Raúl Osorio vuelve a dirigir tras su salida del Teatro Nacional

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Dejó la sala de la U. de Chile en marzo de 2016, con fuertes cuestionamientos y luego de 15 años. El 20 de octubre Osorio regresa al teatro con Puchimbol, el nuevo monólogo de Roberto Farías en Mori Bellavista. En su primera entrevista en meses, enfrenta las críticas a su gestión: "Hubo muchas antojadizas y con el afán de destruirme".


Cuenta que fue a perderse al campo, a la casa de una de sus hijas. Que solo allí, lejos del ruido y los ecos de la polémica, pudo retomar lecturas y escrituras que había hecho a un lado. También pensar en todo lo ocurrido durante los últimos meses y planear el que será su regreso a los escenarios. En eso estaba el ex director del Teatro Nacional, Raúl Osorio, cuando se reencontró con el actor Roberto Farías, quien además es padre de una de sus nietas. Fue él quien le propuso volver a la dirección luego de dos años, tras estrenar en 2015 una versión de Esperando la carroza de Jacobo Langsner en la sala Antonio Varas, que por entonces aún dirigía.

"Además de la conexión familiar, con Roberto hemos trabajado varias veces juntos, en Esperando a Godot, El loco y la triste y otras obras", cuenta Osorio en un café en pleno barrio Lastarria. "Tuve bastante paciencia para ver qué quería hacer, qué me interesaba y ya sin la preocupación de formar parte de una institución ni tampoco tener que hacerme cargo de la gestión o de buscar fondos. Tenía de verdad muchas ganas de volver a dirigir y solo concentrarme en lo artístico", dice.

El 20 de octubre, en el Mori Bellavista, Osorio estrenará Puchimbol, un monólogo escrito por Farías y dirigido por él. "El personaje es un caricato, un comediante, una especie de bufón moderno aunque más sofisticado, y que se pasea por vodeviles y cabarets, disfrazándose, gritando, contando historias y metiéndose en zonas que no son las más divertidas", explica el director. "No tiene mucho que ver con Acceso, salvo en algunos cruces y miradas del mundo, y es lógico, si se trata del mismo autor. Es más, nos hemos preocupado de que no tenga mucho que ver con ese otro trabajo. Este nuevo personaje pone en jaque los valores ético morales, habla de política, del sistema económico, de la educación y la desigualdad social. Pero es el humor su principal arma", afirma.

-¿El título, Puchimbol, obedece a la intención del personaje, de golpear o barrer con todo?

-"No es que el personaje le pegue a todos, sino más bien al revés: es a él a quien lo han golpeado siempre, él es el puchimbol. Y como uno bueno además, solo recibe, nunca devuelve. Hoy cualquiera podría ser un puchimbol, muchos no saben cómo defenderse y por lo general estamos desamparados ante todo lo que nos agrede, margina y censura".

El 14 de marzo del 2016, Raúl Osorio vació la que fue su oficina durante 15 años en el Teatro Nacional Chileno. Su salida del mismo espacio, dependiente de la Facultad de Artes de la U. de Chile, encendió una polémica de cara a la celebración por los 75 años del Teatro Experimental. "15 años fueron suficientes para estar en una institución que tiene sus costos económicos, artísticos y personales de mantener, y con bajísimo presupuesto", dice hoy. "Un teatro es un asunto que está vivo, se deteriora, y todo aquello exigía mucha presencia mía. La verdad es que sentí, después de tantos años, un desgaste de mi parte", reconoce.

-Entre todo el hermetismo, desde la Facultad de Artes dijeron que Ud. había renunciado, ¿fue así?

-No, no alcancé. La decana me pidió la renuncia antes y tuve que aceptar, y te digo que lo hice gustoso. Venía pensando hacía tiempo en cerrar el ciclo, aunque no tan bruscamente. Nadie se desapega tan fácil después de tanto.

A los reclamos en su contra, que hablaban de bajas cifras de público y escasa visibilidad de la sala Antonio Varas, hoy bajo la dirección de Ramón Griffero, así como de la ausencia de varios dramaturgos y directores locales sobre el mismo escenario, la salida de Osorio develó también una crisis presupuestaria. "En 2001, a una semana de asumir la dirección del teatro, salimos con Luis Merino, quien entonces era el decano de la Facultad, a buscar financiamiento en su auto a empresas como Coca-Cola y Telefónica", recuerda. "¿Tú crees que alguien mostró interés siquiera? Nadie", afirma. "Lo que quiero decir con esto es que ese es el nivel de orfandad al que puede llegar un teatro como el Nacional si es que la Facultad de Artes no se hace cargo".

-Además de lo presupuestario, había críticas por su gestión artística. Juan Radrigán, por ejemplo, decía que sus obras ya no llegaban al Nacional y que Ud. había 'enemistado' al teatro con la comunidad...

-Las críticas me parecen bien. La gente tiene derecho a criticar, pero con fundamentos. No me interesan las críticas cuando solo tienen un carácter destructivo, porque si no son solo quejas. Con respecto a lo de Radrigán, creo que los dramaturgos siempre se quejan y con justa razón, pero es que no depende del director de un teatro enmendar esa deuda. Durante mi gestión Radrigán sí estuvo en el Teatro Nacional, también De la Parra, Wolff, Rivano y así. Siempre tuve una inclinación por autores chilenos y sin establecer preferencias ideológicas. Por eso creo que muchas críticas fueron antojadizas, desde la envidia, y no apuntaban a proponer cambios sino a destruirme y a destruir lo que estábamos haciendo".

-¿Qué le pareció la designación de Griffero como sucesor suyo?

-Ramón es un tipo con mucha experiencia, y es muy importante para el teatro chileno. Que asuma ese puesto, y lo digo sin saber qué pensaba él de cómo iba a ser, es admirable, porque va a tener que apechugar. Más que Griffero, lo que hacía falta ahí es alguien que supiera conseguir fondos.

-Si insiste en que el problema son los fondos, ¿quién debería ser el tutor del Teatro Nacional?

-Quizá la Casa Central o derechamente el Estado. Quien lo haga debería ver el teatro no como parte del desarrollo económico o de este concepto de 'industria cultural' que detesto, sino como un pilar de la evolución social. Por lo pronto la autoridad seguirá siendo la Facultad de Artes de la U. de Chile, pero sería bueno que el decanato tomara una posición clara: o se hacen cargo o sueltan el teatro, porque si no podría incluso desaparecer. En esos 15 años varias veces sentí que el Nacional era como un niño guacho del que nadie quería hacerse cargo".

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