Gallos de pelea

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Alfonso Barón y Luciano Rossi protagonizan la obra.

A pesar de haber sido estrenada en 2008, Un poyo rojo resulta muy actual y proclama la diversidad sexual y recuerda que todavía hay luchas por derechos civiles que librar, como el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género, y discriminaciones y prejuicios contra los cuales protestar en la calle y no dentro de un camarín o un closet.


Un poyo rojo es como la más divertida fiesta sin polera o un gimnasio gay friendly en hora punta, así que imagínense. La obra irradia energía y rebosa en feromonas, mientras se burla de los clichés de la masculinidad y las caricaturas heteronormativas.

Casi sin texto pero con mucho humor, hace foco en diferentes estilos de baile: cumbia villera, reguetón, Michael Jackson, Beyoncé, danza clásica, El lago de los cisnes, chachachá, hip-hop y voguing, movimiento que nació en los barrios marginales de Nueva York como una subcultura queer y fue cooptado por la industria musical en el video Vogue, de Madonna. Las minorías sexuales y raciales sublimaban a través de imitaciones de gestos y poses la discriminación que sufrían en los 80. Como los protagonistas de Un poyo rojo, por una noche, sudaban, se disfrazaban y jugaban a ser divas y modelos de pasarela.

La atracción entre dos hombres dentro de un camarín deportivo y el cuerpo masculino como objeto de deseo son los ejes de esta coreografía argentina que destila testosterona. Un poyo rojo mezcla teatro físico y homoerotismo de forma entretenida y original, y se afirma en la calidad interpretativa de los bailarines Alfonso Barón y Luciano Rosso, representantes del estereotipo clásico de pectorales y vientres esculpidos en un gimnasio. Bajo la dirección de Hermes Gaido, el deseo se apodera del escenario y resalta los atributos acrobáticos de los bailarines al ritmo de un cancionero que recorre el dial de una radio, junto a noticias y comerciales.

En este duelo de seducción y habilidades dos gallos exhiben sus plumas y crestas. Ahí los bailarines se desprenden de lo racional y recurren a lo primitivo, a la mímica de movimientos de animales. ¿Quién no se ha puesto un disfraz o una máscara olvidándose de su propia identidad? El público asume el rol de voyerista en ese juego de espejos y se transforma en la tercera punta del triángulo.

La obra es una fiesta donde el código de vestuario son camisetas y pantalones cortos y si eres gay te hace sentir acompañado, cómodo y validado en tu identidad. No está demás recordar que el expresivo Luciano Rosso es famoso en YouTube por sus videos de playbacks y el viral Pollito pío. Rosso descolla con un manojo de cigarrillos en su boca, una sorprendente imitación gutural del cambio de dial de una radio y un extra final con la hilarante canción infantil que lo convirtió en una celebridad en las redes sociales. No por nada le dicen el argentino de las mil caras.

A pesar de haber sido estrenada en 2008, Un poyo rojo resulta muy actual y proclama la diversidad sexual y recuerda que todavía hay luchas por derechos civiles que librar, como el matrimonio igualitario y la ley de identidad de género, y discriminaciones y prejuicios contra los cuales protestar en la calle y no dentro de un camarín o un closet.

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