Moral Distraída: con qué moral

Moral distraída sentó cabeza con andanadas de observaciones y certezas inapelables de bondadosas intenciones tal como la mayoría del planeta desea la paz mundial, todo en buena y para bailar eso sí.


Las cosas han cambiado para Moral Distraída. Con apenas dos discos son uno de los fenómenos de la música popular chilena, una banda generacional para un público juvenil, acomodado y zorrón. Las generalizaciones los encajonan entre esas pandillas de cumbia multiplicadas como Gremlins tras el éxito de Chico Trujillo, pero desde el debut homónimo hace cuatro años quedó claro que sus raíces se empinan hacia el norte del Caribe, ligadas a la infancia de los hermanos y vocalistas Camilo y Abel Zicavo en Cuba, y también en ritmos urbanos, léase reggaetón. A pesar de promover la fiesta y la juerga como manda la música tropical, a Moral Distraída le importa la sinceridad y, a partir de este segundo título, el mensaje embutido con formas de aleccionamiento.

La trascendencia de la lírica ya era tema en Óyelo, un combativo y logrado corte del primer disco que decía "siempre que me preguntan por qué yo canto poco / de cosas contingentes / de luchas que no toco / que yo canto trivial / a la vida / a la niña / y que tampoco canto e' maravilla". Aquella última observación no es gratis. Las voces cumplen en Moral Distraída sin mayor singularidad, pero el conjunto completo maneja una combinación efectiva y energética que en este nuevo álbum manifiesta ambición por sofisticar su sonido y demostrar una musicalidad irrefutable, porque en la interpretación de ritmos cubanos y caribeños los chamullos no sirven dados los recovecos técnicos que emparentan a la isla con el jazz y las vetas afro.

La dirección musical de Guillermo Scherping se esfuerza convincentemente por explorar y probar ambientes épicos a distancia de la jarana y el carnaval como sucede en la ampulosa Promesas -"la honestidad tiene una crudeza que decanta en confianza"-, que resuena como si Rubén Blades reinterpretara esos himnos humanitarios con propulsión litúrgica de Peter Gabriel en los 80. Los gráciles cambios en los tiempos y hasta un innecesario solo de bajo entre los redobles y bronces nortinos en Final de la fiesta, son maneras de confirmar la competencia instrumental de Moral Distraída.

En estos cuatro años entre ambos discos, lanzamientos de singles y afianzamiento popular que los llevó a tocar en el Teatro Caupolicán, un gran mérito para artistas con apenas un álbum y una seguidilla de sencillos exitosos, Moral Distraída pasa a la ofensiva recogiendo el guante de aquellos dardos citados en Óyelo. Ahora tienen mucho para decir, tanto que a ratos parecen más padres regañones con variadas convicciones que jóvenes descubriendo la vida en clave millennial, cumpliendo así su rol de banda generacional.

Abordan las causas del momento -inmigrantes con Quédate acá, minorías sexuales en Orgullo, machismo y patriarcado en Los hombres no lloran- con la voluntad propia de cada generación segura de descubrir detalles en la existencia antes que nadie y con arrojo inédito, tal como aseguran en Probarlo todo: "Somos parte de una gran generación que se calienta / que todo lo toca y todo lo que toca experimenta / está sedienta / revolucionar nos alimenta".

Más que relajo y tolerancia como sugiere el nombre Moral Distraída, están atentos a los códigos dominantes, a las banderas del momento con ese timbre de púlpito y superioridad moral que domina el debate y las redes sociales. "No procesan que somos lesbiana / gay /bi, trans, hetero, inter, as ex", dice Orgullo; "el mercado no te va a educar con este coro" proclama Canción bonita, "porque la industria sólo quiere contenidos light". De concentrarse exclusivamente en el carrete, Moral distraída sentó cabeza con andanadas de observaciones y certezas inapelables de bondadosas intenciones tal como la mayoría del planeta desea la paz mundial, todo en buena y para bailar eso sí.

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