-Estoy en un verano porque estoy enamorada, eso no es chiste… jajaja. Me pasó lo inesperado, que una persona se enamorara de mí, que resultara la cosa; estamos viviendo juntos en esta casita minúscula, y está funcionando… no sé si será invencible, pero es un verano.

-¿Cómo se plantea ante la muerte?

-No tengo problema con la muerte, desde que murió la Paulita. Por eso no tuve ningún problema con la muerte de mi mamá. Estuve con ella durante los días de su agonía, sosteniéndola cuando murió, sin sentir que la muerte fuera una cosa traumática; es un umbral, un paso, y mi mamá estaba muy clara en eso. En un momento de conciencia me dice parece que me estoy muriendo, ¿no? Sí, mamá, ¿tienes miedo? No, me dijo, estoy contenta y tengo curiosidad. Eso me dio la pauta de cómo estaba preparada ella para esto. Siento que yo estoy preparada hace más de 25 años, porque cuando murió la Paulita, yo también estaba con ella sosteniéndola, dentro de la cama. Fue como el momento del nacimiento; cuando uno da a luz hay fuerza, a veces hay mucho dolor, y es un momento sagrado, se detiene el mundo, se detiene el tiempo y aparece de la nada esta criatura que es tu hijo. Y esa sensación la tuve cuando Paula se fue.

-¿Es creyente?

-No soy religiosa, pero creo que todo trasciende. No solo los seres humanos, los animales, las plantas, todo lo que existe se transforma y se convierte en otra cosa y la vida sigue. El cuerpo se descompone y se junta con la tierra, pero lo espiritual me imagino que se une a un gran océano universal de conciencia.

-Es una idea más cercana a la filosofía oriental que a los espíritus...

-Los espíritus qué son. Mi abuela Isabel, cuando ella hacía las sesiones de espiritismo, estoy segura de que creía que estaba hablando con los muertos. No lo niego. La vida es tan misteriosa, el mundo es tan misterioso… Y si viera pasar a mi mamá, sería lindo. He tenido pocas experiencia de esas, pero las que he tenido no las niego. Lo que no creo para nada es en el cielo y el infierno: de todas las fábulas es la peor, la más cruel de todas.

Portrait of Isabel Allende - 22/10/2015 - ©Leonardo Cendamo/Leemage CEN03557

Nuevo feminismo

Si las series han desplazado de algún modo al cine en la preferencia del público, Isabel Allende lo sabe bien. Dos de sus novelas están en proceso de adaptación al formato. Una de ellas es Inés del alma mía, en Chile. La otra, La casa de los espíritus en EEUU. "Cuando expiraron los derechos que tenía la película, a los 20 años, se presentaron seis productores de Amazon, Netflix y otros para hacer La casa de los espíritus en serie. Finalmente la va a hacer FilmNation", cuenta la escritora que ha sido una activista del feminismo.

-Hace seis años Ud. dio un discurso sobre la desigualdad de género que se volvió viral. ¿Cómo ha cambiado la situación desde entonces?

-Ha cambiado, pero no mucho. Con el movimiento #MeToo hay una energía joven buenísima. A mí me daba la impresión de que el feminismo se había estancado y que iba a paso de elefante con ideas antiguas, pero el #MeToo le ha dado una tremenda energía. Fíjate que ese discurso ahora lo va a hacer un libro que va a publicar Plaza &Janes en formato pequeño. Yo lo volví a leer y lo actualicé un poco. Se titula Hablemos de las mujeres.

-¿Es partidaria del lenguaje inclusivo?

-Me encantaría que llegáramos a eso. Tengo una nieta que está en eso, pero en inglés. En inglés es más fácil porque los adjetivos y los sustantivos no tiene género. El lenguaje puede cambiar la mentalidad. Yo me he dado cuenta al escribir que cambias un adjetivo y la emotividad de lo que estás contando cambia. Nuestras vidas son subjetivas, hay gente como mi padre que solo recuerda lo bueno, y como mi mamá que solo recuerda lo malo; el color de tu vida depende de cómo lo cuentes. Si yo te cuento mi vida en las tragedias que viví, es una vida atroz; si te cuento mi vida en las alegrías, amores, aventuras, mi vida tiene otro color. Mi vida puede ser legendaria o un desastre.

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