Los nuevos subversivos

Hoy, ante el éxito colosal de las plataformas digitales - y el posterior cambio en nuestros hábitos televisivos -, sumado a la avalancha de datos (falsos o verdaderos) sobre el acontecer mundial, la politización de las series ha trascendido formatos, géneros, personajes y regiones


El cliché dice que la realidad supera a la ficción, aunque muchas veces la imaginación de algunos autores le ha torcido la mano a todo lo que conocemos como realidad. Inevitablemente, cualquier historia de ficción se refiere a un contexto y la obligación del relato es hablar de él, para bien o para mal.

Toda telenovela, serie, miniserie, hasta los en apariencia más comerciales e intrascendentes, son, de alguna forma, reflejos políticos y sociales: la sensibilidad de los 70 en M*A*S*H, propiciada principalmente cuando uno de sus actores, Alan Alda, se tomó el show; la era Reagan vestida de oropel, en el caso de Dallas, Falcon Crest y Dinastía; o la desconfianza noventera en tiempos de Bush, en series como Melrose Place, Party of five y Dawson's Creek.

Hoy, ante el éxito colosal de las plataformas digitales - y el posterior cambio en nuestros hábitos televisivos -, sumado a la avalancha de datos (falsos o verdaderos) sobre el acontecer mundial, la politización de las series ha trascendido formatos, géneros, personajes y regiones. House of cards y Homeland son vivos retratos de un orden político en constante modificación y colapso. La impredecible historia de poder y sexo en American Horror Story: Cult detona justamente la noche de la elección de Trump, hablando de manera explícita de la paranoia y el miedo al porvenir de una nación. La novena temporada de la rejuvenecida Will & Grace sitúa al cuarteto central en una ciudad de Nueva York que sobrevive a carcajada limpia a la era MAGA (siglas inequívocas de "Make America Great Again"). Selina Meyer (Julia Louis-Dreyfuss) enfrenta casos reales de corrupción electoral, conflicto de intereses y caos político mundial en la comedia seminal Veep.

Y nada de lo anterior sería posible sin HBO, el canal que abrió la puerta y timbró el pasaporte para tocar temas más oscuros, convenientemente alejados de ese concepto de evasión tan clásico de la tele ochentera tipo Camino al cielo o La pequeña casa en la pradera. Gracias a HBO, en un proceso donde The wire seguramente tuvo mucho que ver, nacen los autores en la nueva era de la TV americana.

Esta nueva etapa coincide con la llegada de ciertas personalidades más opinantes y activas como los showrunners más exitosos de la industria. Shonda Rhimes (Grey's anatomy, Scandal y How to get away with murder), Aaron Sorkin (The west wing, The newsroom) y Ryan Murphy (Nip/Tuck, American Horror Story, American Crime Story) no sólo tienen más libertades a la hora de hablar de política, sino además manifiestan un interés explícito por cuestionar el poder imperante en sus proyectos. Tal vez el más explosivo del grupo sea Murphy, armado hasta los dientes con un sentido del humor malévolo y cuyos alcances aún resultan insospechados en la era Trump. Ya sea en el terreno de la comedia adolescente con tintes gore de Scream queens, en los inolvidables mash-ups escolares de Glee o en su rol de productor de ambas temporadas de American Crime Story - su particular homenaje a la televisión "inspirada en hechos reales" que fascinó a toda una generación-, Murphy funciona como un ácido crítico del poder, el dinero, la cultura de masas y el patriotismo. Al parecer él lo tiene claro: su próxima serie, escrita y coproducida junto a su habitual colaborador, Brad Falchuk, se llama The politician, tiene como protagonista a un aspirante a político de Santa Barbara y está protagonizada por Gwyneth Paltrow y Barbra Streisand.

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