Los amantes de Estocolmo de Roberto Ampuero: pura decepción

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No pasa demasiado con la última novela de Roberto Ampuero. Una novela íntima que termina como policial burdo. Un relato ambicioso, fallido y mediocre, sin demasiado que decir.


Una referencia menor, pero mayor: en Los amantes de Estocolmo, Roberto Ampuero sostiene que el vocalista de los Sex Pistols fue Malcom McLaren. Craso error. El vocalista era un tipo llamado Johnny Rotten. McLaren era el manager. Lección que se desprende de lo anterior: el infierno -o la mala literatura- siempre se define en los detalles.

Ambicioso hasta la médula, Ampuero no lo entiende y presenta una novela intimista para alejarse del best seller policial (Cita en Azul profundo, ¿Quién mató a Cristián Kustermann?) e internarse en aguas más profundas. Pero sigue nadando en la superficie: la historia de Cristóbal Pasos, un novelista policial que vive en Estocolmo y sospecha de la infidelidad de su mujer, es incapaz de convencer al lector.

Pasos vive reflexionando sobre la literatura, mientras su esposa se interna en negocios riesgosos, se suicida una vecina y escribe una novela que no camina hacia ninguna parte. Ampuero -especialista en temas tan disímiles como el Santiago Wanderers y los derechos humanos en Cuba- es un novelista menor que se mueve incómodo en registros mayores.

Los amantes de Estocolmo comienza como novela erótica, en la mitad parece crónica de viajes (largas parrafadas sin brillo sobre arquitectura sueca) y termina incluyendo a agentes de la K.G.B., torturadores del gobierno de Pinochet, ex guerrilleros y conspiraciones varias. En el medio, en el camino, está lo que no pudo ser: una fábula sencilla sobre las paranoias de un escritor cornudo, algo simple, efectivo y conmovedor.

Ampuero -igual que su personaje- se pierde en devaneos inútiles, citas a la alta cultura, la tradición literaria, la música clásica, la pintura moderna y una serie de referentes que supuestamente dan estatus social al narrador, pero que lo delatan como un nuevo rico o un arribista cultural. Decorados que esconden los vacíos del relato: peripecias precarias, personajes acartonados, carencia de dinamismo narrativo.

La razón de ello es que, habituado a las intrigas imposibles, el autor se siente tentado a pensarlas

como norma. Pero no cuaja. Los amantes de Estocolmo es una obra fallida, inverosímil y

limitada en su gesto autorreflexivo (un escritor policial que se envuelve en un asesinato), su condición de escritura en proceso (Pasos utiliza los hechos como material de su novela) y los temas que aborda (el exilio, la culpa, el deseo, el crimen).

De este modo, lo nimio es lo que revela a Los amantes de Estocolmo como un relato pretencioso. El mérito del Roberto Ampuero anterior era justamente hacer funcionar la mecánica de lo policial, por desquiciada que ésta fuera. Al amparo del género negro, la apuesta funcionaba.

Acá no hay apuesta alguna: las ceremonias de la intimidad y de la escritura se vuelven decepcionantes para el lector, el que -en el caso de poder terminar el libro- siente la desazón obvia de quien compró boletos para un film romántico y se topó con un policial a lo Charles Bronson o La Brigada Escorpión, la olvidable serie de TVN donde el mismo Ampuero hizo tratamientos de guión.

Puros lugares comunes, iluminación ineficaz, prosa menos que correcta y ninguna buena idea a la vista.

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