Música chilena: romper el estancamiento

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La música chilena vive un período al menos de incertidumbre. Poco público y escasa repercusión. La creatividad sigue en alto, pero no así los lugares donde desplegar esas virtudes.


Año curioso para la música chilena. De avance y retroceso, de despedidas y retornos.

La primera mitad de 2018 ha presenciado el cierre quizás anticipado de grupos como Dënver y Miss Garrison, que pudieron tener mucho más que grabar y decir. Así como el "retiro" de los escenarios de Camila Moreno, una de las propuestas más valiosas de toda la generación que emergió en la música chilena después del 2000.

Pero también ha sido un semestre de regresos como el de Casanova y Jirafa Ardiendo, dos que triunfaron subterráneamente en la década del 2000 y que de algún modo sienten que en estos días las cosas hubieran sido distintas en términos de resonancia. La última entrega de los premios Pulsar terminaron celebrando a un fenómeno como Mon Laferte y premiando como la gran creación del año a un título de una banda que está a punto de cumplir cincuenta años de trayectoria (Congreso), síntoma más o menos gráfico de lo que parece ser un diagnóstico más o menos razonables a estas alturas del partido: Que la escena local y sus exponentes parecen estar viviendo una suerte de estancamiento.

Que no se malentienda: actividad hay y mucha. Prácticamente no hay día de la semana que no tenga presentación de nombres locales y las propuestas siguen siendo tan variadas como interesantes. Y por estos días Ana Tijoux gira por Estados Unidos y Gepe da las últimas pinceladas a su esperado tributo a Margot Loyola y se cocina un supergrupo con miembros de Chancho en Piedra y Lanza Internacional, y hasta Los Ángeles Negros se apresta a reunirse con su vocalista más recordado después de 43 años. Pero eso son hitos aislados y no la muestra de una escena saludable. (me llamo) Sebastián, por ejemplo, anunció que se va a vivir a México, y las grandes noticias de las últimas semanas hablan del lanzamiento de Camila Gallardo y otros asuntos que retratan más estrategias puntuales, pero no un movimiento que involucre a más nombres.

Nunca es bueno generalizar, pero tampoco es sano subestimar los datos concretos. La música chilena vive un período al menos de incertidumbre. Poco público y escasa repercusión. La creatividad sigue en alto, pero no así los lugares donde desplegar esas virtudes. Esta temporada también ha visto la enfermedad de Álvaro Henríquez y la partida de Pablo Ilabaca de Chancho en Piedra, mientras La Pozze Latina tuvo que buscar un nuevo recinto para celebrar los 25 años de un disco tan fundamental como lo fue Pozzeídos por la Ilusión (1993). Otros consagrados, como Manuel García y Joe Vasconcellos, están lanzando sencillos o EPs como hábito más razonable para los tiempos que corren, en que la publicación de un disco completo sencillamente no justifica el esfuerzo.

No se trata de ser alarmista, sino simplemente de fotografiar el paisaje, el de hoy, el de estos días, en que incluso las rupturas y los retornos pasan inadvertidos, y en que las grandes noticias la escriben los viejos, mientras los que estaban llamados al recambio se han quedado un poco atrás, tratando de resolver el naipe.

Como Javiera Mena, estrella del indie pop, que intenta equilibrar su afán global sin desdibujar su origen independiente. Enfrentando una contradicción vital, similar a la de esta primera mitad de 2018, de avance y retroceso. En otras palabras, de estancamiento.

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