El K-Pop da el salto definitivo

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A veinte años de su explosión, el pop surcoreano logró entrar en el mercado estadounidense. El triunfo del grupo BTS en los American Music Awards, hace una semana, es la última señal de un fenómeno ya conocido en Chile que desde un comienzo se propuso como objetivo el dominio global.


Rostros expectantes, celulares encendidos y gritos adolescentes hubo la noche del domingo pasado en el teatro Microsoft de Los Angeles, durante el debut de BTS en los American Music Awards. La presentación del grupo surcoreano, la primera de un artista de su país en una premiación televisada en Estados Unidos, había sido ampliamente comentada en los días previos al evento por una intrigada prensa de espectáculos norteamericana. Pero desde que los siete integrantes de la banda bajaron del escenario, luego de una avasalladora performance de baile, efectos audiovisuales y letras incomprensibles para la mayoría de la audiencia, el hito se volvió materia de análisis en redes sociales y medios especializados durante toda la semana siguiente.

Lo ocurrido siete días atrás es, a todas luces, un paso histórico para el K-Pop, el género musical surgido hace dos décadas en Corea del Sur a imagen y semejanza de las boybands y girlbands anglo de la época. Porque si bien el alcance del movimiento se ha expandido en los últimos años a otras latitudes, incluyendo un singular culto en Chile, lo de BTS parece haber marcado el inicio de su conquista definitiva del mercado norteamericano, uno de los principales objetivos de los cerebros detrás de una industria que importó -y, a su modo de ver, perfeccionó- el modelo de factoría pop bajo el que nacieron fenómenos como Backstreet Boys y Spice Girls.

Ha sido un proceso lento y trabajoso, cuyos primeros frutos se han visto de manera más clara este 2017. En mayo, los mismos BTS lograron el primer premio Billboard para una banda de este tipo, mientras que meses después se estrenó en Nueva York un musical titulado, justamente, K-POP, con la historia de dos bandas de jóvenes coreanos que entrenan intensamente para alcanzar la fama.

El montaje, que debutó con entradas agotadas, no sólo llevó a las tablas los elementos propios del género, donde confluyen diversos estilos de música occidental -como R&B, hip hop y electrónica- y un especial cuidado en las visuales, vestimentas y aquellas coreografías que adolescentes chilenos replican en el GAM y el Parque San Borja. Además, consiguió retratar las claves del modelo de pop coreano, una industria fuertemente anclada a la televisión, que transmite en varios países el disciplinado y sistemático régimen de entrenamiento de sus artistas.

"Eso lleva a que las fans se sientan parte de sus logros, de su esfuerzo y sus éxitos", dice, desde Seúl, Gonzalo García, director ejecutivo de Noix Producciones, firma que desde 2012 organiza la mayoría de los conciertos de K-Pop en Chile. El productor, que en los últimos años ha traído a Santiago a bandas como Seventeen, Monsta X y BTS -quienes en enero agotaron dos shows en el Movistar Arena-, conoce de cerca la forma de trabajo de una industria que recluta a sus artistas desde muy jóvenes para inculcarles disciplina de trabajo y los valores de la conservadora sociedad surcoreana. "No pueden beber alcohol, por ejemplo. Han habido casos de artistas destituidos de sus grupos por comportamientos que en alguien como Justin Bieber serían completamente normales", añade.

La fábrica de canciones

La génesis del K-Pop moderno, y su sistema de grandes agencias y audiciones para fichar potenciales ídolos, se remonta a 1997, cuando el empresario coreano Lee Soo-Man volvió a su país dispuesto a replicar la fórmula que imperaba mientras estudiaba en Estados Unidos. Así nacieron el quinteto masculino H.O.T. y el trío femenino S.E.S. La crisis asiática obligó a la industria del entretenimiento de ese país a abaratar costos y a empezar a crear sus propios productos, del que además de música surgieron telenovelas, películas y cómics. De pronto, Corea del Sur comenzaba a colonizar el resto de Asia con su imaginario.

Según detalla John Seabrook en su libro La fábrica de canciones -una muy completa investigación sobre la música pop de las últimas décadas-, compañías como SM Entertainment (de Lee Soo-Man) crearon incluso manuales con todos los pasos necesarios para conseguir el despegue internacional de sus grupos: desde qué compositores o progresiones de acordes utilizar en una canción para determinado país, hasta el tipo de delineado de ojos que debe usar un artista en cada show.

Si bien, de acuerdo a un reporte de la BBC, este modelo deja US$2 mil millones anuales a la economía surcoreana por venta de discos, giras y merchandising, hasta hace no mucho su alcance estaba restringido al mercado asiático, Medio Oriente y rarezas como el caso chileno. El empujón necesario para su expansión a Occidente llegó en 2013, cuando el cantante de Seúl, Psy, lanzó Gangnam style, en su momento el videoclip más visto en la historia de Youtube y, paradójicamente, una sátira a la estética K-Pop.

Así lo cree Seabrook, quien es cauto con la profundidad que el género puede alcanzar en el mercado anglo, al menos hasta que uno de sus éxitos llegue al Top Ten de Billboard (la mejor marca la alcanzó BTS con el puesto 67, hace un mes). "El K-Pop se ha vuelto más popular, pero la ausencia del inglés en sus canciones y su propuesta totalmente manufacturada son cosas que el público todavía ve como ajenas. El hip hop supera al K-Pop en popularidad, porque mientras el primero representa la autenticidad, el segundo se basa en vender una imagen irreal", dice el autor.

Jeff Benjamin, cronista de K-Pop para Billboard, no duda que "estamos presenciando un salto en la popularidad del género en Estados Unidos", ya que desde 2013 "las reproducciones de sus videos se han duplicado, con mejores ventas de discos y un incremento en las giras". Aun así, coincide en que la vía para consolidarse es con un hit, como "Despacito", "que este año ayudó a allanar el camino para otros artistas latinos en Estados Unidos, donde todavía no ha habido un popstar asiático".

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