Federica Matta, artista francesa: "En Chile Roberto Matta está transformado en una marca"

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Desde París, la hija del pintor surrealista chileno cuenta que visitará Santiago en 2018 para restaurar sus esculturas-juegos en la Plaza Brasil que cumplen 25 años. Además, proyecta un espacio público similar en Quilicura. La artista prepara también un libro sobre los campos de refugiados en Francia.


"Quiero mucho a la Plaza Brasil", dice Federica Matta al teléfono desde París. El 4 de noviembre de 1993 la artista inauguró 22 esculturas-juegos en ese espacio público que marcó su primer encuentro con Chile, país con el que tenía una profunda relación afectiva por su padre, el pintor Roberto Matta. 25 años después, volverá a esa plaza para restaurar, junto a la Municipalidad de Santiago, los juegos infantiles que recrean volcanes-toboganes, el cerro Santa Lucía, la cordillera de los Andes, un iceberg, templos y seres mitológicos.

"Fue un proyecto pionero en recuperar para la gente las plazas después de la dictadura. Los chilenos recién comenzaban a volver a los espacios públicos, a reunirse sin miedo", recuerda. "Me encuentro con niños que jugaron ahí hace 25 años y que ya de adultos llevan a sus hijos al mismo lugar. El arte público es como la acupuntura. Intervienes un punto con colores y formas y reactivas toda la ciudad. Es interesante pensar qué reactivó en los chilenos la Plaza Brasil".

Las esculturas se pintaron con la técnica italiana del fresco. La idea era que cuando se perdieran los colores apareciera la pátina del tiempo, un sutil recuerdo de esas tonalidades, una memoria, pero no funcionó porque luego se pintó encima sin dejar que los años y el clima hicieran su trabajo. A esos juegos que persiguen la participación del público y revitalizaron una zona olvidada de Santiago se le quitarán todas las capas de pintura para recuperar sus brillantes tonalidades originales y se repararán los daños que han sufrido. Los trabajos se realizarán entre febrero y abril de 2018.

Los inmigrantes

A los 62 años, Federica Matta es una adicta al arte en el espacio público, fuera de los museos y galerías. Junto a intervenciones en Francia y Bélgica, diseñó una escultura monumental en la entrada de un estadio en Japón y murales en el Metro de Lisboa. Ha pintado sus kakemonos, pancartas de tela adornadas con frases y dibujos, con niños en Irán; en Chile sembró un camino de flores gigantes al aire libre en La Serena, creó esculturas-juegos en la escuela mapuche de Reigolil (Novena Región), murales en la estación de metro de Quilpué y afiches para los movimientos sociales por la educación pública, el medioambiente o la causa mapuche. Hoy, planea un espacio similar a la Plaza Brasil en Quilicura. "Estamos en el principio del principio, viendo planos, trazando bocetos para Quilicura. Mi sueño es que otras plazas de Chile tengan esculturas como las de Plaza Brasil", explica.

En 2016, hizo talleres en Quilicura y trabajó con niños haitianos. "Le tengo mucho cariño a Haití, país cercano a Francia, y en Chile percibí integración social. La gente de esa municipalidad está aprendiendo créole y los inmigrantes el español", apunta la artista. "No olvidemos que todos somos inmigrantes. Mi familia lo fue. Los inmigrantes nos conectan con imaginarios diferentes y nos ayudan a ampliar nuestra percepción de realidad. Debemos ayudarlos a soñar de nuevo. Hay que aprender a controlar el racismo, un sentimiento muy infantil. La belleza del otro nos despierta celos y falta de autoestima. No hay que tener miedo. Un nuevo color de la piel es un nuevo tipo de energía y quizá necesitemos de esa nueva energía".

Aunque cultiva el arte callejero que contagia de buenas vibraciones a los transeúntes, no conoce la restauración del histórico mural pintado por su padre en 1971 en la ex piscina de la Municipalidad de La Granja: "Es difícil para mí siempre ser relacionada con mi padre, es una actitud patriarcal que no me gusta. No quiero que siempre me conecten con mi padre muerto. En Chile Matta está transformado en una marca, en un artista oficial y académico. Me da pena. Me gustaría que los chilenos recordaran más su espíritu de libertad, revolucionario y contra el sistema, pero ese es otro tema".

La memoria

Su andadura en el arte público continuará en Burdeos, donde está abocada en sacar adelante la plaza André Meunier. Fiel a su sello lleno de colores de alto brillo, presentó en Martinica una exposición y un libro en homenaje la memoria de los esclavos y el trauma del colonialismo. De padre chileno y madre estadounidense -la hermosa Malitte Pope, fallecida recientemente-, Federica creció entre París, Italia y Nueva York, pero a los 16 años se fue a estudiar a Martinica a una escuela -el Martinican Institute of Studies- que mezclaba poesía, teatro y filosofía en esa colonia francesa en el Caribe, en la que también vivió Alfredo Jaar cuando niño. Siempre atenta a los temas sociales, ahora diseña otro libro para Marruecos sobre los campos de refugiados en Francia. "Los inmigrantes nos hacen cambiar, nos hacen mejores personas", cuenta Federica, nombre que heredó de García Lorca, a quien su padre y madre conocieron en España.

En Martinica, la escultora fue inmigrante. En 1970, dos años después del divorcio de sus padres, la joven fue enviada "al exilio" a esa pequeña isla, episodio del que prefiere no hablar. Después siguió una vida errante por India, Egipto y Latinoamérica. Ahí surgieron otros dramas. Las repentinas muertes de los gemelos Batán y Gordon, hijos de su padre con Ann Clark, la hicieron sensible a las tragedias y traumas de la infancia. Batan falleció al caer del loft de su hermano en Nueva York y Gordon murió de pena dos años después, en 1978. Ambos eran artistas como su padre. "Siempre me pregunto por la memoria de los niños, qué recuerdos cargamos que no nos dejan descansar y cómo podemos transformar esas vibraciones que sentimos en poesía", remata Federica Matta.

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