Especimen: orgasmos, matrimonio, porno y maternidad

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Bajo una profunda intimidad y una escritura guiada por el abecedario es como quiso debutar Eleonora Aldea en la literatura con Especimen (2017), un libro publicado por Neón Ediciones. En él rompe evidentemente el límite sobre lo moralmente asignado a lo privado y lo público, cruzando barreras que pocos se han atrevido a narrar tan distendidamente y en primera persona.


Eleonora Aldea (1984) es diseñadora gráfica, se dedica al lettering y trabaja con tipografías, ergo, con letras. Especimen es su primer libro y está contado con el menjunje de todo lo anterior: alfabéticamente, desde la A hasta la Z con historias breves e intensas donde la autora es la narradora de cada una de ellas. Cada página es un pedazo de su vida que anteriormente se divulgó, sin profundizar demasiado, en diferentes plataformas que brinda Internet.

En un año extrajo algunos de esos textos, trabajó otros y los plasmó en su primer libro para dejar a los lectores sumergidos en experiencias privadas que al correr de las páginas se convierten irrefutablemente en una dimensión pública.

Así, nos enteramos del día en que la autora dejó abierto un video porno que estaba viendo en una página web a través de su iPad. El aparato lo dejó encima de su escritorio para ir a recibir a tres personas que llegaron a su casa a fotografiarla para una sesión de "mujeres admirables". Estaba posando cuando Félix, su hijo menor, apareció con el iPad en su mano caminando frente a todos mientras en la retina se veía el video corriendo: era una penetración en pantalla completa. Hubo un silencio hasta que Eleonora, tratando de salir del paso, culpó, medio en broma medio en serio, a su marido. Todos, incluida ella, se rieron. Después le contó a su marido lo que había ocurrido, reflexionó sobre el bochornoso episodio, se enojó consigo misma por exponer a su hijo y, sobre todo, por no poder transparentar que simplemente se masturbaba. El episodio es parte la letra X refiriéndose a "triple equis", donde habla del sexo en todas sus dimensiones.

En Especimen no hay pudores ni frases de más. La honestidad y exposición deslimitada de los relatos atraviesan todo el libro y eso lo vuelve tan adictivo como cuando un emisor le dice a su receptor que el mensaje no es cualquier mensaje, sino que un secreto; algo que viene desde la más profunda oscuridad del emisor.

Aldea se desmarca de lo antes visto en literatura por el formato y lo explícitas de sus historias de sexo, rupturas, incursiones adolescentes y enamoramientos. Allí evidencia las pocas ganas de tener hijos que tenía a sus veinte y tantos que inmediatamente se contraponen con la narración de su maternidad precoz y el tortuoso parto de un hijo prematuro. Las páginas son dirigidas por un abecedario donde cada letra tiene una tipografía distinta y, a su vez, cada una de ellas abre un sinfín de información que vacilan entre lo erráticas, resilientes, vergonzosas y valientes experiencias.

Especimen pareciera ser la consecuencia de una guerra y posterior reconciliación del mundo interior de la autora. Es escrito, al parecer, desde la zanja en la que queda un ser humano nostálgico después de haber sido apaleado. Aunque también desde el despojo y picardía con que se abordan los fantasmas y los quehaceres del día a día. Esa es la ruta de la letra K, la de los "Kilos culiaos". Allí, Aldea confiesa tener desde pequeña el desconsuelo de padecer una voz interior que, relata, es su peor enemiga: "Me dice que nunca es suficiente. Me compara no sólo con otras mujeres, sino conmigo misma. Ve las fotos de antes y me reprocha no ser así ahora. No entiende que antes yo no había tenido hijos, no le importa que antes lo pasaba mal. A mi enemiga no le importa ser feliz, ser inteligente, tener una familia, tener amigos, tener un talento. A ella solo le importa la pera chueca, los muslos demasiado gruesos, la piel llena de estrías". El relato, al final, es el resultado de una reconciliación de la autora consigo misma. Una especie de guerra fría.

No todo es drama. Historias más osadas como su primer orgasmo, la primera vez que tuvo sexo con una mujer -contada como si fuera una secuela de Puerto pollensa de Sandra Mihanovich-, su incursión en Fotolog, el extinto ICQ e incluso lo mucho que le costó establecer su relación con su actual marido, encienden el libro que pelotea extremas emociones en sus letras sin ninguna transición. Especimen es como abrir un diario de vida de una mujer adulta que no habla solo de amores y desencuentros, sino también de cómo poder dejar una experiencia en niños tan pequeños como sus hijos. "Quiero que se acuerden de bailar conmigo en el living. Y lloro. Y me pregunto cómo es que mi mamá no llora todos los días por no tenernos ahí. Porque ella sí se acuerda. Que un tiempo, hace mucho tiempo, la necesitábamos tanto", relata sobre los bailes que todos los días tiene junto a sus hijos, los mismos bailes que hacía su madre con sus cuatro hermanos y que ella, por tener la dicha o desgracia de ser la menor, no recuerda.

El libro de Eleonora Aldea fue escrito y dibujado por ella no sin entrar, según ha contado, en el mismo revoltijo de emociones, de reflexiones sobre la exposición y el límite de lo público y privado, que tienen sus lectores. En cada página está la nobleza de alguien que intenta no saltar la zanja y caer al precipicio, sino que, muy por el contrario, asume la responsabilidad de echarse al hombro las sandeces adolescentes y juveniles -que incluyen dos hijos y un matrimonio-, para armar un libro que no habla de la rabia, no se justifica en ideologías y que es tan extraño en su formato que realmente lleva muy bien puesto el nombre Especimen.

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