Jessa Crispin, escritora feminista: "La palabra 'empoderamiento' es puro narcisismo"

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Su manifiesto Por qué no soy feminista la ha llevado a la atención internacional, en un doble juego de aplausos y de polémica para el debate social hoy más encendido. La autora estadounidense descree de las ideas de género acomodadas a tendencias y autorreferentes, y lo expresa a costa de la antipatía de no pocas mujeres.


La ola -aún al alza- del #MeToo ha sido entre otras cosas la de una espuma de nuevas voces pensantes, y en ella, Jessa Crispin consigue distinguir la suya con blanca nitidez. Sus textos y entrevistas son de una frescura filosa, que ha tomado como una causa enfrentar con rigor y osadía las ideas instaladas en el debate, incluso si eso indigna a otras mujeres, activistas o no.

La ensayista (Kansas, 1978) tiene ya en siete idiomas su incisivo Por qué no soy feminista (2016) -un manifiesto que, a su modo, expone precisamente lo contrario-, y por estos días promociona en Madrid la crónica autobiográfica El complot de las damas muertas (en castellano por Alpha Decay). No oculta su preferencia por la lectoría europea: "Aquí recibo comentarios y preguntas mil veces más interesantes que en Estados Unidos, donde no hay ninguna tradición de pensamiento radical, y lo que se busca son respuestas de manual: "¿Puedo ser feminista y hacerme la manicure?", describe con hastío.

Un desayuno en la capital española confirma en persona las dotes que le consiguen a Crispin varias notas de prensa por semana. Es clara y sintética en la exposición de ideas poco habituales en torno a feminismo, activismo y conquistas sociales, aunque algunas de éstas no escondan su desdén hacia quienes llama "feministas de pacotilla": personalistas, autocentradas "e ignorantes de la desgracia cotidiana de trabajadores fuera de su círculo de referencia", describe.

"El azote del feminismo de chapita", la llamó un titular del diario El Mundo. Parece más justo, sin embargo, reconocer el empeño de Jessa Crispin por detectar la delgada línea entre movimientos sociales y oportunismo. Su advertencia es que un feminismo devenido moda, como un estilo de vida desinteresado en transformaciones profundas, no será más que un engaño colectivo que puede terminar reforzando los valores patriarcales de avaricia y competencia contra los que supuestamente combate.

Aborreces de la palabra empoderamiento.

Es puro narcisismo. Se usa desde una lógica de superioridad, buscando reforzar tu propio valor desde estándares de éxito, dinero e imagen; juzgando como deficiente a quien no entra en esa conversación. Es una palabra que sólo refuerza los sistemas de exclusión que ya ejerce el poder, y al que muchas creen debemos luchar por entrar, en vez de discutir para qué. Fue una discusión que debimos haber tenido durante la campaña de Hillary Clinton, porque era lo que ella representaba. Pero entonces todo se volvió "o estás con nosotras o estás en contra".

En tu libro expones la ferocidad de las jerarquías corporativas y lo contradictorio de que mujeres profesionales les paguen a otras mujeres por labores domésticas y de cuidado. Es una crítica anticapitalista, en el fondo.

Soy una anarquista. Leo a Emma Goldman. Entiendo el feminismo como la propuesta de un orden colectivo, de lazos y apoyos sin ganancia monetaria, pero no sé si puedo ser optimista al respecto. La resistencia a un cambio profundo es enorme, sobre todo en mi país, donde nadie hace algo a no ser que te paguen por ello. Veo muy de cerca, en mi pueblo de origen, cómo la gente vota por ideas de extrema derecha que en realidad no los favorecen. Es como si apoyaran a un club que nunca los va a incorporar. A veces temo que con el feminismo termine sucediendo lo que con el punk: el sistema lo coopta y crea un nuevo negocio; de eso se trata la hipocresía corporativa y su destino de eterna acumulación.

¿Incluyes también ahí la denuncia desde el privilegio de la industria del cine?

Hay algo en torno al "mírenme, qué valiente que soy", algo tan… egoísta. Si vas y haces un gesto de protesta vestida de negro sobre la alfombra roja… de todos modos lo haces con un vestido Dior, así es que… Hay algo tan incosciente en cuanto a los privilegios que se tienen, a quién legitimas. Si quieres protestar no te presentes en esas fiestas que celebran a los hombres en el poder, a la exclusión, al dinero. No vayas, y ya. El #MeToo básicamente incluye a mujeres profesionales, blancas, de clase acomodada y con acceso a los medios y a gran difusión en las redes sociales; pero no ha conseguido hasta ahora que mujeres de otros círculos accedan a la justicia.

Crispin sabe que opina a contracorriente. Guarda unos segundos de silencio y levanta las cejas: "Ahora, la reacción que recibo si doy mi opinión sobre esto y cómo me hacen callar… es alarmante".

¿Y qué respondes tú?

Está bien. Hay gente floja, que va a opinar sin leer los libros. Hay gente que quiere instalar sus ideas sin realmente debatir. Me han llamado loca, peligrosa y traidora. Hubo alguien que me acusó de usar la palabra feminismo como si fuese una religión, y hasta cierto punto lo entiendo porque esto se trata de salirte de tu mundo, de entrar en algo diferente a lo que todos a tu alrededor definen como "la buena vida". Por el lugar del que provengo, me di cuenta muy tempranamente de que vivía en medio del conformismo, del conservadurismo, de visiones muy rígidas sobre qué es lo correcto. Y entonces no tuve más alternativa que salir de ahí y buscar alternativas. Y me sorprende que eso no mejore. Siento que vivimos mirando a un mundo laboral, corporativo y de "celebridades" que es cada vez más homogéneo, y de cuyo centro resulta muy difícil salir.

¿No es preocupante que el feminismo no hable hoy de eso?

Lo es. También me preocupa. Crecí en una época en que al menos estaban PJ Harvey y Tori Amos, pero hoy escucho pop y todo se trata de tus metas, y de ser linda y estar siempre feliz. Es muy conservador cómo aún se define tu bienestar desde el matrimonio, por ejemplo; sin imaginación alguna para levantar otra forma de relacionarnos. O el deber de verte bien y joven, con la cirugía plástica ya instalada como decisión profesional o algo así. Es aspiracional, en definitiva, y el feminismo debiese ser lo contrario a eso.

En la reflexión colectiva de Jessa Crispin, el detonante ha sido siempre una inquietud personal, incluso tan acuciante como el intento de suicidio que describe al inicio de El complot de las damas muertas, el libro en el que detalla una década de viajes por Europa en búsqueda de claves vitales a partir de la experiencia de escritores clásicos. Por eso, más que un recetario, su trabajo puede leerse como la afirmación de un diseño de pensamiento propio, responsable con sus alcances y sus efectos.

"Tus planes de vida deben venir de ti. Nadie te los dará", escribes al inicio de El complot de las damas muertas.

Tiene que ver con encontrar un lugar. Esta sociedad es cruel en desplazar a miles, sea por la razón que sea. Escribir, viajar y dar mi opinión ha sido para mí un modo de ubicarme en este planeta desde la honestidad. Hay quienes me definen como una provocadora, pero no es lo mío: quedarme en ese personaje sería dejar de pensar, aunque a muchos eso les resulta rentable. Lo que yo levanto es una expresión.

¿No extrañas la voz de los hombres en el debate en marcha?

La masculinidad es tan opresiva para los hombres como la idea de femeneidad es para las mujeres. No sé por qué no hay un movimiento que haya reflexionado sobre eso, que esté dispuesto a hacer algo al respecto y que instale ideas sociológicas tal como se ha hecho el feminismo y los estudios queer. De la masculinidad no existen ideas alternativas, y tomará mucho tiempo que aparezcan porque son asuntos difíciles de abordar. Por supuesto que los hombres las necesitan; hoy están en una suerte de espiral descendente. Pero es su labor, no la de las mujeres. No es nuestro problema.

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