Un gay sumamente conservador

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Desastres naturales, de Pablo Simonetti, es una novela que pretende documentar la liberación del protagonista ante un entorno que repele su homosexualidad. Paradójicamente, el resultado final es el opuesto.


Marco Orezzoli, el protagonista y narrador de Desastres naturales, ha sufrido mucho, se diría que toda la vida, debido a su condición de homosexual. Proveniente de una clase media acomodada, aspiracional y católica, el hombre está tan centrado en sí mismo que al momento de componer un cuadro familiar desde la perspectiva que le otorgan los 50 años de edad, falla, puesto que el intento de reconstruir su juventud en el Chile precario y oscuro de los años 70 y 80, y posteriormente su madurez durante las décadas que siguieron, se ve siempre disminuido por cierto infantilismo sentimental tendiente a insistirle al lector en que no hay cosa más importante -ni peor maldición- que ser gay. Curiosamente, teniendo todo para revelarse en contra del entorno que lo asfixia (educación, dinero, amoríos), Marco Orezzoli termina por adoptar, tal vez sin darse cuenta, buena parte de las costumbres y ritos conservadores de esa tribu que tanto lo ha maltratado.

Desde que era un muchacho ("[…] me arrodillé ante la cama y le pedí a Dios que me quitara el deseo por los hombres"), hasta el presente de la novela ("Pudimos estar unos momentos a solas con él, mientras rezábamos el rosario"), Marco demuestra ser un sujeto piadoso, lo cual no representaría tropiezo argumental alguno si es que el narrador no atacase con frecuencia a ese mismo credo que lo oprime. En vez de otorgarle profundidad al personaje, las contradicciones que afectan a Marco -simples, demasiado simples- hacen de él un personaje prescindible. Y cuando surge la oportunidad de entrar en un tema que sí podría resultarle llamativo al lector ("A su lado se hallaba otro tipo que había conocido hacía diez años a través de la última polola que tuve"), el narrador opta por no profundizar en el asunto.

Peor aún: Marco a veces también se empeña en alardear que es un adelantado a su época, alguien mundano, incluso revolucionario, y ahí el fracaso de su testimonio es francamente vergonzoso: "José se acuerda hasta el día de hoy de que yo andaba de chaqueta de cuero, polera blanca y jeans rasgados en las rodillas, una tenida inusual para el Chile de esos tiempos". El año de tal arrojo fue 1989. La superficialidad manifiesta y el exceso de clichés a la hora de tratar el gobierno de la Unidad Popular, el golpe militar y la dictadura se condice con la fijación del autor por recrear épocas y circunstancias a través del pobrísimo recurso, quizás un poco siútico, de mencionar a diestra y siniestra marcas de autos, de vinos y de prendas de vestir: "Había venido de sport, con un cortavientos rojo en el que flotaba un caballito verde, un binomio ecuestre, para ser preciso". En su opinión, supone uno, basta con ello para establecer los principales atributos del personaje en cuestión o para delinear por completo una personalidad.

Otras taras típicas de la escritura de Pablo Simonetti que aquí abundan: falta de pericia en los diálogos, ya que en vez de aportar información útil o velocidad al relato, los parlamentos tienden a desmedrar el contexto, a entregar aclaraciones nimias, o a sobre explicar tal o cual hecho, ofendiendo así la sagacidad del lector; fascinación por el uso estratégico de ciertas frases que, bajo la percepción del autor, ayudan a consolidarlo como un escritor culto: "dedos coyunturosos" (tal adjetivo no existe), "luz glauca", "la ubertosa dueña de casa" (otro adjetivo misterioso), "la hesitación ante las puertas", "su acantilada vista sobre el lago" (homenaje a Lemebel) y, finalmente, una joya de un culteranismo grotesco considerando las características ya destacadas de esta novela: "Nosotros mismos habíamos acarreado un gran peso, como en La divina comedia deben hacerlo los soberbios del primer círculo".

Desastres naturales es una obra desastrosa por otras razones de peso: el largo viaje al sur de Chile narrado al principio de la obra tiene el encanto y la profundidad de la guía Turistel; el tan anunciado recuerdo del padre queda opacado con la fascinación que al protagonista le provoca su propia persona y aquí llegamos, para ir poniéndole fin a todo esto, a un punto crucial: Marco Orezzoli estima que su vida es mucho más interesante de lo que el lector es capaz de percibir, y en ello, a través de esa convicción flagrante, el narrador deja ver una falta de inteligencia enervante.

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