Santiago Gets Louder: metal y buenas costumbres

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Judas Priest continúa fiero como una maquinaria que reemplaza sus piezas deterioradas y prosigue para deleite de millones en el mundo, y de este gentío capitalino fiel a los reyes del metal y las costumbres de antes.


La masa sudorosa se dispersa en busca de comida y bebestibles. Necesita recuperar fuerzas tras las 18 canciones que en hora y media acaba de despachar Alice in Chains, uno de los cabezas de cartel de esta tercera edición del festival Santiago Gets Louder en el Movistar Arena la tarde y noche del viernes. "Romeo Santos ¡aghhh!", exclama asqueado un tipo al observar las manos del campeón de la bachata impresas en el paseo de las estrellas del recinto. Otro asistente fuma mientras le cuenta a un amigo de alguien que probablemente "escucha Coldplay porque es vegetariano". La gente espera a Judas Priest, el plato central de un evento que se ha reducido en cartel -en 2015 hubo 16 artistas contando Faith No More y Deftones, ahora sólo seis-, aún cuando el Movistar está colmado de 15 mil asistentes representativos de esos detalles que singularizan a la audiencia metalera de las restantes tribus musicales, público de tradiciones, una fraternidad ajena a modas y el paso del tiempo. Detalle 1: aquí hay más abrazos sinceros de amigos que se reencuentran entre palabrotas y risas que selfies y transmisiones por Instagram. Detalle 2: las grabaciones con celulares son escasas. No es extraño que a punta de garabatos se exija a los entusiastas del video bajar los brazos para ver el espectáculo. La experiencia es ahora y colectiva, no un pavoneo en redes.

Horas antes en la planicie de ingreso un baterista con doble bombo antecedido por un títere chascón con guitarra, interpretan clásicos de Pantera ante un enjambre de metaleros reconvertidos en niños por un rato. Tierno y ensordecedor. Metros más allá Criminal, una de las insignias del thrash chileno, remata con la solvencia habitual. La masa se desplaza hacia el interior del Arena para el regreso de Alice in Chains. Traen su último álbum Rainier fog (2018), cuya lograda pretensión es fundir la historia del grupo. Durante los próximos 90 minutos la banda de Seattle es un grato susurro en medio de los decibeles: esto ya no es grunge sino rock clásico mediante una particular reinterpretación del heavy metal. En Alice in Chains la visión pesimista propia del género, que en su caso ahonda en demonios internos, matiza. Los acordes prístinos que acompañan canciones como Heaven beside you y No excuses, ofrecen una especie de melancólico optimismo ante los riffs siniestros y angustiantes de gemas como Angry chair.

Hubo algunos problemas técnicos con el pedal del bombo ausente en los últimos minutos de la nueva Never fade, pero la tónica fue la solidez irreprochable de una banda en algún momento liquidada por la muerte de Layne Staley. A William DuVall se le respeta porque nunca pretendió alguna clase de imitación sino el aporte creativo. Estuvo impecable al igual que el resto. Jerry Cantrell sacó aplausos en el solo de Them bones apoyado en la potencia de Mike Inez al bajo y Sean Kinney en batería. Sus talentos asociados siguen facturando metal diferente, seductor y contemporáneo.

En la ventana horaria entre Alice in Chains y Judas Priest los puestos de comida colapsaron de asistencia y los baños de hombres igual, a diferencia del expedito acceso a los servicios femeninos, pero había tiempo suficiente para esperar a una de la bandas más grandes e influyentes como la liderada por Rob Halford. Por un lado cunde una sensación extraña con este presente donde ya no alinean Glenn Tipton y K.K. Downing en guitarras, como si los Stones relevaran a Keith Richards y Ronnie Wood. Reemplazar a un innovador como Tipton es imposible, pero Richie Faulkner cumple. El material del contundente Firepower (2018) brilló y se dieron el lujo de excluir un clásico de clásicos como Metal gods.

Rob Halford sigue siendo un caso extraordinario. Con 67 años no sólo está cada vez más parecido al sombrío Mike Ehrmantraut, el personaje de culto de Better call Saul, sino fenomenal en su caudal vocal plagado de agudos taladrantes y unos giros dramáticos magníficos como ocurre en clásicos como Freewheel burning y Painkiller, esta última con imágenes de Glenn Tipton en homenaje a su reciente y definitiva ausencia por culpa del Parkinson. Judas Priest continúa fiero como una maquinaria que reemplaza sus piezas deterioradas y prosigue para deleite de millones en el mundo, y de este gentío capitalino fiel a los reyes del metal y las costumbres de antes.

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