Lars von Trier: "Después de que me declararon persona non grata en Cannes, mi vida fue un infierno"

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Lars von Trier durante una sesión de fotos en Cannes 2018.

En 2011 fue expulsado del festival por una broma sobre Hitler, y ahora retorna con La casa que Jack construyó, sobre un asesino serial en EEUU. Llega el 6 de diciembre a Chile y Von Trier cuenta sus detalles.


Lars von Trier (1956) cree que el Festival de Cannes se hace más llevadero con algo de alcohol en las venas. La última vez que estuvo ahí, dice, tuvo la "mala idea" de hacer una conferencia de prensa sin una botella de cerveza en la mesa. El resultado, se sabe, fue una metedura de pata épica que le significó el exilio del festival durante siete años: ante periodistas de todo el mundo dijo que "entendía" y "simpatizaba" con Hitler, y que Israel era "un dolor de cabeza". Dice que era una broma. Pero una mala.

En aquella oportunidad el realizador danés presentaba en competencia su filme Melancolía, que usa música de Richard Wagner, el compositor alemán idolatrado por Adolf Hitler. Bastó eso para que un periodista le preguntara por aquello y además por su origen alemán (el real apellido de Von Trier es Hartmann). El director respondió con su usual sarcasmo, pero ingresó sin sospecharlo en un callejón sin salida que muchos interpretaron como reales loas al Tercer Reich. Fue declarado "persona non grata", debió abandonar el festival en la mitad y su siguiente filme, Ninfomanía, no tuvo ninguna posibilidad de ir a Cannes.

Recién este año le quitaron el candado de la prohibición al escandinavo, quien presentó ahí La casa que Jack construyó (2018). La película protagonizada por Matt Dillon y Uma Thurman estuvo fuera de competencia y tal vez fue lo mejor. De haber entrado a la carrera por la Palma de Oro, el reglamento indicaba conferencia de prensa y, potencialmente, otro bochorno internacional.

En cualquier caso sí hubo entrevistas, pero alejadas del mundanal ruido. Específicamente en una cómoda villa ubicada en las colinas de Cannes, a dos kilómetros y medio del Palacio de Festivales.

Ahí, en una espaciosa pieza a medio alumbrar por velas y rodeado de vasos de agua, el ganador de la Palma de Oro por Bailarina en la oscuridad (2000) habló con un reducido grupo de periodistas.

"Después de que me declararon 'persona non grata' en el Festival de Cannes, mi vida fue un infierno durante dos años", comenta con una expresión que parece el estado final de la serenidad. En cualquier caso es un rostro que busca esconder algo más evidente: tras años de exceso de alcohol, sus manos tiemblan a niveles perturbadores.

Los movimientos involuntarios de sus extremidades no le impiden, en cualquier caso, hablar de todo lo que se le pregunta. Y, como siempre, el humor siempre es un recurso: "En aquel momento existía la posibilidad de ser condenado a cinco años de cárcel en Marsella. Ya es demasiado malo estar en prisión, pero si es en Marsella, las cosas se ponen realmente malas". Y añade: "Fue realmente duro. Era una nación entera contra mí, un país que en algún momento sentí muy cercano".

En esta oportunidad el regreso a Cannes fue con algo de anestesia, pero no por eso dejó de haber controversia. Una película de Von Trier no se merece el nombre de tal si es que no hay una buena dosis de morbo, escándalo y división de opiniones. ¿Qué pasó esta vez? Cerca de 100 personas abandonaron la primera función ante la extrema violencia de La casa que Jack construyó. Entre los detonantes había escenas de maltrato animal, disparos a menores de edad y mutilaciones.

La película nos introduce en la vida de Jack (Matt Dillon), un arquitecto con esposa e hijos que comienza a descender en la espiral de la locura. Durante 12 años, entre los años 70 y 80, mata a varias mujeres y cada crimen es para él una "obra de arte".

Ambientada en el frío y boscoso noroeste de Estados Unidos, la cinta del creador del movimiento Dogma posee referencias a la poesía del escritor y pintor inglés William Blake (1757-1827) o al prodigioso pianista canadiense Glenn Gould (1932-1982). Junto a Dillon también actúa el suizo Bruno Ganz (La caída) y la estadounidense Uma Thurman en el rol de una de sus potenciales víctimas.

Durante sus 155 minutos de duración se percibe una sombría, pero cuidada recreación del Estados Unidos rural. Muchos han querido ver en esta descripción cierta mirada crítica del danés al país de Donald Trump, con personajes de instintos primarios y sanguinarios.

-¿Qué piensa de la sociedad estadounidense?

-He reflexionado bastante sobre eso últimamente. Creo que ya vivimos los años dorados de la democracia y no nos dimos cuenta pues estábamos en la cresta de la ola. Ahora, todas las cosas que podían salir mal están saliendo mal. La democracia tiene un problema grave: si es que en Estados Unidos pudieron elegir a Donald Trump sin importar que mienta todo el tiempo, quiere decir que no hay vuelta atrás. La realidad es mucho más dura que mi película.

-¿Considera al público al hacer sus películas?

-Nunca. Más bien pienso en mí como la audiencia. Es la única manera en que puedo trabajar. Mucha gente escribe guiones siempre pensando en los espectadores y en cómo satisfacer sus expectativas. No es mi estilo.

-¿Y que hay de usted en el filme?

-Veo huellas de mi propia familia, de mis películas anteriores, de lo que he atravesado con ellas. Aún escucho a mis cuatro hijos, que ahora andan en los veintitantos años, decirme: "¿Por qué haces eso?". No es siempre lo que un padre quiere escuchar de sus muchachos. Lo divertido es que hasta antes de que me lo dijeran, yo pensaba que era un buen padre.

-¿Son altos los costos de plasmar lo que cree necesario en una película?

-Sucede que muchos directores llegan a un momento culminante de sus carreras y de ahí en adelante sólo empiezan a decaer. Es cuando encuentran un público fiel y en sus sucesivas películas ese público se transforma en el objetivo. La meta ya no es un buen guión. En ese momento se degradan como cineastas. Yo trato de no caer en eso, pero creo que aún así La casa que Jack construyó es "demasiado popular" en un 20 por ciento.

-¿Aún queda algo de Dogma en su estilo, como filmar en escenarios naturales y sin banda sonora?

-La verdad es que ya no hay mucho. Ya no tengo la suficiente energía para ponerlos en práctica. Algunos de ellos realmente son difíciles de llevar a cabo. Puede ser que mis fortalezas estén ahora en otra parte. Por ejemplo, creo que están en el proceso de escribir y en el montaje. Cuando edito puedo hacer cortes en la misma toma. Y puedo institucionalizar ese tipo de prácticas al punto de que el público las acepte.

-¿El alcohol le ha ayudado en su trabajo?

-No, en absoluto. Pero sí consumí mucha cocaína en mi juventud. Ahora bien, reconozco que tengo un problema con el alcohol y me encuentro trabajando en eso, tratando de sobreponerme. De todas maneras estar en Cannes no es el mejor incentivo para dejar de beber.

-¿Qué representa para usted Glenn Gould, del que incluye fragmentos en la película?

-Glenn Gould es un genio y al mismo tiempo es un excéntrico. Debía usar una silla especial para sentarse a tocar el piano, bastante más baja que la que usa todo el mundo, muy cerca del teclado, casi encima de él. Y al mismo tiempo solía tararear todo lo que estaba tocando. Alguien me mandó este pequeño video de él y me pareció encantador. Por eso lo puse en la película. Me parece un artista fantástico y extraño, pero también lo fue David Bowie (risas). De alguna manera me identifica.

-¿Por qué incluyó material de sus anteriores películas en este filme?

-No es que me haga un autohomenaje. La verdad es que quería incluir extractos de películas antiguas, filmes que admiro. Lo tenía todo listo, pero de repente nos dimos cuenta que no teníamos los malditos derechos. Por eso terminé usando clips de mis propias películas. Fue lo más práctico. Pero también hay bastante de mi propia personalidad en Jack, aunque sea, claro, de otra manera.

-¿Planea alguna nueva película?

-Estoy trabajando en un proyecto de pequeños filmes de 10 minutos cada uno. Serán 36 en total, todos en blanco y negro. Por esa razón, creo que podría contar con un casting de actores fantásticos. Eso sí, espero que quieran trabajar conmigo y bajo mis reglas.

-¿Por qué son tan importantes sus propias reglas?

-Para dar una respuesta muy banal, tengo que decir que tuve una infancia sin ningún tipo de reglas. Por lo tanto tuve que inventar mis propias leyes y aprender a ser muy estricto conmigo. Cuando hacía alguna tarea para el colegio, llegaba hasta el final. Finalmente me provoqué un trastorno obsesivo compulsivo (Toc) y si no hacía las cosas bien, llegaba a pensar que podía explotar la bomba atómica o algo por el estilo.

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