Mentiras Verdaderas: lo impredecible

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Ahora se anunció que Franzani no sigue. En La Red no le renovaron el contrato y es una lástima porque justamente se lo va a extrañar en pantalla.


Mentiras Verdaderas siempre fue un espacio en el que se podía confiar. Un lugar para huir de otros canales cuando los culebrones turcos o bíblicos asolaban la programación y todo parecía una especie de pesadilla de escenas repetidas en reflejos infinitos y predecibles. Entonces, uno podía llegar al show de La Red, que proponía algo que en la tele chilena parecía haber desaparecido: la conversación. Un sello creado por Eduardo Fuentes y que Jean Philippe Cretton terminó exprimir espectacularizando su rol de conductor, sobre todo cuando se cumplieron los cuarenta años del golpe de estado del 73. Ignacio Franzani, que reemplazó a Cretton, bajó el volumen pero le dio al programa una densidad que no tenía.

Franzani era lo opuesto a Cretton: nunca se presentó como alguien más importante que los invitados, desapareció en las historias ajenas y entendió la empatía como una forma de ejercer la tolerancia. En un momento en que la esfera pública se llenó de predicadores, censores y redentores acicateados por lo políticamente correcto, representó con su tono sosegado y amable cierta calma ante la histeria nacional. Por supuesto, nada fue perfecto nunca. El programa tenía su propia corte de milagros que administrar y las bajas del Doctor File y Jorge Baradit (que emigraron a Chilevisión el año pasado) fueron significativas pues una de las gracias de Mentiras Verdaderas descansaba en el hecho de que ahí las teorías de la conspiración, la memorabilia pop del pasado y la poesía de los alienígenas ancestrales existían como voces individuales dentro de un coro que incluía muchas otras voces y miradas, acaso una agenda nerviosa por la urgencia del presente.

Aquello no estaba exento de problemas. Sin ir más lejos, el año pasado un personaje inverosímil como Emeterio Ureta se declaró como acosador sexual en el show y justificó su actuar ante un Franzani que, como el público, quedó tan perplejo como enrabiado al punto que tuvo que venir Natalia Valdebenito la semana siguiente a increparlo para que éste hiciese sus descargos respecto a cómo manejó al tal Ureta. Pero más allá de estas situaciones, Mentiras Verdaderas funcionaba en lo básico porque podía leerse como una suerte de crisol muchas veces complejo y contradictorio de la cultura chilena donde uno de los grandes méritos de su conductor tenía que ver con dejar hablar a los invitados para que, muchas veces (como sucedió con Loreto Iturriaga, hija del miembro de la DINA Raúl Iturriaga Neumann) se ahogaran con el horror y la miseria moral que encarnaban sus propias palabras.

Ahora se anunció que Franzani no sigue. En La Red no le renovaron el contrato y es una lástima porque justamente se lo va a extrañar en pantalla, más allá de que la producción del programa estos últimos meses haya condenado al show a una especie de loop constante con panelistas fijos en ciertos días (la doctora Cordero, el cazador de mitos, la vidente Latife) saboteando justamente esa condición azarosa que es uno de los principales atributos del formato. Por mientras, la templanza del animador es admirable dada la condición menesterosa de los materiales con los que tiene que trabajar. Como despedida, es mejor recordar uno de los mejores momentos del año: la conversación que tuvo Franzani con Junior Playboy y Edmundo Varas. Playboy (cuyo nombre real es José Luis Concha) ya había protagonizado una entrevista delirante de año donde contó cómo las esposas de carabineros le enviaban fotos sexys, trató a Hitler de "pehuenche" y explicó que su "desajunior" consistía en un plato de prietas con papas. Esta vez, al lado de Varas y con un Franzani capaz de seguirle el juego, Junior convirtió la conversación en pura metatelevisión pues sacó un tarot y un péndulo y le dio consejos delirantes al atribulado ex galán de Amor ciego. Ahí, no había diferencia entre cómo leía las cartas Concha y cómo lo hacían gran parte de los videntes que ya son una pandemia de nuestra televisión. Ahí, Franzani se reía y seguía la joda con su templanza y calidez habitual, quizás divertido porque no había diferencia entre una conversación seria y su parodia haciendo que Mentiras Verdaderas brillase al permitir que lo impredecible y lo bizarro llenaran de vida la pantalla.

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