El último edificio de Zaha Hadid en Nueva York

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Es un lujoso condominio ondulado y acaba de recibir el premio al edificio del año de la Sociedad de Arquitectos de NY. Fiel a su estilo de curvas futuristas, todos los departamentos serán diferentes y con ventanas de acero sinuosas.


Zaha Hadid brillará póstuma en Nueva York. Uno de los últimos edificios que diseñó antes de morir, el 31 de marzo de 2016, se construye sin parar y se inaugurará a fin de año. Mientras en el High Line los turistas se pasean entre flores y hierbas aromáticas, los trabajadores terminan los impresionantes ventanales de vidrio y acero con formas orgánicas que sirven de fachada. Cada piso asemeja un excéntrico acuario intergaláctico como sacado de un capítulo de Los Supersónicos.

El condominio de 11 pisos desafía la tradicional característica rectangular y vertical de Nueva York. Con estructura horizontal, cada uno de los 39 departamentos de lujo emplazados en la calle 28 será diferente y contará con obras de arte diseñadas por Hadid.

La arquitecta afirmó al New York Times en 2015 que su diseño fue un intento de evocar la dinámica urbana del barrio de Chelsea, la zona de las galerías de arte y la nueva sede del Museo Whitney.

"Las múltiples capas y tipos de vías públicas que hay entre la calle 28 y el High Line se reflejan en los diferentes pisos del edificio y, a su vez, en la trama de la fachada de vidrio", sentenció la arquitecta, quien obtuvo el Premio Pritzker en 2004.

Su estética contemporánea y elegante se extenderá a los interiores del edificio. Para ellos creó cocinas y baños curvilíneos. Hadid compitió contra otros conocidos arquitectos para diseñar el proyecto y ganó con su visión optimista del futuro. Los espacios son arriesgados, modernos y aprovechan las curvas, que son difícil de imponer en el sector inmobiliario. Son caras de hacer y complicadas de vender a los compradores.

Además de su diseño inusual, los departamentos de Hadid serán verdaderas casas inteligentes con estacionamientos y bodegas subterráneas automáticas.

El edificio contará con una sala de cine IMAX privada, una piscina, un gimnasio, un spa, 15 nuevas galerías de arte cercanas y una terraza junto al High Line que permitirá a los residentes disfrutar del parque y, al mismo tiempo, resguardar la privacidad y exclusividad. Lo mismo ocurre con los baños que tendrán un vidrio electrónico, una especie de escarcha que aparece sobre el cristal luego de apretar un botón.

Nueva York no la quería

La arquitecta ostentaba proyectos en todo el mundo, excepto en Nueva York. Manhattan disfrutaba de un auge en la construcción tras recuperarse del ataque a las Torres Gemelas, pero con diseños insípidos, sin audacia. Hadid reclamaba que las ciudades estaban infectadas por una convicción casi totalitaria que suponía que la arquitectura debería ser más útil que hermosa o asombrosa. La mayor parte de sus colegas, decía, se sentían orgullosos de diseños cuyo mayor atributo era que nadie se percatara de ellos y que no ofendieran a nadie. Se equivocaban. La insipidez a escala masiva es ofensiva, sentenciaba Hadid, quien detestaba el oportunismo comercial, la subyugación al mercado y las visiones poco comprometidas en la arquitectura.

Por suerte, hoy a lo largo del High Line y en áreas cercanas otros arquitectos ganadores Pritzker han diseñado una colección ecléctica de edificios: Jean Nouvel, Frank Gehry, Norman Foster y Renzo Piano. A su vez, Jacques Herzog y Pierre de Meuron, siguiendo los pasos de Hadid, construyen en Tribeca un rascacielos que parece una serie de cajas apiladas hacia el cielo.

Sin miedo

Hadid estudió a principios de los 70 en la Architectural Association de Londres, después de pasar su niñez en Bagdad. Su padre era líder del partido progresista en Irak y luchó por la democracia. De ahí que su arquitectura fragmentaria, ondulada y compleja transmita una sensación de libertad.

Cuando le dieron el Pritzker -fue la primera mujer en ganarlo- la describieron como una arquitecta sin miedo. Le avergonzaba que muchos de sus proyectos no se construyeran por ignorancia, porque alguien dudó que se pudieran hacer. Decía que a la gente le gustaban los paisajes extremos, subir montañas, caminar en desiertos y bucear para encontrar maravillas. Todo con tal de elevar el espíritu. Eso es lo que ella también buscaba en su oficio: proyectos que engrandecieran el espacio público, que aportaran experiencias únicas a los ciudadanos.

Rotunda y obstinada, señalaba que los edificios eran objetos estáticos y que ése era el gran problema de los arquitectos del siglo XX, que en vano intentaban aplicar la sensación de movimiento a sus estructuras. Ella lo logró.

Otro factor que explicaba la ausencia de edificios con su firma en Nueva York era, según ella, que los hombres dominaban la arquitectura. Aunque detestaba que la reconocieran por su sexo, se sentía feminista, "pero no quiero que me unan a la subcasta de leprosos llamada mujeres arquitectas. Soy arquitecto, sin más".

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