La pose latina

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A veces olvidamos a Gustavo Santaolalla como parte del panteón musical del hermano país, pero es figura clave y lleva muchísimo tiempo trabajando entre los más finos artesanos.


Un hombre de pelo cano ingresa caminando con notoria dificultad por la platea del teatro Nescafé de las artes la noche del miércoles, minutos antes del comienzo del show de Gustavo Santaolalla. "Es Jorge", repiten los murmullos, apuntando al ex líder de Los Prisioneros.

La expectación cede a los aplausos espontáneos de la sala que está prácticamente repleta para ver al músico argentino de 67 años ganador del Oscar, en un repaso biográfico por su carrera musical iniciada con Arco Iris, una de las bandas fundacionales del rock trasandino que junto a Los Jaivas en Chile y Polen en Perú -lo relató el mismo artista- buscaron hace casi medio siglo un lenguaje que fusionara los códigos del rock con una identidad latinoamericana. Hora y media más tarde, en la segunda parte de un espectáculo que incluyó 29 temas, interludio y bis, la ovación se repitió para el legendario músico chileno cuando Santaolalla reversionó en primorosa lectura Por amarte, una de las canciones que él produjo para Corazones, el último álbum de Los Prisioneros en el siglo XX, y que ahora el compositor nacido en El Palomar del Gran Buenos Aires, prepara para un disco tributo.

El argentino viajó por el tiempo en compañía de un quinteto extraordinario, que dispuso de un arsenal digno de una pequeña orquesta incluyendo campanas tubulares, glockenspiel, bajo, chelo, vibráfono, piano, clavicordio, batería, timbales y diversidad de guitarras. Esa conjunción instrumental convirtió a cada pieza casi sin excepción, en una experiencia marcada por las sutilezas, los giros, los acentos y la creación de ambientes capaces de transportar a la audiencia desde paisajes exóticos como sucedió en "Inti Raymi", la primera composición de la noche, hasta las inmediaciones del country en "Mañana campestre", diversos flirteos con la música brasileña como ocurrió en "Quién es la chica", melodías medievales como las que acapararon "Y una flor", y acercamientos a un rock voluptuoso, a ratos psicodélico, expresivo y acentuado en "Camino" y "Quiero llegar", entre otras. Pero es finalmente el folclor latinoamericano en diversas combinaciones la llave maestra que allana los caminos de Santaolalla, esa música que se mueve entre ritmos trasandinos desde el malambo hasta la zamba, y se proyecta hacia otras zonas del subcontinente.

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Fotografía: Javier Valenzuela - Teatro Nescafé de las Artes.[/caption]

Gustavo Santaolalla no posee una voz dotada ni un timbre peculiar. A ratos batalló con las notas aún cuando nunca llegó a desdibujar un material que en todo momento depende de los detalles, la fina ornamentación y la complicidad entre los músicos, siempre atentos a las miradas y sonrisas del líder. El excelente baterista Juan Manuel Ramírez resultó fundamental en esos giros temperamentales en que la música se internó en el space rock para virar con absoluta plasticidad hacia la América morena, como sucedió en "Quiero llegar" -una de las más aplaudidas de la noche-, "Paraíso sideral" con un remate de timbales, y "Pa' bailar", el último título con su fusión de tango y electrónica, que levantó a una buena parte de la platea para rematar más de dos horas y media de concierto.

Hubo espacio para algo parecido a unos hits dentro de la bitácora musical de Gustavo Santaolalla, contando la hermosa pieza acústica "Brokeback mountain", soundtrack de la cinta homónima de 2005 por la cual ganó la estatuilla hollywoodense, y "De Usuahia" a "La Quiaca", conocida por integrar la banda sonora de Diarios de motocicleta (2004). También asomaron pasajes en que las figuras líricas y la entonación -"vaga en un útero de metal", pronunció en Canción de cuna para un niño astronauta, original de Arco Iris-, recordaron a otro pionero del rock argentino como Luis Alberto Spinetta.

A veces olvidamos a Gustavo Santaolalla como parte del panteón musical del hermano país. Pero es figura clave y lleva muchísimo tiempo trabajando entre los más finos artesanos del cono sur para confeccionar piezas que se alimentan desde la electricidad hasta la madera, para elaborar un cancionero que se puede asegurar con orgullo que es nuestro y también patrimonio universal.

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