Aquaman, de James Wan: los cazadores del tridente perdido

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Jason Momoa interpreta a un héroe mitad atlantiano y mitad humano.

"Si bien James Wan ha demostrado su expertise en el terror y la acción, esta cinta es algo que a ratos se le escapa", afirma el crítico de cine René Martín.


No era una tarea fácil la que tenía el director James Wan (El conjuro) cuando recibió el encargo de llevar a la pantalla la historia del héroe de los mares, Aquaman. Siempre visto como uno de los superhéroes más infilmables y poco creíbles, el descendiente de la realeza de Atlántida inspira una no-tan-mala -entretiene-a-ratos cinta en solitario.

Aunque ya lo vimos en La Liga de la Justica, esta vez le toca a Aquaman tener su historia de origen. Y aquí parten los problemas. Si bien James Wan ha demostrado su expertise en el terror y la acción, esta cinta es algo que a ratos se le escapa. Demuestra demasiada glotonería al momento de contar cada detalle y nombre como cimiento de la historia, lo que se traduce en una primera hora de metraje algo soporífera de conversaciones explicativas y expositivas que, a la larga, poco y nada aportan. Que el rey, que la reina, que el amante, que el hijo, que el medio hermano, los terrestres, el pirata, el papá muerto del pirata, la ecología y el mágico tridente perdido. Es una simple historia de superhéroes, no física cuántica.

En el terreno de lo visual, Wan demuestra autoridad e ingenio al momento de vendernos este universo submarino. Con un par de secuencias bien logradas y rindiendo más de un homenaje a La criatura del pantano e Indiana Jones, su versión de Aquaman se trapica bastante y a ratos parece ahogarse, pero termina sobreviviendo a la asfixia del exceso de historia y avidez.

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