Paquita tiene una pena

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Vale la pena ver la serie de Paquita Salas, emitida por Netflix, que expone sin concesiones todo lo patético y lo vergonzante que hay en el mundo audiovisual.


Paquita Salas es una representante de actores que intenta empujar de todas las formas posibles su negocio. Alguna vez trabajó para un magnate de la industria audiovisual española llamado Paco Cerdeña, con quien terminó casada para luego divorciarse e iniciar su próspero negocio en la representación de talentos actorales. Paquita fue grande pero hoy pareciera experimentar sus últimos estertores. La secunda una asistente graduada de marketing, Magüi, que tiene más ganas que perspicacia profesional. Ambas intentan sobrevivir y se aferran a la única estrella que aún conserva la empresa: la exitosa actriz Macarena García, quien participa como ella misma en el primer capítulo. La inclusión de personalidades del medio televisivo y cinematográfico español será una constante en las hasta ahora dos temporadas del programa (y que a nosotros, espectadores latinoamericanos no habituados a todo eso, nos será indiferente).

Registrada bajo el formato del mockumentary, Paquita Salas es una serie ágil, fresca y retorcidamente divertida. Es que sus creadores, Javier Ambrossi y Javier Calvo (no es el escritor y traductor; sólo alcance de nombre), entienden que la materia base de la cual se alimenta la serie posee en su ADN miserias que solo pueden ser tomadas desde el ridículo y la irrisión. Hoguera de las vanidades por antonomasia, la industrial audiovisual aparece retratada en todo su auto ensalzamiento, su ombliguismo y en su incapacidad de mirar el mundo desde otra perspectiva que no sea la propia. El show utiliza como carbón dramático los entresijos y bajezas de dicha industria en todo su triste esplendor. También podemos observar en pantalla a un personaje complejo, que se resiste a aceptar su decadencia, y el espectador la quiere acompañar porque Paquita, como en la senda de los antihéroes de la nueva televisión, tiene ante todo voluntad y fuerza para luchar contra la adversidad, aunque sus estrategias no sean ni demasiado sofisticadas ni éticamente aceptables. Y la adversidad, en el escenario donde se mueve Paquita, no es algo privado: cuando vienes de baja en la industria del cine y la televisión, quienes componen tu medio lo saben. Paquita ya no cuenta con clientes "clase A"; sus actores interpretan a cadáveres o aparecen al fondo, como parte de la escenografía (los llamados "bolos", el último eslabón del cruel mundo actoral). Paquita ya no tiene poder ni influencia. Cuando llega con una clienta a un casting y quiere pasar antes, la secretaria no la conoce y le pide que espere su turno, como el resto, como el espantoso resto. La tensión de la historia radica, entonces, en el precario límite en el cual se mueve la protagonista: aferrarse al mundo de las luces, los aplausos y el éxito, justo cuando todo eso le es esquivo y lo observa desde lejos.

Los showrunners del programa toman muchas veces decisiones arriesgadas y triunfan en este cometido, partiendo por Paquita misma, que es interpretada por el actor Brays Efe, que convence, divierte y emociona en el papel. Y aunque durante gran parte de los diez capítulos que componen la serie (cada una de las temporadas consta de cinco capítulos, con veinte minutos aproximados de duración) hay aciertos y sorpresas, también caen por momentos en los dos grandes pecados de la ficción audiovisual española contemporánea: la innecesaria tendencia al melodrama y el uso de personas con problemas mentales y cognitivos como supuesta fuente de comedia. Todo esto queda de manifiesto en el que es, probablemente, el peor capítulo de la serie, "Solidaria", donde intentan realizar una sesión fotográfica para un calendario de caridad. El supuesto de que los niños y adultos con algún tipo de dificultad intelectual son divertidos solo por su condición, es algo vetusto en términos dramáticos; la ternura con la que intentan disfrazar esta fallida incorrección, al final del episodio, termina por hundirlo definitivamente.

Salvo estas decisiones equívocas, vale la pena ver Paquita Salas por su apuesta, sus personajes y por exponer sin concesiones todo lo patético y lo vergonzante que hay en el mundo audiovisual.

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