Héroes de la frontera: Alaska en llamas

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Una madre inconsciente y poco preparada decide escapar de la cotidianidad con sus dos niños. La magnífica novela de Dave Eggers relata el viaje que emprenden por Alaska a bordo de una casa rodante destartalada.


Los protagonistas de esta novela intensa, aventurera, entretenida, profundamente estadounidense, son una madre de 40 años y sus dos hijos pequeños. Luego de hartarse de la vida rutinaria que llevaba en Ohio, abrumada por un ex marido inútil (hijo de chilena) y por la pérdida abusiva de su clínica dental, Josie resuelve dejar todo atrás y largarse con los niños al último confín del continente, Alaska, sin llegar a imaginar, por supuesto, hacia dónde se encamina. La decisión fluctúa entre lo precipitado y lo secreto, pero el hastío de Josie con su existencia diaria tiende a justificar la decisión. Héroes de la frontera es un relato que plantea un escape a los males contemporáneos en términos bastante concretos: no más reuniones ni actividades en el colegio de los chiquillos, no más pisotones de parte de un sistema social hipócrita y desalmado, en fin, no más tiranía de los biempensantes ni de los ciclistas vestidos de lycra.

Desde que el presidente Jefferson tuvo a bien enviar en 1803 a un grupo de exploradores para que, en la medida de lo posible, mapearan el inconmensurable territorio oeste de lo que hoy es Estados Unidos, y alcanzaran, Dios mediante, la costa del Pacífico (me refiero a la famosísima y exitosa expedición de Lewis y Clark), los estadounidenses han sentido una atracción singular por los lugares remotos de su vasta geografía. Con el correr de las décadas el ejercicio de la literatura enriqueció enormemente tal pulsión, y son decenas las obras maestras que representan la frontera, cualquiera sea ésta, desde una carretera interestatal a un bosque de secuoyas contiguo al desierto, como a un ente con características superiores al de un mero paraje. Dave Eggers, el autor la novela que nos ocupa, cumple sobradamente con esta regla de excelencia, y Alaska, bajo su mirada, vuelve a cobrar la importancia mítica que tanto se empeñan en vulgarizar diversos programas de la televisión por cable.

Los hijos de Josie son criaturas peculiares: Paul, de ocho años, "tiene la mirada de un clérigo", el actuar sensato, meditabundo, avispado, y en muchos sentidos actúa como el padre de Ana, pequeña pelirroja ingobernable e impredecible, de cinco años de edad, una verdadera fuerza de la naturaleza que, según su madre, se comporta como "amenaza constante al contrato social". Josie, por su parte, desarrolla rasgos de personalidad pendulares: del idealismo cae al pesimismo, del arrojo afloja a la inoperancia y de la convicción se transporta hacia la paranoia. Sin embargo, Josie es un personaje entrañable precisamente por eso, por la carencia de ideas fijas. Dentro de sus ilusiones, bendita sea, no figura la posibilidad de encontrar el amor en Alaska y rearmar su vida sentimental. El sólido sustento narrativo de un relato extenso, de más de 350 páginas, también tiene que ver con las oscilaciones de carácter mencionadas.

La valentía de Josie y sus hijos queda reflejada en dos frases potentes, ambas expresadas en la parte final del libro. La primera alude al sentido último de la decisión tomada: volar a Alaska, arrendar una casa rodante en ruinas -llamada paradójicamente "Chateau"- y traquetear sin rumbo fijo por un entorno salvaje, amenazante, sin más sostén que una bolsa de dinero con fondos bastante limitados (en Alaska, debido al aislamiento, todo es carísimo). "El principio era el valor, no tener miedo, seguir adelante, superar pequeñas adversidades, sin mirar atrás. El valor era sencillamente una forma de avanzar". La segunda declaración enmarca una opción admirable por donde se la mire: "En que sólo marchándose sus hijos y ella lograrían acercarse a lo sublime, que sin movimiento no hay lucha y sin lucha no hay propósito, y sin propósito no hay nada de nada. Quería decirles a todas las madres y a todos los padres: El movimiento tiene sentido".

Para finalizar, un dato: en la época en que Héroes de la frontera fue escrita, Alaska ardía en llamas debido a una serie de incontrolables incendios forestales que devastaron más de dos millones de hectáreas. En la novela el fuego es un ente maligno, acechante, vivo, al igual que la tormenta brutal que desata el desenlace. Esto confirma un talento bastante exótico de Eggers: el de convertir los rasgos físicos del entorno en personajes siniestrones.

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