Un paseo literario y turbulento por Santiago

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Federico Galende, quien acá está en calle Huelén en Providencia, llegó al país en 1991.

Historia de mis pies es la nueva novela del argentino Federico Galende. El relato de un hombre que sale a caminar por una ciudad que va a activar en su memoria una serie de historias y recuerdos oscuros.


En esta historia hay un hombre que camina. Acaba de recibir una noticia que aparentemente no es muy buena, por lo que decide salir de su casa y emprender un viaje por la ciudad. Sube por Pocuro, dobla en Tobalaba y dirige el rumbo hacia la montaña. Alguna vez pensó en escribir una novela sobre Ernest Charton, un personaje curiosísimo -un pintor decimonónico que casi muere en las islas Galápagos convertido en un náufrago-, pero desistió: "La novela es un género que no se me da", dice el narrador de La historia de mis pies (Alquimia ediciones), la nueva novela de Federico Galende (1965).

Decir Federico Galande es remitirnos a una figura cuya curiosidad lo ha llevado a escribir, investigar y leer sobre diversas materias. Nació en Rosario, Argentina, y llegó a Chile en 1991. Hoy es director del Departamento de Teoría de las Artes de la Universidad de Chile, y en todos estos años ha sido una voz lúcida que ha intervenido en nuestro campo cultural con distintas publicaciones: ensayos sobre cine, filosofía, artes visuales y literatura se suman a su trabajo de ficción, que empezó en 2013 cuando publicó su primera novela: Me dijo Miranda (Alquimia).

Galende se formó en Argentina, pero terminó de comprender bien qué quería hacer ya estando acá: "Chile me aportó atmósferas distintas, me aportó formas narrativas mucho más sintéticas con las que yo no contaba. Me aportó el arte, del que yo no sabía nada, y varias mezclas: este asunto de que prácticas del arte, de la literatura o de la filosofía pudieran verse entre sí. Esas mezclas pude aterrizarlas", dice mientras camina rumbo a su universidad, donde le toca tomar exámenes. En el fondo, si tuviéramos que definir a Galende, lo más preciso sería hablar de un crítico cultural. De hecho, quizá su primer gran trabajo fue Filtraciones I, II y III, libros en los que conversó con distintos artistas claves de las últimas décadas chilenas.

"Esta idea de mezclar tiene que ver, para mí, casi con una posición político-estética, en términos de cómo se ha intervenido el modo en que se ha empezado a obligar a pensar. Tiene que ver con la hiperpasteurización de las líneas disciplinarias. Escindirlo todo sin fin y especializarlo todo para que la cultura no pueda participar realmente de manera activa en las reconfiguraciones del mundo en común. Contra eso empecé a mezclarlo todo", explica Galende.

Mucho de esa mezcla hay en su nueva novela, en la que recurre a la figura de un paseante, figura que nos puede remitir a autores como Walter Benjamin, Robert Walser o W. G. Sebald, pero que en estos últimos años se puso de moda en la literatura. Sin embargo, lo de Galende es otra cosa. No hay un discurso moralizante sobre el buen acto que implica caminar. No. Este es un hombre que, efectivamente, camina por Santiago, pero lo que importa es lo que ocurre dentro de su cabeza, las reflexiones que el paisaje va activando en su memoria, los recuerdos de ciertos personajes que surgen mientras él avanza por Tobalaba hasta llegar a la Quebrada de Macul.

"Pensé en algún sentido el libro como una discusión con esta moda de la literatura de los caminantes. Es un libro hecho contra esta especie de género que se quiere inventar. Para mí, por ejemplo, las 21 cuadras que los personajes caminan en Glosa, de Juan José Saer, eso sí me importa, a pesar de que no figura en las arcas de la literatura de caminantes... La novela se ríe del escritor que quiere convertir el acto de caminar en una especie de oficio aparte", dice Galende mientras esquiva a un par de transeúntes.

El tema de la dictadura aparece en esta novela y en otras de sus obras. Ud. llegó al país cuando recién se había reinstaurado la democracia. ¿De dónde viene el interés por indagar en ese periodo?

A mi edad, porque ya soy grande, siento un poco de pena con esto que los seres humanos nos hemos hecho a nosotros mismos. Hemos construido una vida, siento, muy individualista, muy mezquina, y que todos lo estamos sufriendo en común, ese mundo miserable que hemos ido levantando. Y a veces se me ocurre pensar que estas dictaduras, acá y en Argentina, marcan literariamente un momento donde muchas de las fórmulas que los hombres habíamos encontrado para ser felices juntos, se derrumbaron para siempre. Y entonces uno acusa esas dictaduras, y solamente por eso las señala, como buscando un responsable. Supongo que eso aparece en esta novela y en mis otros libros.

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