Queen: sueño imposible

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Lo que ha pasado con Queen es una reivindicación tardía para ese grupo que no dejaron entrar a Chile porque parecía peligroso, demasiado ambiguo, demasiado gay, para decirlo con claridad. Pero precisamente a raíz de esas muchas caras que tuvo Queen es que la banda logró crecer como creció por estos lados.


Solo sumando el promedio de los tres primeros días de exhibición, ya habrían conseguido público suficiente como para llenar el Nacional en su abortada visita de 1981 o la también fallida de 1985, cuando las señoras de los uniformados de la época se espantaron con este bigotudo de paletas grandes y videos de hombres con ropas de mujeres. El tema es que el estreno de Bohemian Rhapsody en Chile se ha convertido en un completo fenómeno, superando incluso en audiencia a Argentina, destino con historial rockero y que sí recibió las visitas de Queen en 1981 y 1985.

El dato duro indica que casi 300 mil espectadores han visto la cinta de Bryan Singer en su primera semana de exhibición convirtiéndola en la más vista del año y en el segundo estreno más exitoso de la temporada después de Avengers, una de esas producciones de superhéroes, diseñadas para la matiné del cine de cadena, con butacas amplias y paquetes de cabritas extra large.

Y lo que explica este arrastre quizás tenga que ver con el corazón de la película protagonizada de manera brillante por Rami Malek en el papel de Freddie Mercury. Es decir, el final, ese cierre antológico con la recreación del show que el grupo ofreció en el Live Aid, una tarde de julio de 1985. Gran parte de película para ser franco solo califica como un digno filme para la televisión, ideal para matiné, con personajes de trazo grueso y escaso rigor histórico. Pero esos últimos 20 minutos tienen más emoción y música que muchos de los biopics "serios" que se han visto en la pantalla grande. Eso explica en parte que en Chile se haya visto a gente aplaudiendo y cantando a coro saliendo de las salas, algo que en el mundo del rock no se veía desde el estreno de la película de The Doors, que dirigió Oliver Stone en 1991, donde los más osados ingresaban cerveza y hasta cigarrillos de marihuana para meterse en la onda de la película.

El entusiasmo también se explica en parte porque finalmente Queen, o lo que quedaba de ellos, sí vino a Chile en 2008 y 2015, con Paul Rodgers y Adam Lambert, respectivamente, tratando de imitar la voz inimitable del fallecido Mercury. Pero aquello sólo sirvió para sincerar un gusto que siempre estuvo ahí y que se puede explicar por otros motivos. Primero el predominio del dial FM y cantado en inglés en días de dictadura. Un escenario donde Queen reinó y no precisamente por capricho de los programadores, sino más bien porque el grupo que completaban Brian May, Jon Deacon y Roger Taylor tenía una particular ductibilidad que lograba convencer por igual a rockeros ("Stone cold crazy") y a los amantes de la onda disco ("Another one bites the dust"), así como a los seguidores del pop ochentero ("Radio ga ga") o incluso a los fanáticos del prog rock ("Bohemian rhapsody"), el retro rock ("Crazy little thing called love") y la balada romántica ("Love of my life").

Lo que ha pasado con Queen es una reivindicación tardía para ese grupo que no dejaron entrar a Chile porque parecía peligroso, demasiado ambiguo, demasiado gay, para decirlo con claridad. Pero precisamente a raíz de esas muchas caras que tuvo Queen es que la banda logró crecer como creció por estos lados. Hay un pequeño guiño en la cinta que sirve de ejemplo: una toma que sigue a Mercury camino al escenario del Live Aid mientras por un costado bajan los cuatro integrantes de U2. Apenas una sutileza para poner en contexto el peso real de una banda que no alcanzó a hacer giras monstruosas ni discos lamentables para mantener su legado. Bastó más bien una película para recordarnos lo grandes que fueron y lo mucho que penará en Chile no haber visto a una de las mejores voces de la historia. Por eso se canta en las salas de cine, por lo que no fue y seguirá siendo un sueño imposible. El sueño de Queen.

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