Un pensador valiente

escri

Murió Sergio González Rodríguez, periodista, escritor y uno de los faros para no perderse dentro de la cultura mexicana actual.


En el mapa, el punto se llama Ciudad Juárez, en el Estado de Chihuahua, frontera mexicana con Estados Unidos. Un paisaje improbable mezcla de la más alta tecnología de la industria multinacional asentada allí, con el flujo nómada de los migrantes en un territorio inscrito en el crimen organizado, la pobreza, el narcotráfico, la violencia y las toxicomanías destructivas. En los expedientes judiciales, más de un centenar de víctimas de homicidios sin resolver. Crímenes en serie de cariz sexual que convirtieron al periodista, crítico literario y escritor mexicano Sergio González Rodríguez (Ciudad de México, 1950), fallecido ayer a causa de un infarto, en uno de los faros para no perderse dentro de México.

La violencia fue el centro líquido de las crónicas y ensayos de González Rodríguez, heredero de una de las generaciones más brillantes de intelectuales mexicanos —Elena Poniatowska, Carlos Monsiváis y Jaime García Terrés, por nombrar algunos de sus mentores—. Aunque la misma violencia de la que fue crítico, lo convirtió en un superviviente. Ocurrió antes del año 2002, cuando publicó Huesos en el desierto (Anagrama), el libro que denunció por primera vez en su país la matanza serial de mujeres en Ciudad Juárez: mientras investigaba el tema, unos sicarios lo asaltaron en un taxi en el DF y le pincharon los muslos con un picahielos hasta dejarlo con una cojera crónica. Luego, lo golpearon con revólveres hasta dejarle un coágulo de sangre en la cabeza del tamaño de una pelota de golf. Usted anda metido en una bronca muy gruesa, mi señor. Ándese con cuidado. ¿Sí me entiende?, le dijeron. Pero González Rodríguez siguió investigando y publicando del asunto, guiado por el martirio sordo de las víctimas y la incomprensión y el desamparo ante una burocracia inoperante, como denunció.

Al final de un capítulo de Huesos en el desierto se lee:

No pasa nada, dirá ella. Nada, repetirán los que vengan.

Nada.

Como el silencio del desierto.

Nada.

Como los huesos de las víctimas dispersos en la noche.

González Rodríguez, "un periodista de enorme prestigio, un reportero valiente", como lo describió Jorge Herralde, su editor en Anagrama, siguió investigando y publicando sobre violencia en un país como México. Siempre mezclando sus estudios universitarios de filosofía, de periodismo y de derecho a la par de su gusto voraz por el cine, la literatura y el ensayo.

En 2009 interpretó el fenómeno de las decapitaciones a manos del narco en El hombre sin cabeza (Anagrama). En 2015, cuando publicó Los 43 de Iguala, indagó en las causas y los procesos que hacen posible la violencia en México. Un año antes de ese libro fue premiado con el Anagrama de Ensayo por Campo de guerra, un libro que analiza "la tendencia geopolítica encabezada por Estados Unidos de América, que, con el pretexto de combatir el terrorismo en el mundo, ha impuesto el control y la vigilancia a partir de plataformas militares, y ha impulsado el orden paulatino de grandes corporaciones mundiales, cuya sinergia en el espionaje absoluto se ha revelado en los últimos tiempos".

Cuando apareció Huesos en el desierto, González Rodríguez se escribió con Roberto Bolaño para ayudarle a entender el tema de los femicidios para su novela 2666, en donde aparece un reportero cultural del DF llamado Sergio González que llega a una ciudad a investigar los asesinatos de mujeres. "Con Sergio González Rodríguez iría a la guerra", dijo el escritor chileno en una entrevista.

"Tengo una certeza: contra la nada, perdurará el destino. O la memoria", dijo alguna vez Sergio González Rodríguez. Pero tal vez el siguiente párrafo de Campo de guerra, su último libro, ayude a comprender la normalización de la violencia en un país como México:

En México, la víctima se sabe afuera de un edificio vasto y laberíntico y, a la vez, cercano. E indefensa como en la parábola de Franz Kafka 'ante la ley'. Un campesino, víctima de alguna injusticia, se halla frente a la puerta de la ley cuyo guardián ha de impedirle el acceso y hacerle gastar su tiempo en una plática dispersa que desata preguntas y respuestas sin fin. Exasperantes. La víctima escucha al guardián decir: 'Si eres tan grande en tu deseo de entrar, inténtalo. Pero recuerda que soy muy poderoso. Y el último de los guardianes. Entre salón y salón hay otros guardianes, de mayor poder que el anterior. El tercer guardián es tan terrible que yo no puedo mirarlo siquiera'. Pasan los años y la víctima envejece. Ya moribunda solo le resta una cuestión: '¿Por qué en todos estos años nadie más que yo pretendió entrar?'. El guardián responde: 'Porque esta entrada estaba solo para ti. Ahora la cerraré'».

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.