No sería lo más justo generalizar o estigmatizar a una escena completa a partir de lo que han hecho unos pocos. Pero tampoco sería sensato relativizar lo sucedido sólo porque habría sido práctica de una minoría. La última semana ha sido de fuertes revelaciones para cierto mundo del pop capitalino. A través del portal de música POTQ, la periodista Javiera Tapia recopiló una serie de testimonios que involucran a distintos actores de un conglomerado que por discurso y coincidencia generacional parecía estar en el papel fuertemente comprometido con causas como el feminismo y la libertad de género.

Sin embargo, y ahí está lo realmente decepcionante para los seguidores de estos grupos y solistas, es que varios de ellos están siendo acusados de temas complejos que van desde la violencia sicológica, como en el caso de Gonzalo García, vocalista de Planeta No, hasta derechos intentos de violación a menores, como lo que involucra a Pablo Gálvez, colaborador entre otros de cantantes como (me llamo) Sebastián. Y tal como ha pasado en situaciones similares en los últimos meses, como con Los Tetas o también esta última semana con un par de miembros de La Sonora Palacios que fueron grabados acosando a una mujer en la calle, la exigencia ha sido particularmente alta con los verdaderos responsables de los proyectos de quienes se espera algo más que un tibio comunicado de reprobación por alguna "mala práctica" de sus colegas.

El tema de la velocidad de respuesta seguirá siendo un asunto debatible, tanto como la muchas veces poco meditada asociación que se hace con la gente cercana a los involucrados, pero no directamente involucrada en las acusaciones, como ha pasado esta semana con (me llamo) Sebastián que ha sido emplazado personalmente por algo que habría hecho un compañero de trabajo. Sin embargo, y volviendo a la escena aludida esta última semana, lo frustrante y hasta peligroso tiene que ver con la traición implícita que simbolizan muchos de estos testimonios frente a voces y actores que estaban llamados a representar todo lo contrario. Es cierto que la música no se mancha y que si fuera por inhabilitación ética, no podríamos escuchar ni la mitad de la música que hemos celebrado por años y en distintos. Pero cuando el centro de tu discurso artístico tiene que ver con algo que no eres capaz de honrar en privado, como en el caso de Planeta No, las disculpas y las promesas de rehabilitación simplemente no son suficientes. Sobre todo, porque en ese doble estándar, se lastima algo que un artista nunca debe lastimar: la confianza de su público.