Aquarius: Digestiones plácidas

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Estamos posiblemente frente a una nueva arremetida del conformismo. Claro que en algunos estrenos recientes viene disfrazado de inconformismo.


Es pertinente preguntarnos a qué y por qué vamos al cine cuando vemos una película como Aquarius. ¿Vamos a sorprendernos o vamos a que nos digan lo que queremos escuchar? ¿Vamos a ponernos en entredicho o más bien a confirmarnos en nuestras convicciones y puntos de vista? ¿Vamos a que nos abran la cabeza y los sentidos o, por la inversa, vamos a que nos digan que estamos regio y que la verdad, la decencia y la Historia están del lado nuestro?

No hay doble intención en estas preguntas y si procede plantearlas es porque Aquarius, siendo una cinta muy menor, además de ferozmente previsible y maniquea, ha tenido excelente rating en la crítica y festivales internacionales. ¿Cuál será su mérito, se pregunta uno, más allá de redescubrir a una Sonia Braga sesentona, refinada, muy producida y con una cabellera de metro veinte? ¿Por qué una película así mueve las agujas? La historia no tiene más de tres o cuatro cuñas: hay una señora, doña Clara, que tiene un espléndido departamento antiguo pero muy digno en un edificio frente al mar en Recife; hay una empresa que quiere comprar y demoler el edificio para dar lugar a algo lucrativo y horroroso; hay una causa decente que ella quiere defender por las buenas y otra indecente a la cual la empresa apostará siempre por las malas. Eso sería todo.

Aquarius garantiza digestiones plácidas y cero sobresalto. Todo discurre según las cláusulas del pensamiento políticamente correcto y no se cuela ni una sola duda -ni una sola- a la puesta en escena. La autocomplacencia tiene aquí caracteres orgiásticos. Todo está previsto para que salgamos pensando que los buenos son muy buenos y los malos, claro, incluso peor de lo que pensábamos al entrar.

¿Hay algún problema en eso? Quizás no. Los mecanismos de la emoción atávica son misteriosos. Tal como a los niños les gusta que les cuenten siempre el mismo cuento, a nosotros también nos gusta que nos arropen y no nos pongan contra las cuerdas. Aquarius es una cinta cariñosa con su público y por lo visto su regaloneo genera gratitudes. Tiene imágenes bonitas y muy nostálgicas de los viejos buenos tiempos combativos de la izquierda brasileña y aunque su director, Kleber Mendonça Fihlo, no llega todavía a los 50 pareciera tener no menos de 80 años

Estamos tal vez frente a una nueva arremetida del conformismo. Claro que ahora curiosamente viene disfrazado de inconformismo. Lo digo por Aquarius y también por Toni Erdmann, dos películas muy simplonas, binarias, vacunas, reduccionistas hasta la idiotez, que muestran lo malo que está el mundo y lo bueno que podría ser si doña Clara, en el caso de Aquarius, y don Toni en el de la otra, estuvieran al mando.

No tengo la verdad mucha paciencia para estas paparruchas. Me sé ese cuento de memoria y no me interesa que me lo sigan repitiendo. Menos aún con sensiblería, con tramos de franca incontinencia emocional y en forma latera. Prefiero las películas, en la tradición de Hitchcock, Scorsese, Kiarostami o Farhadi (cuya última realización, The salesman, que ganó el Oscar a la mejor película extranjera, es excelente), que nos dan en los cachos, que nos ponen en aprieto, que nos recuerdan que podemos estar equivocados, que nos provocan, que nos llevan al borde, que nos pueden descompensar o sacar de quicio. Quizás haya que estar demasiado contento en los propios zapatos -se me ocurre- para ir a buscar al cine otra cosa

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