El ciudadano Van Gogh

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En Loving Vincent existe una pasión por parte de los realizadores solo comparable con la obra del pintor que retratan. Es un trabajo basado en la obsesión y el amor. Un esfuerzo hercúleo a ratos sobrecogedor y a ratos agotador.


Por lo general es un signo de alarma el que una cinta haga gala de la técnica con la que fue realizada más que por la historia que nos viene a relatar. El mejor ejemplo de esto es Avatar de James Cameron. Su anzuelo de venta fue que se había desarrollado toda una nueva tecnología para su realización y que su visualidad era única. De la historia nadie hablaba mucho debido a que era una brutalidad infantil con los peores toques new-age. Independiente a esto, se transformó en la película más taquillera de la historia. Ahora llega Loving Vincent, la que enarbola ser la primera cinta animada en base a más de 65 mil pinturas al oleo, las cuales recrean el trazo y la obra del post impresionista Vincent Van Gogh.

A pesar de que se puede esperar lo peor, las corazas con las que se llega a ver Loving Vincent, pronto empiezan a caer y aunque es una película que no se eleva a cotas de obra maestra, sí funciona en su búsqueda de retratar la constante lucha y pasión por la que se vio movida la última etapa de la vida de Van Gogh. Esto es, sin duda, porque la historia del neerlandés es suficientemente conmovedora y porque el trabajo de los directores Dorota Kobiela y Hugh Welchman, es suficientemente medid. Tratan de centrarse en algo más que en la técnica utilizada.

La estructura es simple y recuerda a El ciudadano Kane. Armand Roulin, el mayor de los hijos de la familia Roulin, amigos y modelos que el pintor retrató, hace de una suerte de detective que entrevista a muchos del círculo de cercanos que Van Gogh tuvo durante sus últimos años. Por supuesto que los hechos que Armand recolecta difieren, ya que siempre habrán tantas versiones de un mismo suceso como testigos del mismo existan. Y así como la estructura recuerda a la obra de Welles, la técnica emparenta todo con Waking life y A Scanner Darkly, ambas cintas de Richard Linklater, las cuales fueron filmadas con actores y luego "animadas" en post producción.

En Loving Vincent existe una pasión por parte de los realizadores solo comparable con la obra del pintor que retratan. Es un trabajo basado en la obsesión y el amor. Un esfuerzo hercúleo a ratos sobrecogedor y a ratos agotador. Y es que cada fotograma es, literalmente, una obra de arte; a su vez, esta práctica a ratos fatiga y distrae. Es una inmensa lucha entre forma y contenido, y una vez finalizado el visionado es difícil aclararse cuál de las dos ganó. Lo que no presenta duda es que es una experiencia única.

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